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Llegó el domingo y me fui a pescar con este tipo que había conocido por un amigo en común. El viaje fue corto pero un poco aburrido. No teníamos mucho de qué hablar. Cuando sacamos las cañas dijo que había buena pesca en esa laguna. Ahí ya noté algo raro. Después tiramos y empezó a hablar de la posibilidad de construir cosas que flotaran, cosas que no se pudieran tocar pero que estuvieran ahí. Movía la mano, con la palma abierta, por arriba de su cabeza y miraba el horizonte. Estuvimos unas tres horas y algo sacamos. Después de limpiar dos pejerreyes, el tipo abrió una especie de anguila de agua dulce pero adentro estaba lleno de parásito y tenía olor a podrido. «¿Esta te la querés llevar vos?» me preguntó. Le respondí que no. Volvimos. Me dejó a unas diez cuadras de casa. Antes de que cerrara la puerta del auto me dijo «agregame en Facebook». No lo agregué. Pero cada tanto estoy tentado de llamarlo por teléfono. //PACO