Cristina Fernández de Kirchner, CFK, Cristina Fernández o simplemente Cristina es, ante todo, una persona real, una persona de carne y hueso, con una identidad jurídica y una biografía particular. También es, lo sabemos de sobra, una política, con su carrera, su pasado y su futuro, y a partir del 10 de diciembre de 2019 será la nueva vicepresidenta de los argentinos. Todos esos son hechos incontrastables de la realidad. Pero por otro lado es un significante en continua disputa, una usina de sentidos que los medios masivos de comunicación y algunos sectores del periodismo intentan resignificar, domesticar y, por supuesto, disciplinar. Si aceptamos la premisa de que el lenguaje moldea nuestras subjetividades, el intento puede no resultar tan atrevido. Tal vez este sea el único marco para pensar de dónde provienen durante tantos años las sentencias (equivocadas) de la «muerte política» de Cristina Fernández de Kirchner. ¿Qué pasaría si juntáramos algunas de ellas?
Ubicadas estas sentencias una al lado de la otra se manifiesta como evidente el afán de posicionar al periodismo como el juez que decide quién es bueno y quién es malo, quién está vivo y quién está muerto en la vida política. Entonces, ya no se trata de controlar la técnica de los medios de comunicación para influir en la sociedad, sino de pensar a la industria cultural como algo natural, como el aire que respiramos. Pero lo que el triunfo electoral de CFK vuelve evidente a la luz de estas sentencias es, entonces, las intenciones y deseos, el punto intermedio de la ideología, de aquellos periodistas que buscan travestir de análisis imparcial sus propias fantasías políticas. Es decir, a la par de ser una victoria política de Cristina Fernández, también se desnaturalizó la composición ideológica de los discursos que respiramos en el medio ambiente periodístico, develándose una subjetividad antiperonista.////PACO