Cine


Al servicio de Su Majestad

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La maquinaria mediática para promocionar el próximo essstreno de la saga Bond ya dio comienzo.
En las redes sociales empiezan a proliferar “trailers”, escenas del backstage del rodaje y detalles de la trama del nuevo film.
Oh, Daniel Craig se dislocó un hombro haciendo una escena de riesssgo.
Recórcholis, Daniel Craig estaría manteniendo un tórrido affair con una de las chicas Bond.
La curiosidad está oficialmente despierta.
La ficción supera a la realidad y viceversa.
Todo detalladamente planeado por los cerebros del marketing y los “publicists” de Metro Goldwin Mayer y Columbia Pictures, quienes tienen los derechos de distribución de la cinta.
(No confundir con Eon Productions, el estudio titular de los derechos intelectuales, cuya responsabilidad es producir y rodar los films).
La industria del cine tiene una astucia notable a la hora de conseguir publicidad gratuita para sus productos por medio de operaciones mediáticas.
Me refiero a la oportuna diseminación de rumores, primicias, romances, anécdotas.
Información hábilmente manufacturada y filtrada a los medios para generar expectativa.
Se ahorran docenas, tal vez cientos de millones de dólares con estos trucos.
Estas tácticas son mucho más eficaces, creíbles y atractivas para el gran público que los típicos spots de tanda publicitaria de TV.
En otros rubros -por ejemplo: gaseosas y cervezas- les falta ese je ne sais quoi para poner las mareas y corrientes de la cultura popular a tirar a su favor.
Son garpetas.
Sólo se les ocurre abonar sumas enormes a FIFA y AFA para patrocinar mundiales, ser “hincha oficial de la selección” y obviedades de esa índole.
Atrasan 50 años.
Volviendo a Hollywood.
Convengamos que dotar de glamour al mundo del espionaje es un enorme logro de la fábrica de sueños.
Tras lo que hemos visto durante los últimos meses, queda claro que el espionaje tiene muy poco de shet set internacional.
Todo lo contrario.
Son planta permanente pura y dura.
Mal vestidos, con ambos de confección de segundas marcas, excedidos de peso, caspa, cortes de pelo de rioba, corbatas manchadas de grasa por comer sánguches de milanesa en bares de zona bancaria.
Stiuso.
También viene por ahí el tema en el plano externo.
Edward Snowden: alto geek con bifocales.
Julian Assange: nerd, canoso (¿albino?), medio gangoso, no resiste un primer plano, inventó Wikileaks para intentar ser alguien, salir de virgen, ponerla.
El soldado Manning (aquel que supo filtrar enormes cantidades de información clasificada a Wikileaks y hoy está purgando prisión perpetua).
Las primeras fotos de Manning mostraban una especie de boina verde con corte militar.
Tal vez un Marine, un comando de elite.
Íbamos bien.
Poco tiempo después nos enteramos que el pibito exige que lo llamen Chelsea y demanda al Tío Sam para que le financie una operación de cambio de sexo mientras cumple su condena.
En las fotos recientes aparece con peluca y maquillaje.
¿Una extrañísima estrategia de defensa por parte de sus abogados?
Qui lo sa.
Resumiendo: no hay un ápice de glam en el mundo del espionaje.
Sí hay mucha pero mucha mala leche.
Homicidios, extorsiones, “black ops”, invasión de la privacidad y otras actividades ilegales.
Las películas nos muestran a los servicios de inteligencia como una tarea romántica y fascinante de aventuras paramilitares cuya responsabilidad es, por ejemplo, sabotear instalaciones bélicas en territorios hostiles.
La realidad difiere considerablemente de esa noción.
Detrás de la mayoría de los casos de terrorismo está la mano de los servicios de inteligencia de algún país que se valen de perejiles con el cerebro lavado o bien de mercenarios para ejecutar sus operaciones, sembrar caos y confusión.
En nuestro querido país, durante los últimos meses quedó más que claro para aquellos ilusos que aún no lo sabían que los servicios de inteligencia también cumplen una tarea central en analizar, procesar e irradiar información masiva y personal para marcar la agenda pública de propios y extraños, amigos y enemigos.
Estas operaciones mediáticas de bajada de línea y acción pisicológica implican «social listening», ejércitos de twitteros y blogueros a sueldo, cadena de la felicidad en prensa amiga, medios propios, comisariados varios, cooptación y reclutamiento de barras bravas, etc, etc.
Exhibit A: Fútbol para todos.
Exhibit B: el INCAA, ese hermano menor más sutil y culturoso de FPV.
El INCAA es una usina propagandíssstica muy útil para dar luz verde a ciertos proyectos que «inssstalan» temáticas de interés para el poder de turno.
Algunos ejemplos serían «Relatos salvajes», «Betibú» y otras películas acusadas de kirchnerismo solapado.
Ahora multipliquemos lo arriba descripto por mil, agreguemos dessspliegues tecnológicos y presupuestos impensados en nuestro lugar en el tercer mundo, profesionalismo, visión essstratégica y otro tipo de tablero geopolítico mucho más amplio en todo sentido.
Hollywood, CNN, Viacom, NBC Universal.
Facebook, Instagram, WhatsApp, Twitter, Snapchat.
Google, Yahoo!
Todas esas organizaciones con actividades entrecruzadas y promiscuas, basadas en y operadas desde EEUU (con todos sus server farms en territorio estadounidense) están profusamente infiltradas por los servicios de inteligencia de EEUU.
No es una teoría conssspirativa, está comprobadísimo.
Lo ventiló Snowden con pruebas irrefutables.
Recordemos que la NSA essstadounidense tiene muchísimo más presupuesto y personal que la CIA o el FBI.
Por algo las plataformas tradicionales y sociales arriba citadas tienen estrictamente limitado su funcionamiento en China y las que tienen permiso para operar lo hacen bajo los más severos controles.
Las películas occidentales que pretenden llegar al mercado chino tienen que ser aprobadas por el ministerio de cultura.
Hollywood ya lo sabe y envía al gigante asiático versiones “achinadas”, diferentes a las que se distribuyen en occidente.
Detrás de Hollywood siempre estuvo la maquinaria propagandística.
Durante la guerra fría, actores y directores como John Wayne y John Huston casi que reportaban a los cerebros de acción psicológica de Washington.
Eran actores y directores militantes.
Los servicios de inteligencia de OTAN siempre han hecho una contribución financiera fundamental, emitiendo a su vez opiniones sobre los guiones y diversos detalles artísticos.
Lo que ocurrió hace poco con la peli The interview y el subsecuente hackeo de los estudios Sony Pictures por parte, supuestamente, de Corea del Norte también nos ofreció una fugaz visita a se mundo oculto detrás de bambalinas y firewalls.

 
Volviendo a James Bond (pronúnciese Yeims, no como el futbolista colombiano): el ya fallecido productor Albert «Cubby» Broccoli –cuya hija es copropietaria de Eon Productions- nunca lo admitió abiertamente pero en varias ocasiones dio a entender que el agente 007 tenía un fuerte componente de propaganda.
Estaba todo hablado con y facilitado por los servicios de inteligencia de DC y London.
Broccoli nunca lo admitió del todo: hubiera herido de muerte la leyenda del avezado productor cinematográfico con olfato infalible para leer la geopolítica internacional y su influencia en las masas.
Se vivían los momentos más tensos y densos de la guerra fría.
Comenzaban los contraculturales 60.
Fotogénicos personajes como Fidel Castro y Che Guevara espoleaban la excitable imaginación romántica de las juventudes occidentales, cada vez más expuestas a los mass media.
La crisis de los misiles de Cuba sacudía el escenario geopolítico global.
Los libros de Ian Fleming habían tenido buena repercusión de ventas en los 50 y parecían lo suficientemente cinemáticos como para ser llevados a la pantalla.
Con alguna que otra modificación y con presupuestos acordes, obvio.
Así nació el James Bond de Sean Connery, que es considerablemente diferente al de los libros.
Dicen los eruditos y fanboys del universo Bond que el más parecido al de los libros es, salvando medio siglo de distancia, Daniel Craig.
El Bond de Connery no era otra cosa que un Che Guevara anticomunisssta, anglosajón, protestante.
Cuasiaristocrático, playboy y bonvivant como el Che, pero siempre clean cut y con traje sassstre.
Un antídoto de iconografía hiperintegrada contra el arrebatador sex appeal y los efluvios románticos de esos nuevos machos alfa étnicos, barbudos, pelilargos, sudorosos y vestidos de fajina hispter que ocupaban desafiantes las portadas de los periódicos y los «tracts» universitarios.
Esos pósters que poliferaban más y más en habitaciones de adolescentes clasemedieros presentaban un peligro al futuro del mundo libre.
Era menesssster ofrecer una opción con la misma seducción pero sin los rasgos subversivos del status quo.
Debidamente coproducida por EEUU y Reino Unido.
Veamos.
La revolución cubana fue en 1959.
La primera película de la saga Bond –Dr. No– también transsscurre en el Caribe: en Jamaica y en Florida (Cabo Cañaveral) para ser exactos.
Se filmó a velocidad récord para la época: se empezó a producir en 1961 y se estrenó en octubre de 1962.
¿Cuándo fue la crisis de los misiles en Cuba?
En octubre de 1962.
La segunda peli Bond, De Rusia con amor, se esssternó en 1963.
Transcurre en Turquía y los Balcanes (donde EE UU había plantado misiles que se supone forzaron a la URSS a contragolpear en Cuba).
La tercera, Goldfinger, estrenó en 1964.
La cuarta, Thunderball, en 1965.
Y así.
Siempre en lugares paradisíacos inalcanzables para las clases medias de aquella época.
¿Por qué tanta prisa para “instalar” el personaje Bond?
Aun en la actualidad, rodar una película de esta envergadura lleva varios años para producirse y estrenarse.
¿Cómo hacía esta gente en aquella época de limitados recursos tecnológicos para filmar y finalizar tan rápidamente películas de alto presupuesto y complejísimos efectos especiales?
¿Quién bancaba esas megaproducciones de escapismo ideal para masas juveniles aburridas, cada vez más dadas a la rebeldía y necesitadas de exotismo que rompiera la rutina?
Nada mejor que un sujeto viril, hedonista, aventurero, con licencia para matar pero al mismo tiempo obediente, patriota, dispuesto a jugarse la vida una y otra vez en el anonimato del servicio secreto de su majessstad.
Todos los detalles estaban finamente y subliminalmente orquestados.
Incluso la banda sonora de Bond, como cualquier musicólogo puede verificar, no es otra cosa que jazz latino del que se tocaba en los night clubs de la Habana en la época de oro previa a la revolución.
La estridente sesión de vientos, la percusión, el fraseo rítmico de las cuerdas.
Este género musical había tenido su apogeo en los 50 y en los 60 mantenía enorme influencia en ambientes musicales tanto de vanguardia como mainstream. En fin. Un dessspliegue propagandíssstico assstutamente calibrado para contrarrestar las ondas expansivas de revolución peluda y vociferante que provenían del Caribe.///PACO