En menos de un año Spider-man se quedó huérfano. Steve Ditko, dibujante y co-creador “oficial” del más famoso héroe de Marvel, y el encargado de diseñar el traje clásico que disfrutaríamos en aquellos primeros cómics y que se seguiría respetando casi en su totalidad en la mayoría de las versiones live-action del personaje, murió en su departamento, presumiblemente por un infarto, el 29 de junio último, y el pasado lunes 12 de noviembre nos abandonó Stan Lee a los 95 años, el guionista de aquella ya clásica Amazing Fantasy #15 de 1962 que presentó por primera vez a nuestro héroe arácnido en papel. En la cultura popular nadie podría negar que Spider-man fue una creación de Stan Lee y Ditko. Sin embargo, incluso sobre este personaje hay controversia. Otro gigante de la historia del cómic norteamericano, Jack “King” Kirby, alega que nuestro joven héroe oriundo de Queens fue una idea que desarrolló él mismo, basándose en los conceptos de otro personaje fallido que nunca logró ser publicado, “The Fly”, un superhéroe en el cual había trabajado codo a codo con Joe Simon, con quién también habían creado años atrás al Captain America original.

Si nos basamos en los dichos de Kirby, Spider-man le debe tanto a Stan Lee y a Ditko como al propio Jack, e incluso al mismísimo Simon. Toda la carrera de Stan Lee fue así: una polémica detrás de otra. No hay mérito de este guionista, editor y productor que no haya estado mancillado por rumores, malentendidos y acusaciones de excolaboradores. Su vida y su trayectoria completa pueden ser leídas de maneras ambiguas, y cada uno de sus logros se encuentra siempre a mitad de camino entre sus propias capacidades creativas y la falta de reconocimiento de aquellos que imprimieron su estilo gráfico y su narrativa en los guiones que desarrollaba. Su famoso y bien ponderado “método Marvel” era tan polémico como efectivo: resulta que el buenazo de Stan se sentaba con los dibujantes para plantearles el argumento básico sobre el cual deberían trabajar, el plot de la aventura, y dejaba en ellos la responsabilidad de la narrativa, de la puesta en página, de la estructura general e inclusive en muchos casos les daba libertad para tomar decisiones enormes sobre la incorporación de personajes secundarios o pequeños giros en la trama. Luego, esas páginas regresaban al guionista para incorporar los diálogos finales. Este eficaz método le permitió a Stan por momentos estar al frente de cerca de 12 títulos mensuales, algo absolutamente impensado ahora, cuando los guionistas más prolíficos de ese enorme mercado llegan hasta 5 títulos por mes, y seguramente con una dudosa calidad en todos ellos.

Pero Stanley Martin Lieber era así, le importaba muy poco lo que el público o sus mismos colegas pudieran llegar a opinar de este método y de las consecuencias a corto o mediano plazo sobre el reconocimiento de la creación y el desarrollo de los personajes. En tanto y en cuanto este sistema le permitiera tener el control creativo general y las líneas narrativas, y sobre todo le facilitara la producción regular, él lo seguiría llevando adelante, y su carisma lidiaría con el resto. Ese es el otro tema con Stan Lee: puso tanto o más esfuerzo en crear y desarrollar personajes para Marvel como en la construcción del mito alrededor suyo. Durante años se encargó de llevar adelante la promoción de cada una de sus obras, dentro y fuera de los cómics, y su magnética personalidad y su facilidad para el diálogo ágil y dinámico lo transformaron en una figura pública importante, al punto tal que la junta directiva de Marvel estaba encantada con tenerlo como vocero. Más allá de todas las acusaciones que se le puedan adjuntar, certeras o no, hay algo en su trayectoria que es indiscutible: hizo todo lo posible para lograr que estos personajes se terminen transformando en parte de la cultura popular mundial. Y lo logró. Se enamoró de forma muy temprana y casi por casualidad de la historieta, y desde que se puso la mochila al hombro fue un férreo defensor y un enorme portavoz internacional del cómic. Algunos dirían casi un evangelizador. Hay un montón de ideas y maniobras editoriales que casi podríamos asegurar que las inventó el, y si no fue el primero, al menos fue el que tuvo la destreza para implementarlas de manera efectiva y encontrarle la vuelta para que funcionaran comercialmente.

Pensemos un poco lo que Marvel Studios construyó en el cine con los héroes adaptados del papel que vienen desarrollando hace ya una década en ese universo común en el cual distintas películas van presentando año a año a muy variados personajes y luego, de formas disímiles y en muchos casos inesperadas, los cruzan, haciéndolos convivir a veces de manera directa y otras con pequeños cameos o referencias que solo logran entender los más despiertos. Un montón de líneas narrativas se van cociendo por detrás de las tramas principales de cada estreno, hasta estallar en una megaproducción millonaria que aúna prácticamente todas las directrices argumentales vertidas hasta el momento: Avengers. Bueno, eso también forma parte del legado de Stan Lee, le pese a quien le pese. Y que todo esto tenga éxito y funcione comercialmente también forma parte de una arquitectura gigantesca que fue pautada y planificada desde hace al menos 50 años por este neoyorkino. Stan “The Man” Lee fue un escritor con un olfato comercial único, y no somos pocos los que opinamos que redefinió la labor no solo del guionista sino también del editor dentro del mercado del comic book, coordinando distintos equipos creativos para lograr hacerle creer al lector que todos estos personajes coexistían en nuestra realidad, y en cualquier momento podíamos cruzárnoslos. Es indiscutible que fue un tipo con una imaginación enorme y un oficio gigantesco, solo hay que pensar que cuando crea junto a Kirby a los Fantastic Four, en noviembre de 1961 (el cómic que hoy es considerado la piedra fundacional del universo Marvel), ya hacía dos décadas estaba trabajando como editor y guionista de historietas, rompiéndose el lomo día a día escribiendo géneros tan diversos como el western, la novelita romántica y el horror, e intentando emular aquellas series que más vendían.

Stan comienza a ejercer como editor interino en 1941, en la división de revistas pulp de una muy pequeña Timely Comics, que recién dos décadas después evolucionaría a Marvel Comics. En esos años Marvel Comics era tan diminuta que a duras penas lograban alquilar una mugrosa oficina reventada de tres por tres, donde trabajaban apretados como sardinas con salarios magros y a contrarreloj. Pero es injusto evaluar la trayectoria de este mito sin su correspondiente contexto. El comic book norteamericano, a fines de los 50 y principios de los 60, seguía siendo considerado un tipo de lectura menor con un target exclusivamente conformado por niños. Que no le quede a nadie la más mínima duda: Stan Lee fue el responsable de cruzar ese umbral y capturar la atención de adolescentes y adultos. ¿Cómo hizo una editorial insignificante como Marvel para plantarle batalla a la archiconocida D.C. Comics, que ya contaba con personajes tremendamente icónicos como Superman, Batman y Wonder Woman, que además tenían programas radiales, animaciones y hasta cortometrajes para cine y series de TV? Bueno, con un genio como Stan Lee, que escribía historias para el pibe que estaba en la secundaria y también para el que comenzaba a insertarse en un complicado mercado laboral. Marvel salió a la cancha a patear el tablero presentando personajes con conflictos que le permitían al lector identificarse rápidamente. Adolescentes transitando los cambios hormonales e intentando torpemente insertarse en nuevos círculos sociales mientras tenían que lidiar con un trabajo de medio tiempo y los exámenes iniciales para ingresar a una universidad; familias disfuncionales que construían una fachada para el público en la cual se mostraban como el máximo exponente del American way, pero que puertas para adentro atravesaban crisis existenciales y reiterados cortocircuitos interpersonales; hombres de ciencia que pagaban un precio enorme por llevar sus investigaciones al límite y un par de pasos más allá, y debían cargar entonces con la cruz de una psiquis resquebrajada entre el ser racional y un monstruo descontrolado; subespecies de humanos con capacidades alteradas, deseosas por lograr el reconocimiento de los “normales”, negado una y otra vez a causa del racismo disparado por el miedo a lo desconocido.


A diferencia de los de D.C. (donde en esos años, los guionistas y editores de la misma debían lidiar con retrógradas limitaciones que bajaban desde la junta directiva, como por ejemplo no utilizar palabras de más de tres sílabas), los personajes de Marvel también hablaban como personas “reales”. Uno podía notar la distancia enorme entre el léxico que manejaba un obrero de la construcción de Brooklyn y una concheta de la zona residencial de Manhattan. El slang del idioma ingles estaba en los guiones de Stan Lee, y claramente marcaba una diferencia abismal con su competidora. Aún cuando podamos acusar al hombre de plagio, o en el mejor de los casos de tomar ciertas ideas que funcionaban en la vereda de enfrente y reversionarlas, su aporte desde ese lado queda fuera de discusión. Según Celebrity Networth, la fortuna de Stan Lee el año pasado ascendía a unos US$ 50 millones, y cuando Disney compró la editorial firmó un contrato vitalicio para cobrar US$ 1 millón más por año con una cláusula que solamente le exigía filmar los cameos e incluía las regalías por la explotación audiovisual de “sus” personajes. Más allá de las concesiones a las zonas turbias de su trayectoria, ningún amante de los cómics puede dejar de emocionarse con la partida de quien ha formado parte de la creación de Hulk, el Doctor Strange, los Fantastic Four, Daredevil, Black Panther, los X-Men, Ant-Man, Iron Man, Thor y los Avengers. Y, en mi caso particular, con quien diera vida a Peter Parker, mejor conocido como Spider-Man, el personaje que se terminaría transformando en el emblema de Marvel y uno de los más humanos, porque guarda dentro suyo una carga dramática enorme y representa probablemente mejor que ninguno la consigna del héroe moderno: la única forma de estar a la altura del desafío de salvar las vidas de tus seres queridos, tu ciudad o al mundo es estar preparado para sacrificarlo todo, absolutamente todo. Y esa mochila es una responsabilidad enorme, que solamente pueden acarrear los grandes. Los más grandes y las leyendas como Stan Lee. Excelsior!////////PACO