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1.
Para la geología la erosión es un proceso natural que actúa sobre toda la superficie emergida del planeta, es decir, todo aquello que no quedó enterrado en los ominosos fondos del océano. El proceso consiste, esencialmente, en el desgaste o la destrucción de dicha superficie mediante la fricción continúa o violenta con un otro, un agente externo, como el agua o el viento. Su origen está en la capa gaseosa que envuelve la Tierra y se sostiene sobre el potencial regular que afecta al planeta entero: la gravedad.
2.
Todo gira y las vueltas van friccionando las superficies modelándolas como las manos de un escultor. Las montañas se reducen a guijarros, los ríos a gargantas profundas y sinuosas, los antiguos valles a las llamadas badlands del sur de Estados Unidos, con sus laderas verticales y raquíticas, sus tierras áridas y secas, pesadilla de náufragos como Álvar Núñez Cabeza de Vaca y telón de fondo para películas de adolescentes violentos y enamorados. La erosión puede formar una escultura de piedra que parece un árbol en el desierto de Siloli en Bolivia, un arco de roca para un anfiteatro en el Jebel Kharaz de Jordania o una ventana sobre la cima de las sierras en Tornquist. Una idea predomina: la reducción. La síntesis. Pero también la apertura y la precisión, la definición de las formas y las líneas, el modelado de nuevos contornos.
3.
A su vez, la erosión implica el movimiento de materiales y sedimentos de un lado a otro, como las arenas del Sahara que llegan a las Islas Canarias y se difuminan sobre el Atlántico. Todo lo que se frota es llevado a otro lugar, recolocado, puesto en sintonía con un nuevo ambiente, dando lugar a las mareas de dunas o los desiertos de piedra. En su etimología erosión viene como nombre de la acción del verbo erodere, que significa algo como corroer, roer. Podríamos agregar, entonces, que hay algo cáustico en la erosión y, por qué no, también parasitario.
Sin embargo, la erosión parece ocultar su propio proceso. Su duración milenaria, su presión lenta y sostenida durante los siglos, da la impresión de obra acabada. Todos sabemos que no alcanza la vida un hombre para ver una montaña reducida a colinas, las llanuras convertidas en desiertos de dunas o el cauce de un arroyo transformado en precipicio. Solo podemos ver lo que la erosión hizo hasta ahora, lo que nos muestra de su trabajo.

4.
Para los japoneses la erosión es una forma de arte, o como señala Tatarkiewicz, como es la técnica, es la obra y el artista. Durante la ceremonia del té se puede agregar el arte de contemplar piedras, llamadas suiseki. Los suiseki serían rocas de pequeño tamaño formadas por la erosión sin ningún tipo de manipulación humana. Su belleza, sencilla y profunda según los japoneses, radica en sugerir con su forma una escena natural o un objeto íntimamente relacionado con la naturaleza. Se dice que un suiseki tiene que representar para el ojo humano, en pocos centímetros, el orbe entero y el cosmos que lo contiene.
El escritor Hideo Marushima decía que podía ver el mundo en una piedra: “algunos objetos en este mundo son enormes y otros son pequeños, y vienen en todas las formas, pero no son tan diferentes cuando miras su esencia”. Para Marushima y los admiradores de los suiseki, la erosión deja al descubierto en estas pequeñas piedras la esencia de un plano más amplio. No es necesario ir a ver la violencia de la naturaleza en el Monte Fuji. Alcanza con una porción de su esencia sobre la mesa a la hora del té. Podríamos decir, entonces, que el arte de la erosión está en la reducción, en dar forma y representar. La idea es sugestiva, sigamos.

5.
Chesterton tenía bien en claro lo que era un verdadero artista para él. En principio, alguien que comunica algo. Insiste en que no tiene que ser algo sencillo o rápido, apenas inteligible, pero tiene que tener como esencia una expresión. Su ataque, obviamente, está dirigido a la idea del artista romántico de su tiempo, a la concepción del “hombre genial, que hay en él cosas demasiado profundas para que pueda expresarlas y demasiado sutiles para que puedan ser objeto de la crítica general”. Con la ironía de un buen católico, Chesterton afirma que justamente eso es exactamente lo que es cierto respecto a un hombre corriente, el “hombre llamado filisteo”, pero no para un artista. El hombre común es, por definición, aquél que tiene “en su alma sutilezas que no puede describir, tiene secretos sentimentales que no puede mostrar en público. Él es quien muere con toda su música dentro”. Para Chesterton, entonces, el momento del verdadero artista es cuando abandona las formas extravagantes y revolucionarias, ferozmente originales, y se vuelve vulgar, llano, depurado, erosionado. “El momento en que el individuo aparece por primera vez en el mundo por el que se interesa el arte: el mundo de la receptividad y la apreciación”. La apreciación de un suiseki, de una esencia.
6.
En este punto, para las mentes más pequeñas aparecen los problemas más grandes, las montañas más altas. El lienzo sin pintar. La hoja en blanco. “¿Cómo voy a llenar la página blanca?” es la pregunta que buscan responder los talleres de escritura que solo saben ofrecer pintarla de amarillo. Para Deleuze, la angustia de la página en blanco es, por supuesto, “estúpida hasta las lágrimas” ya que no entiende, en principio, por qué alguien querría llenarla, “a una página en blanco no le falta nada”. Para Deleuze, toda la cuestión es forzada, ya que si alguien se detiene frente a una hoja en blanco no corre ningún riesgo de llenarla y que este equívoco es, además, el germen de una concepción estúpida de la escritura, aquella que trafica la idea de que se puede escribir una columna cada domingo.

A contrapelo, Deleuze cree que no hay diferencia entre la pobre cabeza y el cerebro agitado del escritor y la hoja en blanco. El problema, insiste, es que realmente la hoja no está en blanco, ya hay un montón de cosas sobre ella, la propia página del escritor está atestada. Ese es el problema a la hora de escribir para él, la página está tan atestada que no hay lugar para añadir nada más. Entonces, la dificultad es al revés. Para Deleuze, “escribir será fundamentalmente borrar, será fundamentalmente suprimir”. Digamos, erosionar, corroer la página en blanco, marcarla, reducirla. ¿Pero reducir qué? Deleuze se pregunta lo mismo y responde apenas alejado de la mente en la que pensaba Chesterton: “¿Qué hay sobre la página antes de que comience a escribir? Diría que hay el mundo infinito de la pelotudez”.
La cabeza está llena de pelotudeces dice Deleuze, pero de cierta manera, todo en ella es igual. No hay distinción entre lo bueno y lo malo de una idea, están en el mismo plano. Es solo a través del acto de escribir que la extraña selección jararquiza, deviene acto. Escribir es, en definitiva, “una fantástica eliminación, una fantástica depuración”. Acá diremos una erosión. Para Deleuze las ideas están completamente hechas, pero no se pueden medir en verdadero o falso, el mundo de las ideas es sólo justificable por categorías más finas: lo importante, lo esencial o lo inesencial, lo notable y lo ordinario, etc. En definitiva, ideas que excluyen, que separan, como las fronteras. “El mundo de las ideas completamente hechas es eso que tenemos en la cabeza, sean ideas colectivos, incluso ideas personales”. Por supuesto que hay ideas que pueden estar en uno mismo, que se pueden decir, incluso, en voz alta, pero la prueba de fuego es al escribirlas. Y ahí surgen las preguntas: ¿qué es esto? ¿qué es lo que estoy diciendo? ¿vale la pena escribirlo?. Para Deleuze “si uno se pregunta mucho eso, no digo que se logre, uno se equivoca como todo el mundo, pero se equivoca menos seguido”. Y así tal vez, solo tal vez, podamos pasar del desierto estéril de lo igual a la precisión esencial de un suiseki////PACO
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