1. Compré End of the Century en una vieja disquería de Ámsterdam, a pocos metros del Keizergracht, en el 2014. Había viajado desde Argentina para hacer el ingreso al conservatorio pero el jurado fue fulminante. Combination age/level not good decía el papel que me dieron a la salida. Una apreciación triste y deportiva. ¿Qué edad tenían los Ramones en la tapa de ese vinilo usado? ¿Qué edad tenían en la maratón de 2263 conciertos que iniciaron en 1974? Probablemente la misma. En el documental homónimo hay una toma del bajista C.J. confirmando esta teoría: dice que los miembros originales vivían en una máquina del tiempo. En el escenario parecían soldados de infantería, cuatro estatuas cubiertas en jean y cuero y una postura pletórica que replicaban sin excepción de un concierto a otro. Mantuvieron la misma fórmula durante veintidós años, los instrumentos en línea directa a los cabezales y ningún efecto que mediara el sonido. Desde ese enfoque eran cameristas eximios: siempre los mismos gestos, el mismo repertorio y un espectáculo acorde a la expectativa.
En septiembre de 2004 falleció Johnny Ramone en Los Ángeles. En 2012 se publicó en Nueva York Commando, su autobiografía. El relato es espartano y por momentos divaga, como si alguien hubiera desgrabado su monólogo en una sobremesa nocturna. También es un documento exquisito porque desnuda la metodología de un artista cerebral. De hecho, las manías y los tecnicismos del guitarrista dan cuenta de que los Ramones fueron un fenómeno meticuloso. “Vimos la película de una de nuestras primeras actuaciones” dice al comienzo, “la vimos un montón de veces y cambiamos a partir de ahí muchas cosas”. Johnny fue armando un instructivo escénico desde el punto de vista de la audiencia; había sido obrero de la construcción en Manhattan y durante cinco años se gastó el sueldo en salidas musicales. “Iba a un concierto por semana y tomaba nota de cuanto veía”. Los Stones, los Who, las New York Dolls. Cuando lo echaron, impuso a su banda la rigurosidad del antiguo trabajo. Los ensayos se hicieron diarios y con el seguro de desempleo compró una Mosrite en el célebre Manny’s de la calle 48. No le alcanzaba para la funda, por lo que en sus fotos tempranas figura con la guitarra envuelta en una bolsa de nylon.
2. Los Ramones probaron varias formaciones hasta mutar al cuarteto final. “Yo quería que el cantante fuera guapo, pero Tommy –el baterista y productor– dijo ‘no, será como Alice Cooper, funcionará’. Confié en él”. Empezaron tocando en clubes minúsculos y la filmación fue un hábito esencial. Johnny estudiaba sus movimientos como un DT, reparando en los espacios desperdiciados y los ritmos de juego. Después decretaba: “Nada de afinar en el escenario; avanzar y retroceder de forma sincronizada; Joey de pie, recto, pegado al micro durante todo el show”. Y luego, pizarra en mano: “Había que mantener la simetría, así que hicimos mediciones para asegurarnos de cerrar la línea de los amplificadores y que todos los elementos quedáramos integrados de manera que no pareciéramos perdidos en la escena”.
En un par de años soldaron una lista de temas cortos y pegadizos con un minimalismo estático. “Lo que hicimos fue sacarle al rock todo lo que no nos gustaba y usar el resto” explica en Commando. Su forma de tocar era sumamente agresiva y perfeccionaron el downpicking de Jimmy Page hasta volverlo una marca registrada. La composición era mutua pero se basaban en los bocetos de Dee Dee, un chico criado en la DDR con el que Johnny amistó en la secundaria y luego en la constructora. Desde ese comienzo, los Ramones funcionaron como una cooperativa, vendiendo remeras que estampaban con los diseños de Arturo Vega y enviando cartas membretadas a las disqueras. “Tommy se presentaba como manager de Loudmouth Productions usando su verdadero nombre, Erdelyi, y así ocultar que era el baterista”.
En 1976 firmaron contrato con SIRE. Los primeros tres discos salieron de un zarpazo: habían acumulado repertorio y se acostumbraron a grabar en pocas tomas, cinco días para los instrumentos y otro par para liquidar voces y arreglos. De esas sesiones Johnny añora su disciplina estoica y proletaria: “Me gustaba trabajar de día, era como volver a tener un horario normal, como cuando instalaba calefacciones, salvo que en lugar de fiambrera, llevaba una guitarra”. El disco homónimo fue exageradamente elemental, el bajo y la guitarra se paneaban en los extremos y la batería mantenía un patrón sin demasiadas variaciones. La estabilidad rítmica era impresionante y el shock sonoro se guarnecía con letras inefables. I don’t wanna go down to the basement era una reescritura de Hang onto yourself de Bowie pero evocaba el terror de un film clase B. 53rd Street and 3rd describía la prostitución de un adolescente heroinómano en una esquina de Nueva York. La traducción del sexto track podía leerse como Solo quiero aspirar poxyram. El cierre del segundo álbum, Today your love, estaba narrado en primera persona por un recluta nazi. “¿Sobre qué íbamos a escribir? ¿Sobre chicas?” se pregunta Johnny en el libro. “La verdad es que no las teníamos”.
La producción discográfica dio un salto de calidad recién en el cuarto LP, Road to Ruin. El sonido dejó de ser crudo y analógico y se priorizaron los compresores. El resultado es más comerciable, por primera vez se expuso un perfil variado con baladas pop como Needles and Pins y Questioningly. La voz de Joey en este registro es notoria y fue el incentivo para que Phil Spector produjera End of the Century en 1980. Spector era un artesano minucioso, había trabajado asiduamente con los Beatles y supervisó los proyectos solistas de Lennon, Harrison y Leonard Cohen. También era un maltratador crónico y eventualmente fue condenado por femicidio. “Cuando mató a esa chica” recuerda Johnny “pensé que lo raro era que no matara a una por año”.
Todos los testimonios de esa grabación lindan el trauma. La cierto es que el grupo ya estaba consolidado y mantenía hábitos profesionales, sea llevando a los mismos técnicos a las giras o grabando las pistas sin cortes. Spector dio vuelta todo: obligó a Johnny a tomar un solo acorde durante horas y cuando éste se rehusó a seguir, le puso un arma en la cabeza. Aparte de ese incidente, dice el guitarrista que el productor trataba mal a medio mundo. El porte desvaído y yonqui de Dee Dee lo sacaba de quicio, pero también le gritaba al ingeniero y a los sesionistas. A veces pasaba varios días sin comer y sin dormir, yendo de una a sala a la otra como un tigre cadavérico. El grupo aceptaba su tiranía con la esperanza de un disco que las radios quisieran transmitir y esa mano maestra se aprecia al comparar los demos originales con la mezcla final. End of the Century decretó, en todo caso, el fin del punk duro de los setenta. Los Ramones odiaron el desvío meloso de los arreglos pero el disco tiene baladas encomiables como Danny Says y clásicos más rapaces como I can’t make it on time. Para Baby, I Love You, Spector llegó a convocar una orquesta al estilo Sgt. Peppers. No dejó que la banda lo grabara: el tema era de su autoría y fue impuesto, una vez más, a punta de pistola.
3. Los discos tuvieron un efecto residual a largo plazo, dice Johnny que de a poco empezó a cruzarse con rockstars que lo reverenciaban como un mentor. Kirk Hammett, John Frusciante, Eddie Vedder… La banda allanó el camino durante décadas sin lograr un solo estadio en Norteamérica. Una maldición venerable, porque las giras no amainaban nunca. “Íbamos a los pueblos más pequeños y a los locales más pequeños y de ahí salía una nueva banda”. Johnny evoca lugares remotos como Tennessee, Johnson City o Pocatello, en Idaho. Se emociona cuando describe el horizonte desértico de Texas y la mirada insólita de los vaqueros de Arizona. También dice que le fascinaba el público japonés, el temperamento zen con el que esperaban cada tema y la locura que los poseía cuando la banda empezaba a sonar.
La relación con Argentina fue diferencial: los Ramones dieron 27 conciertos en seis temporadas. El primer Obras fue un happening exótico, era 1987 e hicieron una sola fecha para un público ecléctico, cinco mil personas entre las que estaban Luca Prodan y Skay Beilinson. “Nos rompieron la cabeza” dice Ciro Pertusi sobre esa noche: “Era imposible no querer hacer lo mismo”. Volvieron a Obras recién en 1991 y repitieron el esquema los años siguientes. Esas visitas fueron reconstruidas por Gerardo Aquino en Ramones en Argentina (2018); entre muchas cosas, su crónica destaca la falta de altivez de los veteranos, la militancia con la que ofrecían el escenario a las bandas soporte locales y la accesibilidad que mostraban en camarines, en los espacios periodísticos, en los vestíbulos de los hoteles.
En 1993 el grupo hizo cinco Obras seguidos y en 1994 llenó su primer estadio, Vélez Sarfield, compartiendo la cartelera con Mötorhead. Fue una gira extrañísima que siguió por Rosario, luego Mar del Plata hasta rematar con un concierto para seiscientas personas en Bahía Blanca. El suplemento cultural de La Nueva Provincia reseñó el espectáculo con una entrevista a Marky Ramone; es un recorte desinteresado y da cuenta de la falta de convocatoria de un grupo que dos años más tarde llenaría River Plate. El desaire de Bahía también es cubierto en Demasiado duros para morir (2007) de Marcelo Gobello, un libro más íntimo y conmovedor, en parte porque el autor mantuvo una amistad genuina con los músicos, a quienes entrevistó en Buenos Aires y Nueva York. Hay algunas imágenes preciosas en esas páginas, como la de Marky atravesando el puente de Brooklyn con su Chevy Impala negro, el viento agitando su corte-taza mientras se acoda en el descapotable y elogia a los Beatles, o la entrevista que Johnny cedió en la trastienda de Gap, en Mar del Plata, cuando anunció por primera vez que el retiro de los Ramones era inminente. Gobello incluso convenció al cuarteto de quedarse unos días en La Feliz; aunque no haya fotos podemos figurarlos ahí, sobre el boulevard marítimo, pateando la arena sucia con el neón de Quilmes y el oleaje de fondo.
Parece mentira pero la ramonesmanía estalló esos años tardíos, en un país que no era el suyo y que estaba más cerca de la Antártida que de Nueva York. El deterioro físico es inevitable y en 1995 diagnosticaron el cáncer linfático de Joey Ramone. Gobello llegó a visitarlo horas antes del Monumental, en su habitación del Hyatt, dice que escuchaba a Neil Young y que viajaba con varios discos que lo ayudaban a sortear el desánimo de la enfermedad. Pero de quien no hay registro es de Dee Dee, que tenía un comportamiento errante y adicto y hacia 1996, mientras la última formación del grupo se despedía de nuestro país, estaba recluido en una casa en Banfield. Ese destino azaroso lo asemeja un poco a Gombrowicz, a Rimbaud, era un poeta maldito que había crecido en la Berlín de postguerra y dominaba en alemán lo que ignoraba de español. En su autobiografía, Dee Dee dice que las calles de zona sur le resultaban apacibles, el barrio era un paréntesis de su vida frenética y apenas dejaba de la zona, cada tanto, para cobrar regalías en un Western Union del microcentro.
4. En veinte años grabaron catorce discos de estudio y dos vivos. Todas las presentaciones replicaban indistintamente el sonido neandertal con el que debutaron, frente a una decena de parroquianos, en el cubículo de CBGB. It’s Alive fue captado la noche de año nuevo de 1978 en el Teatro Rainbow de Londres. “En mi opinión,” escribe Johnny, “fue nuestra cumbre, nuestro mejor momento y nuestra plenitud como banda”. Hay un montaje de esa presentación que parece renderizado en 120 FPS: las articulaciones de los músicos son alígeras y el downpickingrevela un virtuosismo elemental y a la vez prodigioso. Combination age/level very good. Sorprende también el movimiento esquemático del grupo, los extremos del trapezoide que se contraen en perfecta coordinación, tal como instruía el DT tras estudiar sus jugadas en VHS.
El segundo vivo es Loco Live e inmortaliza una noche en Barcelona de 1991. Es un disco de treinta y tres temas y una hora de duración: una bestialidad. El comienzo es lento y ceremonioso, primero se percibe el gentío y al rato suena The Good, the Bad and the Ugly, simulando la escena de un western que precede la balacera. Cuando termina la pista irrumpe el acople de la guitarra: es una nota afilada, en crescendo, como la estela de una bomba que raya, a lo lejos, el horizonte, segundos antes de reventar contra el páramo. El hilo conductor de ambos recitales es el enganche entre las piezas, a veces la batería hace de puente pero en general quedan los acordes reverberando en el vitoreo, en la humedad de la sala, hasta que el bajista grita one two three four y arranca el tema inmediato. Ese aullido afónico no solo condensaba una estrategia performática, sino también una postura, una filosofía de la música que implicaba ir hacia adelante siempre, sin hesitaciones, como un kamikaze bajo el influjo de una orden suprema. La verdad es que tenían una fascinación conceptual con el fenómeno de la blitzkrieg y esa pulsión militarista se expandió a todas las bandas del género. “Johnny era todo un espectáculo” decía Marky en otra ocasión: “Empuñaba la guitarra como una ametralladora, se movía por el escenario con la furia de un poseso, se agitaba salvajemente, se ondulaba con el ritmo… Era la esencia del rock n’ roll”.
En sus oraciones breves, en su parquedad apenas templada por la sensatez, Commando opera una traslación perfecta entre el arte de tocar y la narración. Claro que en las últimas páginas el tono se ablanda. End of the Century se vuelve premonitorio si consideramos el destino fatídico de los músicos, que en el umbral del milenio enfermaron casi al unísono. “Lo último que quería era acabar como un deportista veterano (…). Las canciones también se volvían cansinas: hay una creatividad limitada en el alma humana”. Así y todo se mantuvieron impertérritos hasta mezclar ¡Adiós Amigos!, una catarata de acordes duros que mantiene a rajatabla el espíritu primitivo de los setenta. Sin más contemplaciones, la guitarra de los Ramones switcheó a canal limpio a fines del 96. Los párrafos lacónicos de Commando se vuelven testamentarios en este punto: “Cuando leas este libro es posible que ya no esté, pero he tenido una magnífica vida con independencia de cómo se haya torcido ahora”.
El cuerpo de Johnny fue consumiéndose progresivamente hasta 2004. “Hay preguntas que mi médico no contesta, pero sé que hay síntomas que ya no se irán, y mi instinto dice que es mejor no hablar de ellos”. Sería justo decir que esos días finales replican la forma en que apagaba sus equipos Marshall, empezando por las perillas, luego sacando el standby y esperando que las válvulas se enfríen de a poco. Sus amigos emplazaron el memorial en el Hollywood Forever, uno de los cementerios más antiguos de Los Ángeles. Pocos meses después, Pearl Jam tocó por primera vez en Argentina. Tengo imágenes dispersas de esa noche, no sé precisar si llovía o si era la transpiración ajena que patinaba sobre mi piel adolescente, pero recuerdo con nitidez las palabras de Eddie Vedder cuando anunció, en español, que iban a covear a los Ramones y que dedicaba el tema a su mejor amigo. “Lo extraño todos los días” dijo Vedder entonces. Luego siguieron tocando hasta que los fresnel de Ferro apuraron la salida. Como en muchos de sus recitales, cerraron con Yellow Ledbetter. Una canción ideal para bajar la cortina.//// Niza, septiembre 2024.////PACO