Por @DamianHuergo
Hace siete años ininterrumpidos que nado, al menos, dos veces por semana. En el único período que suspendí, terminé en un hospital de campaña del tercer condón del Conurbano. Entré al quirófano doblado como un paréntesis. Los tres médicos que me observaron me dieron diagnósticos distintos. Sólo acordaron que no podía tomar calmantes. Mi panza se movía y contraccionaba aun boca abajo en la camilla. Sentía que estaba por parir un alien.
La operación es exploratoria, me dijo el cirujano con el mismo tacto que te mete un dedo en el culo un proctólogo. Se aseguró de que el trip de la anestesia funcione y me dio una birome para que firme la autorización. Al despertar, la enfermera me dijo que tuve una obstrucción intestinal por bridas. Querés ver, me preguntó mientras sacaba un celular del bolsillo del ambo. En la filmación se veía mi panza abierta y al cirujano sosteniendo una esfera viscosa, similar a una bolsa de chinchulines freezada.
Cada vez que me desnudo en el vestuario del club, veo en el espejo la cicatriz que me divide en dos. Y pienso que esa bola sí debe haber sido un alien. Uno de esos bichos marinos que necesitan estar un tiempo bajo agua para sentirse en su hábitat. Para no despertar a potenciales crías sigo nadando. Crol, mariposa, pecho, espalda, progresivo, con manoplas, con aletas, en carreras de posta. Se me ensanchó la espalda, endurecieron los bíceps y camino erguido como un joven diputado en campaña. Sin embargo, lo que siguió creciendo a la par fue mi panza. El motivo también es líquido. No pasa un atardecer en que no destape una cerveza.
Los días que despierto con una resaca criminal no pruebo con uvasal, ibuprofeno u otro bálsamo de la industria farmacológica. Como si fuese ese alien acuático que necesita estar bajo el agua, voy a nadar. Son los días que entreno con más intensidad. Llego al club con el cuerpo molido, las ojeras escalonadas y los reflejos adormecidos. Una red de corvinas muertas colgada en la espalda.
El agua tibia me recibe como un abrazo. Antes de ponerme las antiparras nado -con los ojos abiertos- un largo subacuático. Cuando sacó la cabeza tengo la sensación de haber atravesado un túnel. Luego nado y nado y nado, hasta que la puta resaca va desapareciendo. A las dos horas término con el cuerpo cansado, flojo, agotado. También lo siento pesado. Un peso distinto. Al fin y al cabo, sabemos, ochenta kilos de plumas no pesan lo mismo que ochenta kilos de mierda /////PACO