Frente al famoso teatro Bolshói, en el centro de Moscú, emerge en forma de estatua gigante la figura de Karl Marx, sobre la Plaza de la Revolución. Allí, en 1917, los bolcheviques vencieron en una de sus últimas batallas a los mencheviques, antes de consagrar la Revolución de Octubre. A pocos metros, decenas de banderas de la multinacional FIFA nos recuerdan que aquí se disputa el Mundial de fútbol. Bajo la figura de Marx se lee: “Proletarios de Mundo, Uníos”.
La 18º Copa del Mundo en Rusia mostró cientos de ironías como la que rodearon al viejo Marx. En el gigante estadio de Luzhniki, en Moscú, las insignias de la casa madre del fútbol rodearon una gran estatua de Lenin, el líder de la revolución soviética. El antiguo comunismo, que colocaba al fútbol profesional dentro de la lógica burguesa, recibió con los brazos abiertos al evento deportivo más importante del mundo, el mayor y más rentable invento de la FIFA. Sin embargo, en la Rusia mundialista no parece haber tiempo para grandes reflexiones. La Copa del Mundo es el tiempo de la pasión y el «clinc» de la caja registradora.
El antiguo comunismo, que colocaba al fútbol profesional dentro de la lógica burguesa, recibió con los brazos abiertos al evento deportivo más importante del mundo, el mayor y más rentable invento de la FIFA.
El nuevo Zar
Los miles de hinchas que diariamente desfilaron por la Plaza Roja de Moscú probablemente no recordaban que la FIFA le otorgó a Rusia el Mundial en diciembre de 2010, en aquella votación conjunta que también cedió la organización del campeonato de 2022 a Qatar. Para la casa madre del fútbol mundial, aquella elección fue el comienzo de un ciclo negro que incluyó denuncias y encarcelaciones por venta de votos y corrupción en la comercialización de los derechos televisivos. La gran mayoría de los electores dejaron sus puestos y muchos de ellos permanecen en prisión. Poco importaba eso ya durante el Mundial.
Muchas cosas también sucedieron en Rusia desde entonces. En 2010, el país liderado por Vladimir Putín buscaba acercarse a la comunidad internacional e incluso a Estados Unidos, a partir del reinicio de las relaciones bilaterales propiciado por el entonces presidente Barack Obama. Sin embargo, en estos 8 años, Rusia también participó en conflictos bélicos en Siria, Crimea y Ucrania; el país fue acusado por el Comité Olímpico de organizar un sistema de dóping masivo de atletas -comandado desde el Estado- tras los Juegos Olímpicos de Invierno de Sochi en 2014. Y, aún hoy, los servicios secretos forman parte de investigaciones judiciales por la supuesta intromisión en las últimas elecciones de Estados Unidos que consagraron a Donald Trump.
En el frente interno, Rusia vivió dificultades económicas a partir de la caída del precio del petróleo; sancionó en 2013 una ley para proteger a los niños de propagandas que vayan en contra de los valores familiares tradicionales (que fue usada muchas veces para perseguir a miembros de la comunidad LGTB); y en 2016 introdujo una serie de leyes antiterrorismo, conocidas como legislación “Yarovaya”, que redujo ciertos derechos como la libertad de expresión y asociación. A comienzos de este año, el envenenamiento del ex espía Serguei Skripal y su hija llevaron a varios países como el Reino Unido a proponer un boicot masivo a la Copa del Mundo.
Como definió el periodista holandés Simon Kuper en el diario Financial Times, Putín, reelecto en marzo con el 70% de los votos, “es el primer autócrata que acoge el Mundial desde la Junta Militar de Argentina en 1978”. Más allá de reclamos y coyunturas, sólo el heredero del trono de Arabia Saudíta, Mohamed bin Salman, se mostró con el presidente ruso en el palco de un estadio. Putin pareció sentirse más cómodo con Gianni Infantino, el líder de la FIFA, que no cree en democracias ni dictaduras, sino más bien en el poder del deporte.
Como definió el periodista holandés Simon Kuper en el diario Financial Times, Putín, reelecto en marzo con el 70% de los votos, “es el primer autócrata que acoge el Mundial desde la Junta Militar de Argentina en 1978”.
Mejor hablemos del Mundial
Pese a no ser aficionado al fútbol, Putín parece tener claro la importancia de los grandes eventos. El día de la inauguración del Mundial, el gobierno anunció un aumento progresivo de la edad de las jubilaciones, vigente desde 1932, y un incremento de dos puntos en el IVA, como una muestra de la necesidad de ahorro de dinero del Estado y de nuevas fuentes de financiamiento. Los hombres ya no se retirarán a los 60 sino a los 65 años. Las mujeres estirarán su vida laboral de los 55 a los 63 años. La esperanza de vida de los rusos es de 67 años en los hombres y 77 en el caso de las mujeres. El proyecto generó protestas en distintas ciudades que no fueron sedes del Mundial. El Impuesto al Valor Agregado pasará del 18 al 20%.
Un dato de color: en 2014, tres días después de los Juegos Olímpicos de Invierno de Sochi, el gobierno de Putín invadió Ucrania.
El Mundial como experiencia
Las dificultades económicas obligaron en su momento a ajustar el presupuesto mundialista; aunque, según los últimos informes, el costo final se calcula en 14.000 millones de dólares, el más caro de la historia. Como ocurre con los países organizadores, solo se recuperará una pequeña porción de los gastos. Diversas instituciones fueron críticas del Comité Organizador por la escasa información que se brindó a lo largo de la preparación del torneo. Un informe de mayo de 2014 de la Cámara de Cuentas de Rusia, que auditó los fondos para la organización del Mundial, destacaba sobreprecios, retrasos en la construcción y pagos de las obras realizadas, conflictos por los derechos sobre la tierra y falta de entrega por parte de los proveedores.
Algunas obras fueron especialmente conflictivas, como el estadio de San Petersburgo, donde Argentina venció a Nigeria. La obra se extendió durante más de 11 años e incluyó trabajadores llegados desde Corea del Norte. El ayuntamiento local debió votar en seis oportunidades una ampliación de los fondos para la construcción. El diseño inicial se modificó tres veces. En el camino también cambió la constructora a cargo del proyecto. También pesan sospechas sobre el estadio Arena Baltika, de Kaliningrado, donde algunos informes revelan estafas alrededor de su construcción por más de diez millones de dólares.
Poco parece importarle a la FIFA las cuestiones internas y externas del gobierno ruso. A partir de los derechos de televisión, sponsors, licencias del uso del logo en el merchandising, licencias a los hoteles y la venta de entradas, se calcula que la entidad que conduce el fútbol mundial tendrá ganancias récord al final del torneo por u$s 6.400 millones, muy superiores a las obtenidas tras los campeonatos de Sudáfrica 2010 y Brasil 2014.
Se calcula que la FIFA tendrá ganancias récord al final del torneo por u$s 6.400 millones, muy superiores a las obtenidas tras los campeonatos de Sudáfrica 2010 y Brasil 2014.
La organización en general fue eficiente. El Mundial se sintió en el centro y en los principales puntos turísticos de las ciudades, donde aparecían carteles y banderas que promocionaban el torneo. En muchos casos, se ubicaban puestos de la propia organización, con voluntarios que facilitaban información y material sobre el evento. En cada una de las 11 sedes también la FIFA montó el Fan Fest, una ciudad cerrada en medio de la ciudad, con acceso gratuito. Podría pensarse a la Fan Fest como un lugar donde seguir los partidos del torneo, pero fue mucho más que eso. Fue más bien un espacio de entretenimiento, un punto de encuentro donde los partidos del Mundial eran sólo un condimento más. Además de las pantallas gigantes donde se transmitían los partidos, se ofrecían recitales en vivo. También tenían decenas de puestos de comida y venta de cerveza; canchas de fútbol 5, torneos de metegol, juegos de realidad virtual, puestos con merchandising oficial y maquilladoras que pintan a los hinchas. Miles de personas llegaron a los distintos Fan Fest cada día, el espacio de encuentro de los fanáticos de todo el mundo.
Queda claro que el Mundial ya no es sólo una competencia, es una experiencia, un momento de viaje, de acercamiento a nuevas ciudades, nuevos vínculos, cenas compartidas y aliento incesante. Se juega en los estadios pero se vive en las calles y en los Fan Fest.
“Vinimos todos juntos a Rusia…”
Tras el envenenamiento del ex espía Skripal, el Departamento de Estado de los Estados Unidos advirtió que quienes tenían pensado ir a Rusia deberían “reconsiderar el viaje”. Alertó sobre la posibilidad de ataques terroristas durante el Mundial, pero también sobre que las fuerzas policiales rusas podían ensañarse con los ciudadanos de ese país. Una advertencia similar lanzó el gobierno francés. Algunos países como Islandia anunciaron que no enviarían delegaciones a la ceremonia inaugural. Pocos más se sumaron al reclamo.
Estos cruces previos parecieron reflejarse en los fanáticos que llegaron hasta Rusia. En general, predominaron en las calles los hinchas latinoamericanos, más que los europeos. En el Tercer Mundo parece prender más aquello de vivir la experiencia mundialista. Muchos europeos, a pocas horas de avión, llegaban para presenciar encuentros puntuales y retornaban inmediatamente a su país.
En general, predominaron en las calles los hinchas latinoamericanos, más que los europeos. En el Tercer Mundo parece prender más aquello de vivir la experiencia mundialista.
Los argentinos fueron de los grupos más numerosos, junto con los norteamericanos (muchos de ellos latinos), mexicanos, colombianos y australianos. Miles de colombianos y peruanos, por ejemplo, causaron verdaderas revoluciones en ciudades pequeñas y poco turísticas como Saransk, a 600 km de Moscú, donde muchos hinchas debieron dormir en casas de familia al estar colmada la capacidad hotelera.
Los hinchas argentinos sumaron más de 30.000 en tierras rusas y alentaron en todo momento, en las calles y en los estadios. Salvo los gestos de reprobación hacia el entrenador Jorge Sampaoli, todos fueron gestos de aliento para el equipo, aun después de la derrota ante Francia. Sin suerte en el plano deportivo, Argentina lideró el ranking de hinchas deportados por incidentes, 40 en total.
Sin suerte en el plano deportivo, Argentina lideró el ranking de hinchas deportados por incidentes, 40 en total.
Rusia intentó mostrarse como un país amable y abierto. Los rusos se mostraron felices de recibir a los turistas. Aun dentro de la barrera del idioma (la gran mayoría no habla inglés) en general los locales se mostraron predispuestos a ayudar a los visitantes, muchas veces mediante el Google Translate del celular. Las propias fuerzas de seguridad, presentes en gran número en las calles, fueron más laxas de lo previsto, permitiendo banderazos y reuniones de hinchas que se juntaban a alentar en las calles, por ejemplo antes de los partidos.
Se estima que más de un millón de turistas pasaron por Rusia durante el mes del Mundial. Si bien las calles céntricas de las ciudades se mostraron pobladas de fanáticos, el número no resultó tan significativo si se toma en cuenta que, por ejemplo en 2016, más de 24 millones de turistas visitaron el país europeo.
En la previa, algunos cuidadnos rusos se sorprendieron al ver tantos fanáticos juntos en las calles. Incluso algunos no sabían que en su país se disputaba el Mundial (el primer deporte es el hockey sobre hielo). Pero en la noche del lunes 2 de julio, tras la victoria ante España por penales y la clasificación a cuartos de final, miles de fanáticos salieron a la calles con banderas al grito de “¡Rusia, Rusia!” para celebrar la victoria.
Quizás Putín comprendió ese día lo que el deporte podía provocar en su pueblo. Un festejo similar al 9 de mayo, el día más importante del año en Rusia, cuando se conmemora el final de la «Gran Guerra Patria», nombre con el que los rusos se refieren a la 2ª Guerra Mundial. Ese día, millones de personas salen con banderas a la calle para los actos de celebración. Al final, el fútbol y las guerras parecen ser los mejores acontecimientos para unir a un pueblo detrás de una causa./////PACO
*Desde Rusia