Escribí una novela ambientada en Villa Ballester, una localidad del partido de San Martín. Viví ahí hasta los veinte años. Después me mudé a capital, y mi familia y mis amigos también se fueron, así que no volví a Ballester, ni a San Martín, por mucho tiempo. La novela se publicó por una editorial independiente, es decir que se vendió en algunas librerías de capital y unas pocas más, pero sólo llegó a San Martín a través de lo que yo posteaba en Facebook. Mucho no me importó. Yo había escrito sobre Villa Ballester –pensaba– con cierto desapego, era un gesto literario, daba lo mismo esa que cualquier otra localidad del conurbano, porque la novela en realidad hablaba de otra cosa.

Hace un tiempo recibí un inbox de Jorge Sombra. No tiene foto de perfil. Me dijo que es el presidente de una asociación de escritores de San Martín, y me invitó a una reunión un sábado a la tarde.

-En nuestra sede, directamente. Traé algo tuyo que quieras leer.

Y me pasó la dirección. Quedaba sobre una calle que, quince cuadras más adelante, pasaba por la esquina de mi antigua casa. Cerró el intercambio diciendo DA, y me aclaró que quería decir «de acuerdo», porque estaba en contra de utilizar el anglicismo «ok».

Me dio curiosidad, así que fui. La sede era un local chico, como una unidad básica del MAS. Jorge Sombra me contó que fue funcionario de la secretaría de cultura de la municipalidad, y ahora es jubilado y dicta talleres literarios. Publicó algunos libros de cuentos y se define como historiador de escritores de San Martín. Como no conozco a ninguno, le pregunté cuántos había encontrado.

-Alrededor de 2400 desde la fundación del partido –dijo–. Y tengo una biblioteca con más de setecientos volúmenes originales.

Le regalé el mío.

-Acá hay uno más –dije.

En la reunión éramos quince personas. Cada uno leía algo suyo y los otros aplaudían y festejaban, a veces soltaban algún comentario. Uno llegó tarde.

-¿Ustedes son de Mataderos? -preguntó, señalándome a mí y a dos más que iban por primera vez.

Dijimos que no y bajó la vista, como si le hubiéramos roto el corazón. Leyó un poema sobre Mataderos. Yo leí unos capítulos de la novela, sobre un grupo de adolescentes pajeros en Ballester. En la pausa me vendieron una rifa por una antología de cuentos.

Había un viejo que hacía juegos de palabras. Lo único que decía eran juegos de palabras, excepto cuando le tocó el turno de leer su cuento, que era sobre un niño con síndrome de down que tenía mucho amor para darles a los demás.

El último en leer fue Jorge Sombra. Su cuento se llamaba «El hombre de arena». Era la historia de un tipo que veía a un hombre de arena al costado de camino de cintura. Lo veía todos los días, cuando iba al trabajo. Un día frenó el auto, bajó y lo tocó. El hombre de arena se deshizo en sus manos.

Antes de irnos hicieron el sorteo. Me gané la antología. Jorge Sombra me contó que dedicó su vida a la literatura y que está satisfecho. Tiene una asistente, Silvia, que también estaba en la reunión. Probablemente ella sea su reemplazo cuando él se retire de la asociación.

-El futuro es de los jóvenes -dijo.

Silvia lo escuchó pero no intervino en la conversación, como si se avergonzara un poco. Por ahora escribe -publicó dos libros de cuentos y poemas-, trabaja como maestra y dirige una revista en Internet.///PACO

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