1.

Pasó el Bicentenario y quedó la política. O mejor dicho, el decadente show de un año sin elecciones en el que todos parecen en campaña. Se cumplieron las promesas de austeridad de Cambiemos: los festejos de este año costaron al gobierno una décima parte de lo que invirtió el anterior. Algunos actos de manual y un Mauricio Macri tan poco entusiasmado por presidir los festejos que hasta intentó faltar el domingo a los tediosos desfiles de militares. Después de haber dado un discurso -pobre, sin dimensión política e histórica-, insistiendo en que los argentinos debíamos “trabajar más” -semejando al director de una fábrica medio pelo del tercer cordón en la cena de fin de año-, quiso quedarse en su casa por cansancio y disculpándose por Twitter. Una pésima idea, considerando que por la lluvia de críticas estuvo dos horas después sentado en el palco presidencial. Nadie salió a defenderlo.

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Macri podría haber utilizado el Bicentenario para demostrar el cambio positivo que, insiste, lidera. Si fue así, queda claro que el cambio no fue positivo.

Macri podría haber utilizado los festejos del Bicentenario para demostrar el cambio positivo que, insiste, lidera desde diciembre del año pasado. Tal vez lo hizo, y si fue así, queda claro que el cambio no fue positivo. Un discurso pobre, lleno de gaffes, condenado al olvido o a la burla, un festejo deslucido que sólo sirvió para que quienes asistieron desde las veinticuatro provincias a Buenos Aires regresen a sus casas contando sobre la visible crisis económica y comercial que atraviesa la capital argentina y los altísimos precios de comidas, estadías y paseos.

2.
Cristina Fernández de Kirchner tuvo su propio Bicentenario austero, demostrando que el ajuste nos llegó a todos. Habló desde “la caja de una camioneta” -como señalaron maliciosamente algunos medios- frente a su casa de Recoleta para algunos entusiastas que fueron a saludarla. Como estila últimamente, su discurso se centró en el futuro. “La patria siempre vence”, reciclando una vez más su retórica, donde la patria es ella y sus seguidores y la antipatria son sus opositores, que ahora gobiernan. En Youtube colgaron un video donde, además de sus palabras, se pueden escuchar comentarios clásicos: “qué hermosa que es”. Esta escena, que hasta el año pasado podía ser exasperante, ahora aparece, al menos, ridícula. En seis meses fuera del gobierno, la ex presidenta fue menguando su imagen, su entorno, su fuerza y su convocatoria, y el contraste con la fortuna millonaria exhibida en sus ropas y viajes, y con el glam político que sus fieles insisten en otorgarle, convierte a Cristina en una caricatura.

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La ex presidenta fue menguando su imagen, y el contraste con la fortuna exhibida en sus ropas y viajes, y con el glam político que sus fieles insisten en otorgarle, la convierte en una caricatura.

Pasó una semana en Buenos Aires para presentar declaración por escrito ante los tribunales sobre las múltiples causas que aparecieron luego de que dejara la Casa Rosada. En los textos negó las acusaciones y pidió que se investigue a sus acusadores por “tráfico de información”. Quiso irse lo más pronto posible, pero su vuelo no pudo partir y se resignó a pasar las vísperas del Bicentenario en Recoleta, acosada por militantes con banderas y exigencias de mensajes. Pudimos ver a una Cristina resignada, lejos del temple y la distancia que practicaba desde los púlpitos del Salón de las Mujeres en las múltiples cadenas nacionales que protagonizó los últimos años. También se reunió con sus voceros del FPV en la Cámara de Diputados, a quienes instigó a seguir de cerca el aumento de tarifas del gobierno, prácticamente el único tema político que saca a relucir cada vez que quiere pegar, cuando se ve acosada por las acusaciones de corrupción. Apenas llegó a Buenos Aires, brindó una entrevista -que originalmente iba a ser presencial y minutos antes se decidió que fuera telefónica- al canal C5N, en un domingo en el que su salida compitió con el regreso de Susana Giménez, y un desinflado Jorge Lanata que debió lanzar una operación anti-papal que llega mal y tarde, y Majul entrevistando al valijero Fariña. Fue el rating más bajo, pero tal vez el programa más comentado en las redes durante esa noche y el lunes siguiente, en el que fue unánime la decepción general del kirchnerismo. La ex presidenta casi no dio definiciones políticas, se victimizó, apareció tan débil como muchos la quisieron mostrar con mucho menos material que su propia voz.

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El FPV adelgaza con el paso de los meses, la agenda legislativa se disuelve ante un Massa que aparece más fuerte a medida que se reúne con intendentes y gobernadores.

¿Qué fue de aquel acto en Comodoro Py donde había demostrado una supuesta “victoria en las calles” ante un macrismo que le teme el contacto directo con la gente? Nada queda de la Cristina opositora que muchos vimos como potencial en aquel acto. ¿Quién le ha robado el mes de abril? Entonces había pedido por la creación de una especie de Frente Cívico, un neo Frepaso que reúna a los opositores, un llamado al que absolutamente nadie acudió. El FPV adelgaza con el paso de los meses, la agenda legislativa se disuelve ante un Massa que aparece más fuerte a medida que se reúne con intendentes y gobernadores, y los pocos que quedan de su lado esgrimen frases de cartón para defender “el proyecto”, que se olvida lentamente bajo la pila de fracasos legislativos y fijas judiciales. La agenda electoral del año que viene está lejos de digitarse desde el kirchnerismo y más cerca de las unidades básicas de los dueños de los territorios, hombres del PJ tradicional, que seguramente impondrán la mayoría de los nombres que serán protagonistas en las elecciones. Es la única carta que tiene el peronismo para aparecer fuerte contra un macrismo que no tiene candidatos visibles para el año que viene: la lista de los que perdieron las presidenciales encabezando a una tropa pejotista de vieja escuela. La obra política de los Kirchner se deshilacha, la caída de La Cámpora se evidencia en el fuerte símbolo del caso Ottavis, la cúpula dirigencial se resquebraja ante cada nueva evidencia del caso López, el PJ se reagrupa tímidamente en el acuerdismo y el reunionismo, escondido bajo la silencioso teatro de bambalinas de pasillo. Y el macrismo se mantiene fuerte, no por acción sino por inacción opositora, o más bien por su decadencia o su tiempismo.

3.
Mientras que los incrementos en las tarifas de los servicios empezaron hace varios meses, la lenta burocracia de las boletas fue evidenciando que el aumento de la electricidad, el gas y el agua fue calculado casi sin criterio. Los alucinados guarismos que arrojan los testimonios sorprenden: incrementos del 1000% se registran en medios y redes sociales, e inclusive servicios subsidiados para usuarios que no precisan subsidios. La rebelión de los usuarios fue evidente tanto en las oficinas centrales de las compañías proveedoras como en las decenas de municipios y provincias que, a través de amparos judiciales, lograron congelar los aumentos y llegaron a la Corte Suprema, que deberá dar una respuesta por estos días.

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El amateurismo de Macri y Peña -y su temblequeante equipo de comunicación- se evidencia: cuando no es una frase brutal, es un discurso distante; cuando no es una medida impopular, es una solución intrascendente.

El gobierno intentó un salvataje y salió a “poner un tope”: 400%, lo que a todas luces es alto inclusive para un techo. En el medio, toda clase de explicaciones balbuceantes del jefe de gabinete Marcos Peña -que, como bien señala Jorge Asís, confunde juventud y carisma con inteligencia en la valoración sobre sí mismo- que sonaron a  excusas y prácticamente insultos. Hasta Tinelli se burló de ellos. El propio Macri se mostró muy nervioso por el tema, y usó cada aparición pública para culpar a los usuarios de la crisis energética, en una actitud, al menos, infantil. El problema para el macrismo no es menor, ya que la previsión de Cambiemos era utilizar la energía para hacer grandes negocios a las financiadoras de la campaña -no es menor que el ministro de Energía, Juan José Aranguren, sea un accionista clave de la petrolera Shell- y las obligaciones tomadas de la compra de gas al extranjero implican que para el cierre del ciclo fiscal los números que el macrismo quería exhibir como un triunfo sean la prueba del fracaso del primer año de gestión. Los nervios de Macri -que saltan a simple vista- dejan al desnudo lo complicado que es gobernar con viento en contra para quien está acostumbrado a tener viento a favor. El amateurismo de Macri y Peña -y su temblequeante equipo de comunicación- se evidencia cada día: cuando no es una frase brutal, es un discurso distante; cuando no es una medida impopular, es una solución intrascendente.

4.
El viaje a Alemania previo a los festejos del Bicentenario apareció como una de las esperanzas del macrismo para desodorizar. El presidente vistió sus mejores trajes: el de las concesiones neoliberales. Así, mientras Volkswagen y Mercedes Benz anunciaban inversiones en Argentina por 250 millones de dólares en sus plantas y la mantención de puestos de trabajo, Macri advirtió  a Oscar Romero, representante de SMATA en las negociaciones, que enviará al Congreso un proyecto para flexibilizar la jornada laboral. Esto explica un poco mejor que la torpeza de los comunicadores de Cambiemos aquel discurso “a lo CEO” durante el Bicentenario de la Argentina: Macri hablaba ya con su traje de lobbista de las grandes automotrices del mundo, y no tanto como un líder político del pueblo. Entonces, ¿cuando pase la tormenta del tarifazo vendrá el huracán de la flexibilización laboral? La última vez que en Argentina se planteó algo similar fue durante el gobierno de la Alianza. ¿Otra vez, amigos macristas?

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Gobernar la Argentina no es fácil. Y convertirla en un paraíso de negociados multinacionales sin que nadie se queje, tampoco.

En la fue en su momento una cadena de televisión kirchnerista, Telefé, se exhibió un video de una cámaras de seguridad de la parroquia donde fue detenido Jorge López, en el que el valijero y mochilero pasaba un arma y dinero a unas monjas de clausura pocos minutos antes de las cuatro de la mañana. Una escena increíble digna de una de Roberto Rodríguez que deja -como suele suceder con estas “pruebas”- más preguntas que certezas, pero es la evidencia que precisan televidentes y usuarios de redes para enterrar por siempre al kirchnerismo. Un nuevo golpe que llega en el momento exacto en que el reclamo por el tarifazo crece sin control, en que las críticas a Aranguren superan todas las dichas en el resto del año, en el que las burlas a Mauricio Macri se hacen en el prime time televisivo. Este video, sumado a la entrevista de dudosa factura que La Nación publicó al ex jefe de la SIDE, Antonio Stiusso, donde se desvincula de las operaciones políticas de inteligencia realizadas en los últimos 12 años, es la clase de material que el gobierno espera que enfríe los ánimos de un electorado sin elecciones y que, sin embargo, parece querer elegir todos los días. Pero el recurso parece estar agotándose, y estos carpetazos, que recuerdan el espanto del kirchnerismo, duran cada vez menos en la retina de ojos cada vez más ávidos de una economía normalizada. Muy por lejos de las previsiones de Cambiemos durante la campaña, gobernar la Argentina no es fácil. Y convertirla en un paraíso de negociados multinacionales sin que nadie se queje, tampoco. Es un trabajo de todos los días Y trabajar, ya se sabe, no es la especialidad del CEO de las empresas de su padre, del político que más vacaciones se ha tomado, del que no se quiere levantar de la cama para ir a los actos más importantes de los últimos cien años de la Argentina//////PACO