Cine


Algo sobre «La Flor» y su forma

Cualquiera que haya repasado la obra de René Guenón entiende que para el francés la masonería era un reservorio de tradición y enseñanza iniciática. En su largo peregrinaje en busca de los saberes tradicionales, Guenón llegó a esa valoración de la masonería. Incluso sostuvo que en su ocaso algunas tradiciones se acercaban a ella para hacerla depositaria de sus saberes antes de desaparecer para siempre de la faz de la tierra. En un libro prácticamente inconseguible de otro masón francés, Denys  Roman, llamado “René Guénon y los destinos de la Francmasonería”, aparentemente figura esta cita de Giacomo Casanova:

“Aquellos que no se determinan en ser recibidos como Masones, más que por llegar a saber el secreto, pueden equivocarse… El secreto de la Masonería es inviolable por su propia naturaleza, puesto que el Masón que lo sabe, no lo sabe más que por haberlo adivinado. No lo ha aprendido de nadie. Lo ha descubierto a fuerza de ir a la Logia, de observar, de razonar y de deducir. Cuando ha llegado, se guarda muy bien de participar de su descubrimiento a quien sea, aunque fuera su mejor amigo Masón, puesto que si éste último, no tiene el talento de penetrarlo, no tendrá tampoco el de sacarle partido, aprendiéndoselo oralmente. Este secreto, será, pues, siempre un secreto. Todo lo que se hace en Logia, debe ser secreto; pero todos aquellos que no tengan escrúpulos en revelarlo, en realidad no están revelando lo esencial. ¿Cómo podrían revelarlo, si no lo saben?”

Desde el principio algo en la forma de La Flor, la película de Mariano Llinás, pareciera escurrirse. Es Llinás mismo quien nos introduce en los detalles: son seis historias, hay cuatro que empiezan y no terminan; el episodio cinco, que empieza y termina; el sexto empieza en la mitad y termina con el film. Vemos el dibujo en la pantalla: cuatro flechas hacia arriba, una que se cierra sobre sí misma y una única flecha hacia abajo. Cuatro pétalos, un centro, un tallo. Adentro de ese esquema, cuatro mujeres. “El film es un intento de pintar su retrato, o de encontrar la fórmula secreta que compone la materia de la que ellas están hechas.”

Los episodios se suceden y la idea se va comprendiendo. Pero durante la cuarta historia ese dibujo empieza a mutar de forma. “La cuarta no se entiende bien de qué es. Ni siquiera yo lo tengo claro”, declara Llinás. En ese cuarto episodio empieza a entreverse que la forma de la flor bien podría ser también la forma de una araña, que el dibujo que configuran los episodios también puede ser una araña más que una flor. Un insecto más que un vegetal. La historia en cuestión es la de un director intentando filmar una película con cuatro actrices difíciles y sin demasiada idea del argumento. El director –el personaje del director- y su crew filman árboles, rutas, etcétera. Hasta que empiezan a tramar la idea de engañar a las actrices, a quienes se refieren como “las brujas”, modificando de tal modo el guión de la película que la presencia de ellas se vuelva innecesaria. En el camino, el director –el personaje del director, que no es el director de La Flor- llega a obsesionarse con algunas cuestiones esotéricas, con rituales y magia antigua. Inaugura así un camino de iniciación. Recorre la provincia de Buenos Aires comprando libros. Se listan una serie de textos y autores. Cicerón, Apuleyo, Poe, Chesterton. Cito al boleo y de memoria. También otros más raros, sobre brujería y magia negra. El lugar central del listado se le otorga al galés Arthur Machen, escritor prolífico de terror y traductor celebrado.

De una traducción de Machen de las memorias de Casanova, el director pasa a otra obsesión. El don Juan italiano se convierte, entonces, en nuevo objeto de indagación y en su guía hacia algo que el director intuye, sospecha, pero no termina de dilucidar. Él, digámoslo, es el único de su crew que vislumbra que el mote de “brujas” con que todos designan a las actrices es algo más que una metáfora del carácter de aquellas.

Por fin, la búsqueda del director llega a puerto cuando adquiere un tomo en francés de las Memorias de Casanova (“un libro grande y bastante caro en el cual ansía encontrar algo, algo que no aparece en los otros”) recopilado por otro francés de nombre René, René Groos. Editor, director del Cahiers D´Occident, un periódico de tendencia realista afín a la Acción Francesa. Este dato no se proporciona oralmente, pero se muestra en pantalla. En otras palabras, está ahí para quien lo quiera ver. En ese tomo el director encontrará el “episodio de las arañas” relatado por Casanova, en el que cuatro brujas lo manipulan durante años. Ahora sí, una cita de Guenón: “La enseñanza iniciática, para ser realmente útil, requiere naturalmente una actitud mental receptiva; pero receptividad no es en absoluto sinónimo de pasividad; y esta enseñanza exige por el contrario, por parte de quien la recibe, un esfuerzo constante de asimilación, que es algo esencialmente activo”. Al fin, en una nota al margen del libro, el director escribirá “¡Eureka!”.

Esto sucede justo antes –antes en la secuencia temporal, no en la disposición del relato- de que el director desaparezca, de que su crew enloquezca y de que el Volvo celeste en que se trasladaban por la pampa quede incrustado entre dos eucaliptos a diez metros del piso, todo por obra de las brujas. La flor, por unos instantes, muestra su auténtica y tenebrosa forma de araña. Por unos minutos llegamos a vislumbrar de qué se trata aquello de los cuatro pétalos que no terminan, el centro, el tallo, las ninfas… ¿Puede que no fuese únicamente a las brujas a quienes el director –¿el personaje del director?- procurase engañar? ¿Puede el arte ser portador de saber tradicional? Otro personaje fugaz, Gatto, es nuestro stalker en esta zona de preguntas. Portador de saberes iniciáticos, Gatto nos conduce a través del cuaderno de notas abandonado del director. Él también logra acceder al secreto, pero no alcanza a ponerlo en palabras. ¿Cómo podría? Tampoco llega a revelárselo a su compañero, Smith, antes de extinguirse en manos de las brujas, antes de extraviar para siempre su rastro en un pueblo de provincia. El silencio de Gatto es definitivo. Este secreto, será, pues, siempre un secreto////PACO

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