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Hacia 1979 el gobierno de la República Popular China llegó a la conclusión de que si la población de su país seguía aumentando, muy pronto habría desabastecimiento, hambre y hasta canibalismo en prácticamente todo su territorio. El problema no era nuevo, pero en el pasado la ortodoxia comunista había interpretado el asunto de manera diferente. En la década del 40 Mao Tse Tung había sostenido que “se debe considerar positivo que China tenga una población numerosa. Incluso si la población de China debiese multiplicarse varias veces, podría encontrar soluciones a los problemas creados por su incremento; la solución reside en la producción: Revolución más producción pueden resolver el problema de alimentar a la población”.

Pero para finales de los años 70 China ya había cambiado bastante. En 1971 el equipo de tenis de mesa de Estados Unidos había inaugurado la “diplomacia del ping-pong” al visitar territorio chino por invitación de Mao para una serie de partidos amistosos. Un año después, Richard Nixon viajó a Pekín y pactó ciertos grados de colaboración con el gobierno chino que fueron incrementándose con los años. El objetivo geopolítico estadounidense era neutralizar desde el oriente a la Unión Soviética. China, por su parte, tenía la oportunidad de crecer al calor de la potencia capitalista. Así que encaró reformas pro mercado y permitió el ingreso de miles de empresas norteamericanas a su país, que llegaron seducidas por el bajo costo de la mano de obra local. Entre esas reformas estructurales estuvo la Política del Hijo Único, del año 1979. Como su nombre lo indica, se trataba de un plan impulsado por el Estado para impedir que las familias tuviesen más de un hijo.

Dirigido por Nanfu Wang y Jialing Zhang, y financiado por Amazon, el documental One child nation analiza el impacto y las consecuencias que tuvo en la sociedad china dicha política de control poblacional. El disparador es la historia de la propia Wang, quien creció en un pueblo rural soportando el oprobio de tener un hermano. El recuerdo de una infancia vivida bajo el acoso gubernamental y el estigma social activa la enumeración de traumas familiares y comunitarios testimoniados por quienes padecieron y quienes ejecutaron el plan maltusiano. La propia madre de Wang rememora el propósito de abandonar a su segundo bebé en caso de que no fuese varón. “La política del hijo único era muy estricta entonces”, dice. “Fui testigo de muchos hogares demolidos porque las familias se negaron a la esterilización forzada. Les arrancaban el techo.”

En un principio, eso de “hogares demolidos” suena a metáfora, pero pronto se devela literal. El alcalde del pueblo de Wang describe la operatoria: “Era muy difícil implementar la política del hijo único. Tradicionalmente todo el mundo quiere hijos. Aunque la política del hijo único era muy estricta, es difícil cambiar la forma de pensar de la gente. La gente corriente no lo aceptaba. Los persuadíamos usando propaganda (…) Yo decía que la política venía de arriba. Y que los de abajo no queríamos hacerlo pero no teníamos opción. Esa era la única explicación que podía dar. Si no, teníamos que demoler sus casas o quitarles sus posesiones. Había momentos en que las mujeres se negaban a esterilizarse en algún pueblo concreto y entonces todos los funcionarios de la región tenían que ir y obligarlas en conjunto a que se esterilizaran.”

Con una hábil yuxtaposición de testimonios, las directoras van poniendo de manifiesto la recurrencia de una pregunta que suena a excusa. “¿Qué otra cosa podía hacer?” es lo que cada personaje repite frente a cámara. Funcionarios, médicos, madres, padres, abuelos, todos insisten en que aquel plan de ingeniería social les era impuesto por una fuerza superior imposible de contrarrestar. La obediencia debida al Estado emerge entonces como justificación principal. La partera del pueblo de Wang, por ejemplo, asegura sentirse culpable por los 50 o 60 mil abortos y esterilizaciones practicados por ella. “Los contaba porque me sentía culpable, porque aborté y maté a bebés. Provoqué el parto de muchos y los maté. Mis manos temblaban al hacerlo. Pero no tenía opción, era la política del gobierno. Nosotros no decidíamos, solo ejecutábamos las órdenes.”

Ese Estado poderoso se corporizaba en la vida cotidiana de las personas mediante autoridades locales y organizaciones gubernamentales que asistían y vigilaban a dichas autoridades. El equipo de Doctores del Pueblo fue una célula que durante 20 años recorrió China practicando los abortos y las esterilizaciones. Una esterilización tardaba 10 minutos aproximadamente y un profesional hacía unas 20 por día. Un “aborto” podía ser más complejo porque bajo esa denominación no solo se incluía la muerte intrauterina de bebés sino también largos partos inducidos seguidos por el asesinato in situ del recién nacido. Los funcionarios del gobierno, por su parte, secuestraban a las mujeres que se resistían y las llevaban atadas hasta la delegación de Doctores del Pueblo. Anualmente el gobierno premiaba a los mejores doctores y los ascendía atendiendo al volumen de nacimientos y esterilizaciones registrados en sus áreas de trabajo. En esos años China contuvo sus tasas de natalidad efectuando unos 338 millones de abortos y esterilizaciones. En el año 2015, cuando la Política del Hijo Único terminó, el concepto de “hermano” entre la población china era casi tan abstracto como el concepto de “piedad” o de “humanidad”.

El eje de esa compleja amalgama de violencia estatal, social y familiar se centró especialmente en la mujer. No solamente en las madres esterilizadas, también en las niñas. En una sociedad en la que los varones servían para trabajar y para perpetuar el apellido de la familia, dar a luz a una mujer se volvió prácticamente una tragedia. La consecuencia lógica de eso fue que el grueso de los abortos se efectuó sobre mujeres. Pero hubo otro efecto más: miles y miles de niñas alcanzaron a nacer pero luego fueron abandonadas. En los mercados de los pueblos se volvió cotidiano encontrar cestas o cajas de cartón con bebas adentro. Al ser la mujer un objeto descartable e indeseable, en general nadie recogía esas cestas y las bebés lloraban hasta morir de hambre o por insolación. Cada familia rural en China tiene una historia de esas en su anecdotario. Hasta en Kung Fu Panda se toca el tema del abandono de bebés. Por supuesto, más temprano que tarde el mercado se encargó de encontrarle una utilidad a esos “residuos” sociales y aparecieron organizaciones de traficantes de personas. Básicamente, esas organizaciones tenían empleados que recorrían calles y plazas cirujeando bebés abandonados. Esos bebés eran trasladados a orfanatos públicos donde, en connivencia con la policía, se fraguaban sus papeles y eran dados en adopción a extranjeros (en su mayoría estadounidenses y europeos) que pagaban buenas sumas en dólares. Esos dólares aceitaban todo el mecanismo comercial. Actualmente hay organizaciones que se dedican a buscar a esos niños chinos adoptados por extranjeros para restituirles su identidad.

Los testimonios recogidos en One child nation muestran además un quiebre generacional en China. Aquellos que vivieron como adultos la Política del Hijo Único y actuaron en su marco o en sus márgenes procuran algún tipo de exculpación. La generación que alcanzó a nacer bajo esa ley, hoy ya adulta cuestiona la política por tiránica e inhumana. Hay algo extraño, casi antinatural, para esos hijos únicos en saber que si están en el mundo es porque sus padres los prefirieron a ellos antes que a otros hermanos. Quizá todo eso puede parecer algo ajeno al occidente liberal al que pertenecemos. Pero de modo análogo nuestra civilización insiste ciegamente en el deseo y la voluntad como condición previa a la concepción y remite ilusoriamente todo el asunto de la planificación familiar y social al individuo y sus deseos. La alianza de las fuerzas del mercado y del Estado para ejecutar control poblacional y customización social queda más oculta en un sistema como el nuestro, en el que campean la ilusión de la libertad y el consumo sin freno. En definitiva, ya sea moldeados por el mercado o por el Estado, los modelos de familia tipo tanto en oriente como en occidente no difieren demasiado. Cuando en 2015 China permitió tener dos hijos, todos los rastros de la política del hijo único empezaron a ser borrados y suplantados por nueva propaganda gubernamental a favor de tener dos hijos. “El recuerdo de lo que la política realmente fue sobrevive en la memoria de aquellos que la vivieron”, sostienen sobre el final las directoras de la película. “Si estos recuerdos se desvanecen, lo único que quedará será la propaganda”////PACO

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