La Línea


Aire tibio, humo, espejos, trampa

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Por @Linearotativa

Qué buena la frase del personaje de Jack Nicholson en aquella película con el pocacosa Tom Cruise: «You want the truth? You can’t handle the truth!»
Los políticos –y las rémoras intelectuales que viven por, para y de los políticos- nos han hablado mucho de derechos.
Les encanta, lo disssfrutan, se les enciende la verba cuando nos hablan de derechos.
Lo han hecho durante años, décadas, siglos.
Una noción muy válida la de los derechos.
Son fundamentales para una sociedad.
Son vitales para defender la integridad de minorías e individuos de poderes públicos o privados que puedan amenazarla.
La frase dice que la Victoria no da derechos.
Aunque hay imbéciles que dicen “la victoria nos da derechos”.
Entre la espalda y la pared. Plesssbicito. En fin, boludos sobran.
Volviendo a los políticos: nos han prometido una y otra vez, por ejemplo, que la salud es un derecho.
Lo es sin dudas.
Nada ni nadie puede impedirme que cuide mi salud.
Nada ni nadie puede impedirme que vaya a consultar a un médico, visitar un hospital o comprar un medicamento en una farmacia para prevenir y tratar enfermedades.
La salud no sólo es un derecho. Es además un privilegio, una responsabilidad e incluso una obligación.
Es un privilegio porque hoy la ciencia nos permite vivir hasta edades sorprendentes.
Es una obligación porque también tenemos que ocuparnos de estar saludables para ser miembros productivos de nuestra comunidad, o por lo menos de no ser una carga y mucho menos una amenaza. Es decir: tenemos que hacer todo lo posible también para no comprometer la salud ajena mediante, por ejemplo, el contagio de enfermedades.
Ahora bien, el hecho de que la salud sea un derecho ¿significa que tiene que ser gratis?
¿Mi salud es obligación o responsabilidad de alguien más?
¿Médicos, cirujanos, enfermeras están obligados a atenderme?
De ser así ¿significa que yo también tengo el derecho de elegir qué especialista tiene la obligación de atenderme gratuitamente?
¿El médico es una especie de esclavo moderno?
A ver, en las sociedades avanzadas y prósperas se han desarrollado mecanismos financiados por recaudación de impuestos para que médicos, cirujanos y otros especialistas puedan atendernos sin cobrarnos.
Pero no es gratis la salud.
Esos especialissstas tienen que cobrar un salario.
Un salario considerable, porque cumplen un rol clave, tienen mucha presión y han estudiado* mucho.
El instrumental y los medicamentos cuestan guita.
El funcionamiento, mantenimiento y limpieza de los hospitales también.
Entiendan algo, chicas: que la salud sea un derecho no es sinónimo de canilla libre de salud.
Comer también es un derecho pero no puedo ir a Siga la vaca a exigir que me regalen una entraña y un tubo de Vasco Viejo.
Esta confusión se da tras muchos años de hacernos trampa al solitario, pajas ideológicas y dejarnos engañar por políticos y demagogos capaces de prometer cualquier cosa a cambio de un voto.
La salud es un derecho y por ende tengo derecho a fumarme dos paquetes de Jockey Suavesss por día o partirme el cuello a 200 km/h en moto y todos ustedes tienen que pagar mis tratamientos.
Alguna vez escuché por ahí un intento de explicación de un imbécil progre bienpensante cuya lógica era más o menos así: los médicos tienen el mandato de atender gratis en hospitales públicos porque estudiaron gratis en universidades públicas.
Una extraña reciprocidad cuasitotalitaria con visos de capitalismo transaccional de la era del trueque.
Orwelliano. Kafkiano.
Ya que estamos, lo mismo aplica a la educación.
Educarme es un derecho inalienable. Nada ni nadie me lo pueden impedir.
Es un privilegio, una responsabilidad y una obligación.
Si es posible que el estado otorgue educación sin cargo a la mayor cantidad de estudiantes posible, adelante.
Es una política pública fundamental.
Pero sin cargo no es sinónimo de gratis.
No hay canilla libre de educación.
Educar exige recursos, muchos.
Si tu papá tiene plata, vas a pagar por tu educación.
Si te comprás un iPhone nuevo cada seis meses, vas a pagar.
Si te sacás malas notas o no terminás tu carrera en un tiempo prudencial, adiós.
En fin, así nos va, porque los políticos bastardearon el significado la palabra “derecho”.
Y viene de largo, ¿eh?
Jesucristo fue tal vez el primer choripanero de la historia humana.
El primer político que repartió comida y bebida gratarola en sus actos públicos.
No era ningún boludo el hijo de Dios.
Cuando daba un discurso repartía panes y peces.
Planes y fútbol para todos. Pan y circo.
Nada ha cambiado.
La palabra “clientelismo” se inventó en la antigua Roma.
Nosotros, obvio, siempre cómplices de quienes nos quieren engañar para sacar alguna ventaja, mordimos el anzuelo de muy buen grado.
Ojo, aplicamos la misma lógica a los activos económicos: nos hicieron creer que hacer guita es imprimirla y multiplicarla.
Bueno, esto de imprimir papel pintado no sólo lo hace Argentina.
También lo ha hecho EE.UU. repetidamente, si bien ellos la caretean mejor.
España, Grecia, Portugal, Italia, pobrecitos, se pegaron un tiro en el pie con el euro.
No pueden devaluar ni mucho menos imprimir sin permiso de Alemania.
Atenti: no sólo los políticos nos han corrompido con esta enorme falacia exisssstencial.
Silicon Valley, esa supuesta meca del capitalismo, la meritocracia, la competencia y la futurología, también usa estas maniobras populistas.
Los muy gilipollas (o muy sinvergüenzas) de Palo Alto, Mountain View, etc, en el afán de ganar mercado e inflar la burbuja de sus maravillosos startups, no tuvieron mejor idea que pedir guita prestada para subsidiar masivamente y en muchos casos regalar sus productos y servicios.
A la gilada le encanta la canilla libre.
Damas gratis.
Ocurre que se hace muy difícil saber si a la gilada realmente le gusta tu cerveza cuando se la estás regalando.
Sólo hay que ver cómo se mata la gente en los stands promocionales para manotear una calcomanía, bolígrafo o chirimbolo Made in China.
Merchandising que indefectiblemente termina en la basura sin usarse pocos minutos después.
A ver ¿por qué Hotmail, Gmail, Yahoo Mail son gratis? ¿Por qué los motores de búqueda de Google, Bing o Ask son gratis? ¿Por qué las plataformas sociales desde sus comienzos con MySpace, Friendster, Bebo, Facebook, Instagram, Twitter o Pinterest son gratis? ¿Por qué YouTube y Vimeo son gratis? ¿Por qué Skype es gratis?
Mantener todo eso en funcionamiento cuesta billones de dólares en equipos, fibra óptica, routers. Billones es millones de millones. No miles de millones que en castellano se dice millardos (billion se traduce millardos y trillions se traduce billones).
Esta cultura del garrón, “the culture of freeloading”, ha construido un monstruo, un gólem inmanejable: nada más ni nada menos que nosotros, los “consumidores”, que de tanto recibir todos estos servicios sin pagar un centavo nos hemos convencido de que son, cuando no, un derecho. Como la salud y la educación.
Después nos escandalizamos cuando los servicios secretos y las multinacionales de EEUU nos espían y trafican con nuestra información personal.
La limosna era demasiado grande ¿qué creían, manga de perejiles? ¿que EEUU, sus empresarios y gobernantes, iban a invertir cifras astronómicas para hacernos un favor, porque nos quieren bien?
Hay que ser imbécil.
Por lo menos Bill Gates, que a mi humilde entender siempre fabricó productos malos y lejos está de ser santo de mi devoción, en la era pre internet cuando las computadoras eran terminales estancas virtualmente incomunicadas cobraba un precio estipulado por sus olvidables productos Windows. Eran una porquería, sí. Era un monopolio, sí. Asfixiaba a la competencia, sí. Pero uno sabía muy bien lo que estaba pagando y mal que mal tenía un servicio posventa, upgrades, etc. Take it or leave it.
Las únicas dos compañías con modelos de negocio racionales que hay en Silicon Valley son eBay y Amazon.
Todo lo demás es aire tibio, humo, espejos, trampa, ponzi schemes, surveillance, castillos de naipes o caballos de Troya.
Yo les diría a las élites, a los políticos e intelectuales tanto de la América hispana como de EE.UU., y por qué no también a los empresarios de Silicon Valley: en vez de mentirle al hoi polloi, en vez de engatusar a la siempre cómplice masa invertebrada de consumidores tanto políticos como económicos, traten de encontrar una solución al flagelo que más les aqueja: la caspa.
Se les ve a la legua.
Ya van a venir los subnormales de siempre a atacarme porque soy de derecha, de izquierda o de centro.
Fundamentalemente argentinos, mexicanos y españoles, tres sociedades patológicamente expertas en autosabotearse, existencialmente improductivas y alérgicas al trabajo, donde el pseudoprogresismo llorón, cobarde y bienpensante es pandémico.
Vengan de a cinco, imbéciles.
Los estadounidenses, por suerte para ellos, me ignoran. Les importa poco mi opinión. Lo bien que hacen. Así les va. Por algo dominan el mundo.
Les dejo una definición de economía que siempre me pareció genial y, en mi humilde opinión, aplica a todos los aspectos de la vida: la ciencia económica es el arte de administrar la escasez.
La felicidad plena, el essstado de bienesssstar es una construcción utópica del voluntarisssmo humano.
No existe en la naturaleza.
La mala suerte existe, la realidad es injusta, aunque no queramos entenderlo.
You’re not special, darling.
Queremos creer que hay soluciones mágicas y somos mandados a hacer para correr detrás del primer sinvergüenza que nos prometa una panacea, una bala de plata, un espejisssmo.
Como chicas atravesando la pubertad que miran demasiadas películas.
Películas piratas bajadas de sitios ilegales que quebrantan la propiedad intelectual (otro derecho inalienable).
Nos encanta que nos mientan.///PACO