1/ Contra las desigualdades, por más educación y en busca de la ampliación de derechos, el Encuentro Nacional de Mujeres realizado el pasado fin de semana reunió a unas 70 mil mujeres en la ciudad de Rosario. Alrededor de cien talleres fueron dictados bajo los temas más diversos: mujeres y religiones, mujeres y organización barrial, mujeres y trabajo reproductivo, de cuidados y doméstico, mujeres trabajadoras sexuales, mujeres y cannabis, feminicidios, mujeres y activismo lésbico, etc. Todo sucedió de acuerdo a lo previsto, incluyendo la ausencia de cobertura de los grandes medios que sólo aparecieron hacia el final, de manera oportuna y previsible, junto a los disturbios, las balas de goma y las pintadas en los espacios públicos. Uno de los tantos graffitis decía: “comer carne es heterosexual”.
Todo sucedió de acuerdo a lo previsto, incluyendo la ausencia de cobertura de los grandes medios que sólo aparecieron hacia el final.
2/ Hay 375 millones de vegetarianos en el mundo, de los cuales el 41% son hombres y el 59% son mujeres. Además de razones religiosas y culturales, las motivaciones que instan a las personas a no consumir ningún tipo de carne son tan variadas como individuales, pero hay un voceo común alrededor del lenguaje del vegetarianismo: los animales son criados en condiciones deplorables y asesinados cruelmente y, como nosotros, ellos también tienen conciencia, sufren ansiedad y padecen el dolor. En otras palabras, no comer carne evita el sufrimiento de una porción del reino animal y se proyecta como un hecho de justicia más allá de nuestra especie. El vegetariano es humanitario con los seres que, en esencia, carecen de esa cualidad.
Uno de los tantos graffitis decía: “comer carne es heterosexual”.
3/ El vegetarianismo no es solamente un forma de alimentación que suma adeptos año tras año, muchos también la adoptan como un modo de vida, incluso una manera de pensar. Esta tendencia ofrece algunas posibles lecturas. Una, la primera y la más obvia, es que por medio de la eliminación de las fronteras imperativas de la naturaleza y con la concesión de derechos, se ha “elevado” a los animales al estrato de lo humano. Hay una nueva conciencia sobre el valor de la vida animal y el rol histórico del hombre, dominante (en clave actual, violento, heterosexual) desde la caverna hasta el universo tecnológico de hoy. Negamos la cuota de barbarie de toda civilización. Una segunda lectura propone, bajo el mismo supuesto, un paisaje más terrible: los seres humanos desarrollamos esta preocupación porque dudamos de nuestra propia naturaleza y resolvemos la cuestión poniéndonos a la par de aquello que siempre se carneó. Desafiamos el sistema del predador por el temor intrínseco a ser predados en un enorme simulacro de grandeza e igualdad y, en ese intento, “descendemos” unos peldaños hacia una zona un tanto más salvaje.
Desafiamos el sistema del predador por el temor intrínseco a ser predados en un enorme simulacro de grandeza e igualdad.
4/ Pero en este proceso de “humanización animal” o de “animalización humana” hay un ingrediente que se presenta como absurdo. Mientras crece el respeto hacia otras especies, el comportamiento entre seres humanos se aproxima más y más a la bestialidad. No hace falta ser un gran cientista social para comprobarlo, con una conexión a internet, ver las noticias o leer un diario es suficiente. Se estima que muere una mujer cada treinta horas en manos de algún miembro de su entorno. Y según la Correpi, apenas en el último septiembre murió un hombre cada veintisiete horas en manos de la policía. El desprecio hacia la vida humana ilustra sólo la parte más estridente y extrema de la bestialidad.
La intransigencia que se respira en nuestras tiempos es sin dudas producto de una mala imitación de lo animal.
5/ Lejos del ensueño naturalista, el contexto es lisa y llanamente misántropo y en él la violencia ha encontrado formas socialmente permitidas o “vegetarianas” para salir a la luz e imponerse. Dos de esas expresiones son la indignación y la intolerancia, y ambas se suscitan a la más mínima discrepancia. Son las más ordinarias porque no implican ningún tipo de elaboración argumentativa ni riesgo de contacto. Basta con devorar al interlocutor, con descalificar las ideas disidentes bajo pretextos acuñados por otros. Como hace una manada de lobos que despedaza a un alce indefenso, como hace una mantis religiosa que una vez satisfecha se come a su fecundador. La intransigencia que se respira en nuestras tiempos es sin dudas producto de una mala imitación de lo animal. La coexistencia del paradigma vegetariano con esta versión cobarde de la antropofagia no se visualiza como posible sin volver sobre los pasos más opresores de la heterosexualidad//////PACO