Política


Aborto para unos, banderitas para otros

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Hay algo “frankenstaineano” en la discusión sobre el aborto. A ese cúmulo de células alojado en el vientre de una mujer se le otorgan toda clase de sensaciones, ideas, pensamientos, sentimientos, se proyectan los miedos y la pasión de cientos de miles de personas. En la imagen del feto puedo ver aquello que describió Ray Bradbury en el cuento “El frasco”, publicado en 1944. En el relato, un grupo de personas observaban todas las noches un frasco comprado en una feria que contenía un amasijo indefinido de cosas. A medida que los espectadores se concentran, ven al gatito que asesinaron cuando eran chicos, a los ojos de su hijo desaparecido, al riñón que perdieron por su alcoholismo. El frasco nos interpela en la medida en que cuestiona nuestros principios morales más profundos. ¿El frasco es bueno o malo? ¿Siente, piensa, sabe? ¿Le debemos algo, nos debe algo a nosotros? ¿Es parte de la obra de Dios o del Diablo? En ese sentido, las preguntas sobre el feto se parecen a las del frasco. Basta con ver los memes del feto ingeniero -los que están a favor, los que se ríen de él- para tomar conciencia de las diversas posturas que existen sobre ese objeto que no terminamos de saber cómo se relaciona con nosotros y nuestra ética. Y esa discusión se traslada hoy al ámbito político-legislativo, un campo donde existen otras reglas, que son diferentes pero no totalmente distintas, y donde la moral y la ética presentan otras problemáticas, otros dilemas.

Aunque para la vida en sociedad de los argentinos la legalización del aborto es un tema de vital importancia, para el quehacer político es un asunto menor.

Lo que es bueno para uno puede no ser bueno para la sociedad, y viceversa. La vida en democracia lleva a trasladar estas cuestiones todo el tiempo, y la frontera entre la experiencia personal y social se difuminan o se aclaran según cómo veamos el problema. A veces, sólo a veces, la economía toma un cariz similar, y comparamos las cuentas de una familia con las cuentas de un país, y la discusión por las tarifas de servicios se convierte en un enlistado de tips de ahorro digno de la revista de DIA%. Pero esa banalización de la economía se torna siniestra cuando se trata del aborto, porque al fin es un tema que habla de la vida y la muerte, del sufrimiento, la estigmatización, el crimen, la culpa, el odio y el amor.

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El aborto es uno de esos temas laterales del quehacer político: siempre está latiendo, y aún cuando pasa a primer plano, nunca es lo más importante de la agenda. Tal vez sea porque los destinos de los países son liderados por los asuntos económicos y el aborto es más un tema de salud pública que otra cosa. Sin embargo, el componente moral es determinante para generar un debate intenso que ocupe las agendas, aunque sea por unos días. En el caso argentino, el proyecto fue una movida del gobierno de Mauricio Macri para desviar la atención del paro general que la CGT había realizado en febrero. La marcha ocupó las primeras planas de todos los medios, las encendidas palabras del líder Hugo Moyano lo habían transformado en el principal opositor. Cambiemos necesitaba algo para que se dejara de hablar de una derrota del gobierno: un proyecto sobre un tema que abriera una intensa polémica parecía tan ideal como valiente. Ojo, hablamos de valentía política, porque siempre hay riesgo de que la ley se apruebe, con consecuencias imprevistas. Pero Cambiemos tiene un timing envidiable para la manipulación de la opinión pública y el debate, y cuando ese sábado a la mañana los medios daban la noticia, muchos se dijeron: “Mauricio, lo hiciste de nuevo”.

Tanto el oficialismo como la oposición se negaron a tratarlo con celeridad, por lo que el análisis y el debate de los proyectos se dilató varios meses.

Tanto el oficialismo como la oposición se negaron a tratarlo con celeridad, por lo que el análisis y el debate de los proyectos se dilató varios meses. Lo acompañó una saturación del asunto en redes sociales, un explícito apoyo de los movimientos feministas y un rechazo de los nacientes “movimientos provida”, que morirán con la definición de la ley. Toda esta organización desorganizada mantuvo el fuego encendido aún cuando la mayoría de los argentinos iban perdiendo el apetito a medida que tardaba en cocinarse.

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Es curioso que los detractores de la ley impusieron la idea de “cuidar las dos vidas”. Se refieren, claro está, a la madre y al embrión, o feto, o hijo no-nato, o el bebito, o el feto ingeniero. Estos detractores se componen de los mismos estratos sociales y representantes políticos que criticaron severamente las medidas proteccionistas del gobierno anterior a las embarazadas, e hicieron lo imposible para la derogación de la Asignación Universal por Hijo (AUH). Aquellos que repetían que las mujeres “se embarazan por un plan”, hoy insisten en que ese mismo embarazo es sagrado. Esa contradicción tal vez sea la más poderosa y la que deslegitima su postura en mayor medida. Es insólito que se hayan acordado de la salud pública precisamente cuando el antiguo proceso de la transferencia freudiana había calado en lo más hondo del debate público. Los detractores sienten más empatía por un niño que no nació que por los adultos desangrándose en los hospitales públicos. Y tal vez haya ahí algo para entender cómo piensan: la empatía de este tipo social se focaliza en la idílica imagen de un bebé puro, muy lejos de un adulto corrompido por la vida.

Por otro lado, entre quienes insisten en la necesidad de la aprobación, existen intereses de lo más variados: desde genuinos cruzados del aborto legal hasta grupos e individuos que buscan capitalizar la buena causa de la semana. En tiempos donde ser bueno, sentirse bueno y ser percibido como bueno parecen la misma cosa, el aborto legal, seguro y gratuito aparece como una carta fácil de exhibir para quienes no tienen ninguna ética en su vida y su praxis pública. Entre ellos, muchos reconocen el argumento de favorecer la vida de quienes hoy están desprotegidos al realizarse un aborto clandestino, pero la vida de estas mujeres no les importa mucho más que la vida (o la muerte) de cualquier otro. Sin embargo, en estos temas no importa tanto por qué se apoya o se critica, sino la fuerza que cada grupo pueda hacer para que el proyecto sea aprobado o rechazado. Y, en general, la opinión pública siente que es un tema que los toca lateralmente, mientras que el debate más intenso es llevado adelante por minorías o grupos de intereses más o menos radicalizados que buscan imponer su postura en nombre del bien común.

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El debate que le dio media sanción a esta ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo en la Cámara de Diputados fue uno de esos momentos épicos que a veces nos regala la política argentina. Una clásica sesión que dura casi 24 horas, en la cual todos quieren lucirse con discursos rimbombantes, sobreactuaciones, llantos, gritos, peleas. En este debate en particular también pudimos ver un catálogo de confesiones que ralló el ridículo: los oradores narraron sus más profundos miedos e historias de vida propias y de sus allegados, convirtiendo al sagrado recinto de la democracia en una clase magistral de literatura del yo. Los debates en las comisiones que estudiaron el proyecto no sólo vieron desfilar a prestigiosos técnicos y especialistas, sino también a miembros de la farándula de dudosa reputación que, calzados con un pañuelo de uno u otro color, encendieron las tapas de los medios de chismes con calientes definiciones políticas. Si embargo, el poderoso caudal de información tuvo mínima o ninguna importancia a la hora de medir su principal función. La mayoría de los diputados, lejos de haber sido educados para decidir, lo único que hicieron es mirar el asunto con abulia y votar con argumentaciones dignas de cualquier hijo de vecino, alegando razones estrictamente personales o directamente a malentendidos pseudo filosóficos para justificar su apoyo o su desaprobación. Nunca dejaron de confundir una ley que despenaliza a la mujer por abortar, y que brinda condiciones humanas para hacerlo, de su estricto apoyo personal al hecho filosófico de abortar.

Luego de una ajustada aprobación de la ley hubo un rush de entusiasmo, al punto que se descartó por algunas horas que los senadores voten en contra.

Luego de una ajustada aprobación de la ley hubo un rush de entusiasmo, al punto que se descartó por algunas horas que los senadores voten en contra. La ingenuidad, la desinformación y la falta de visión política, una vez más, se demostraba en un debate que no dejó más que un trámite administrativo y fue un bochorno a nivel democrático, con legisladores que mostraron su costado más subliminal al momento de argumentar y desconocieron las miles de horas que la sociedad civil invirtió en brindarles información para una decisión no digo inteligente, sino cuanto menos razonable.

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Ahora la ley se vota en la Cámara de Senadores, esperando su sanción definitiva o su rechazo. Mientras que Diputados es un organismo permeable, demagógico, compuesto en su mayoría por políticos que ansían comunicarse con sus electores, se inmiscuyen activamente en los asuntos sociales, toman postura hasta de lo que no le preguntan y mantienen actualizadas sus redes sociales con toda clase de piruetas para llamar la atención, el Senado es muy diferente: un oscuro espacio cerrado, hermético, donde conviven políticos que tienen décadas en el poder, ex presidentes, ex vicepresidentes, caciques feudales, hermanos de hierro, barones del conurbano, intendentes de férrea mano política, hábiles manipuladores del poder. Me contaron una anécdota ilustrativa: dicen que durante el debate en comisiones, el grupo de feministas de Twitter comandado por Malena Pichot intentó entrar al edificio del Senado para mostrar sus pañuelos verdes durante las exposiciones de técnicos y profesionales, tal como hicieron durante el debate en Diputados. Pero a diferencia de aquella oportunidad, las chicas no lograron pasar de la puerta, detenidos por agentes de seguridad que les exigían una invitación para ingresar. Ellas le repetían que eran “las representantes de la causa del aborto” y “figuras públicas”, amparándose tal vez en dudosas apariciones mediáticas en programas de segunda y algunas cuentas de Twitter con unos miles de seguidores. Mientras que estas mujeres habían tenido acceso a la Cámara Baja producto de una intensa relación con ciertos diputados “cancheros”, advirtieron de pronto que en el Senado no existía tal camaradería. Un baño de realidad política que preanunció lo que ahora vemos a pocas horas de definir la ley: un rotundo rechazo a la legalización de aborto, producto no de las “presiones de la Iglesia”, como cierto progresismo quiere ver, sino por la misma concepción jerárquica tradicional y la educación política del Senado.

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El debate del aborto fue muy diferente a otros debates políticos de alto voltaje en la historia reciente, como la Ley de Medios, la 125 o la expropiación de Ciccone. Al aborto no lo rodean prebendas, subsidios, apoyos, presupuestos ni las monedas de cambio usuales a la hora de conseguir apoyos para una u otra causa. El toma y daca que caracteriza al Senado no es parte del juego en la legalización del aborto. Ni siquiera la Iglesia, una de tantas interesadas en que se rechace la ley, puede prometer mucho más que la salvación eterna por inclinarse en su favor. El toma y daca, en este caso, es puramente simbólico, y eso le quita fuerza a la negociación.

En un punto me recuerda a esos agentes inmobiliarios que vendían terrenos en la Luna a los incautos de los años 70. ¿Qué se obtiene por votar a favor o en contra? En realidad, absolutamente nada. Y esto es lo más incómodo a lo que se enfrenta la legislación del aborto en un recinto donde la ganancia es el primer factor para decidir cualquier cosa. Esto no fue bien comprendido por quienes impulsaron el proyecto en favor y en contra, y por eso nadie podrá realmente capitalizarlo. Aunque para la vida en sociedad de los argentinos la legalización del aborto es un tema de vital importancia, para el quehacer político es un asunto menor, que se olvidará tan rápidamente como llegó, para volver a dar paso a los temas usuales de la política, donde los ganadores y los perdedores se cuentan con los concretos y blandos dedos de las manos//////PACO