Por Victoria Mórtola / @glicki
Salimos de ensayar a eso de las doce y media de la noche y fuimos a esperar el 168 a la esquina de Sánchez de Loria y Rivadavia para ir al San Bernardo. Pocas veces me tomé un bondi con tal desprecio por la frecuencia del transporte público. Ese día se me había ocurrido llevar la guitarra y los pedales, jamás lo hago, siempre pedimos que nos presten los instrumentos la sala.
Dentro de la media hora en la que estuvimos tiritando en la calle, mis amigas empezaron a contar la historia de un chofer de dicha línea que no frenó en la parada, y se alejó, mirándolas y mientras se cagaba de risa de ellas. Vino el bondi. Era el mismo chofer de la historia. Nos sorprendió, pero no le dimos mucha importancia. Nos fuimos a sentar a los asientos del fondo. Yo les estaba contando una historia un poco subida de tono, no apta para niños, niñas o adolescentes, y medio a los gritos, porque no sé hablar de otra manera. Con el panorama así, una tipa nos miraba y nos miraba, fijo, entre molesta y nerviosa –¿le estará incomodando lo que cuento?–. No me importó, y seguí.
Frenó el colectivo en una parada, hasta ahí todo normal. La tipa se levantó, me miró fijo, y como un león aprovechándose de la tranquilidad del antílope pastando en el medio de la sabana africana, me agarró la cartera que tenía apoyada la falda y se bajó del colectivo a toda velocidad. En un microsegundo, porque si no no se explica, chequeé los bolsillos de mi tapado para ver si tenía el celular guardado ahí. No. Estaba adentro de la cartera. Esa misma cartera que se alejaba por Guardia Vieja a toda velocidad en las manos de una tenedora ilegítima. Al grito de “noooooooooooooo” me tiré del bondi en movimiento, dejé la guitarra arriba –un gran crimen– y la empecé a correr. El colectivo arrancó, chofer hijo de puta.
Me sentía Usain Bolt corriendo la prueba de los 100 metros. Para mí de fondo sonaba el soundtrack de The Good, The Bad and The Ugly de Ennio Morricone. Corría, a los gritos, desesperada, indignada. Que me había robado, que hija de puta, que alguien me ayude. De la nada, cual Batman, apareció un pibe. La corrió. La agarró. Llegué yo. Lo primero que hice fue agarrar la cartera. Forcejeamos. La chorra tuvo EL TUPÉ de increparme y preguntarme que por qué tenía que darme a mí la cartera. ¿POR QUÉ? ¿Querés que me ponga a explicarte acá, en el medio de la calle, el concepto de robo? ¿Y el de la propiedad privada? No sé, porque lo hago, PERO DAME LA CARTERA YA. Me pidió plata a cambio de la cartera, la muy insolente. Y ahí fue cuando me enojé: le pegué una patada en la canilla, me agarró de los pelos. A lo lejos, como ochenta mil horas después, veo a mis amigas que vienen corriendo, con la guitarra –alivio total. Entonces la cosa se puso violenta: todos nos estamos agarrando de los pelos con todos, el pibe, mis amigas, la chorra. Mientras tanto, pasaba una parejita muy feliz y contenta, de la mano, paseando por Almagro a la una de la mañana. Se encontraron con esta secuencia de delincuencia intentando ser evitada. Al genio del hombre de la relación se le ocurrió agarrar su celular, marcar 911 y amenazar a la ratera con las palabras mágicas: “Soltá la cartera, porque estoy llamando a la policía”. La soltó –ALELUYA– y se fue caminando lo más campante por la calle.
Gracias por doquier. Por poco beso apasionadamente al que llamó a la policía, pero no, tenía novia, mejor me tranquilizarme, pensé. Sintiéndome Marge cuando le dice a Snake que a veces la gente pequeña se atreve a cosas grandes, tenía toda la adrenalina del mundo, el corazón a mil, ganas de cagar a piñas a todo el mundo, y llorar, todo a la vez. Mandé todo a la mierda, y fui a tomar algo igual. Además, ¿qué mejor que la historia de la justicia por mano propia para ser el centro de atención por unos breves minutos?. El pibe que me ayudó a interceptar a la ladrona nos acompañó unas cuadras. Lo invitamos a venir con nosotras a por una birra, pero declinó. Seguramente lo asustamos.
Llegamos al bar y un pibe me paró y me dijo “Vos sos Victoria, la fanática de Paul McCartney, ¿no?”. Inmediatamente mi noche fue un gol. Que te reconozcan asociándote con Paul, aunque sea como una fan desenfrenada, es el logro del que más me enorgullezco, no me lo pueden discutir. No obstante, terminó de decir eso, le dije que sí y proseguí a contarle toda la historia de mi gran aventura de persecución, exagerándola al máximo, obvio, porque siempre se puede ser más attention whore ////PACO