Por Ariel Polosecki / @a_polo
Esta semana un escándalo sacudió el timeline: el diario El País publicó una foto en la que supuestamente se podía ver a Hugo Chávez entubado en un hospital. Hasta ese momento, poco, casi nada era lo que se sabía sobre la internación del mandatario venezolano. Ni siquiera se lo había visto ingresar al hospital. La foto, pues, era la noticia. Pero la noticia fue otra. Fue esta: la imagen en realidad estaba tomada de un video de Youtube, en el cual se veía a un paciente cualquiera que se parecía un poco a Chávez. Y la noticia, esta nueva noticia, además, no tardó en darse a conocer. Al poco tiempo, el diario ya estaba retirando de las calles los ejemplares de su edición impresa, que salían con la foto en la tapa, y no se hizo esperar un comunicado en el que El País admitía haberse equivocado y señalaba como responsable a una ignota agencia de noticias que, además, le había vendido la foto al diario por 30 mil euros. Un golpe maestro.
Pero, ¿quién estaba detrás de semejante operación de desprestigio? Se supo: Tomasso De Benedetti, un tano que en las fotos sale siempre con cara de turro, y que se supo ganar la vida vendiéndole a distintos medios entrevistas con personalidades de la cultura que nunca fueron realizadas. Como todos los falsificadores, De Benedetti es un artesano. Con la palabra y las redes sociales como únicas herramientas, este maestro de escuela romano ya mandó al muere virtual a figuras tan diversas como Fidel Castro, Mikhail Gorbachov, Pedro Almodóvar, J. K. Rowling y hasta al Papa Benedicto XVI. Según dice, su objetivo es demostrar que Twitter se ha convertido en una agencia de noticias. “Las redes sociales son la fuente de información más difícil de verificar del mundo”, señala el italiano, “pero los medios de comunicación les creen porque funcionan a toda velocidad”.
El “campeón italiano de la mentira”, como él mismo se considera, asegura haber inventado “un género nuevo” y le gusta cancherear con el alcance real de sus falsificaciones virtuales: cuando hizo creer al mundo que el presidente sirio Bashar al-Assad había muerto, el precio del crudo se disparó. Y cuando le cambia el nombre y el avatar a la cuenta de Twitter de un falso Kim Jong-un para que adopte la identidad de la política india Sonia Gandhi, se regodea: “Solamente tengo que poner los detalles del perfil de Gandhi y todos mis seguidores de la cuenta de Kim Jong-un se vuelven seguidores de mi cuenta falsa de Gandhi. Es muy fácil.”
A partir de la falsa foto de Chávez, De Benedetti no sólo pone en juicio la credibilidad de los medios de comunicación sino que demuestra que el auge de las redes sociales, la interactividad que por primera vez las audiencias tienen con la información que reciben, obliga a repensar toda la práctica periodística casi desde el principio. Lo que se venía haciendo hasta ahora se ha vuelto obsoleto. Esto es fácil de concluir. Pero hay una cosa más, y es que De Benedetti también terminó demostrando es que vivimos en una época en la que, poco a poco, nuestras mismas identidades empiezan a debilitarse. En una columna en la que se ocupó del tema De Benedetti, Mario Vargas Llosa llega a la siguiente conclusión: “Vivimos en una época en que aquello que creíamos el último reducto de la libertad, la identidad personal, es decir, lo que hemos llegado a ser mediante nuestras acciones, decisiones, creencias, aquello que cristaliza nuestra trayectoria vital, ya no nos pertenece sino de una manera muy provisional y precaria. Al igual que la libertad política y cultural, también nuestra identidad nos puede ser ahora arrebatada, pero en este caso por tiranuelos y dictadores invisibles que en vez de látigos, espadas o cañones usan teclas y pantallas y se sirven del éter, de un fluido inmaterial y subrepticio y tan sutil y poderoso que puede invadir nuestra intimidad más secreta y reconstruirla a su capricho.”
Vargas Llosa parece decir: “Hoy, todos somos fakes”, pero se asusta porque ve ahí que le quitan una libertad. Quizás tenga razón. O quizás sea al revés: ahora podemos ser cualquier cosa, cualquier persona. Incluso, podemos ser campeones de la mentira. En Italia ya tienen uno.///PACO