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Para sobrellevar la parte más dura del aislamiento, algunos pasaron a hacer cosas un poco particulares. Yo, por ejemplo, me vi obligado a hacer convivir en mi computadora el Twitter, la red social del pajarito, y el mIRC, un programa para chatear en el irc que tuvo su esplendor en la época de los cybers y las primeras conexiones de internet de fibra óptica. Esa inesperada relación de dos piezas que no encajan contrapuso un programa que no cambió casi nada en veinte años (la última versión del mIRC de 2012 sigue siendo igual a lo que era a principios de este siglo) con otro que recientemente recibió una de las modificaciones más bruscas desde su creación.
En Twitter pasó lo que nunca se pensaba que pasaría: aparecieron estas stories rebautizadas “fleets”, una fotocopia de las de Instagram, Sanpchat, Facebook, WhatsApp y LinkedIn. El estar usando el mIRC, que parecía negado a cualquier tipo de modificación que afectara sus raíces, me llevó a pensar qué hizo que la red social que en sus inicios no te permitía escribir tuits de más de ciento cuarenta caracteres y se centraba en la cosa escrita tomara un rumbo muy diferente y cambiara así. Las respuestas que fui encontrando a esa pregunta son varias y ninguna es más certera que la otra. Están avisados y, ya saben, el que avisa no traiciona.
Desde el vamos todo parece un enjambre de millonarios pensando en cómo sacarle más jugo a algo ya jugoso. A principios de febrero de este año, el fondo de inversiones Elliot Managment, propiedad del magnate Paul Singer –el mismo Paul Singer que en Argentina nos resulta conocido por haber llevado adelante el juicio en el juzgado neoyorkino de Thomas Griesa en 2016– compró una parte importante de la empresa. Al principio se creía que el gran cambio sería sacar a Jack Dorsey, la adquisición de mil millones en acciones le daría la posibilidad de nombrar a cuatro directores, para poner personas con perfiles comerciales que pudieran transformar Twitter en un negocio que dé mejores ganancias. Esta teoría sugiere que, en lugar de arriesgarse a correr del medio a Dorsey, decidieron innovar con los fleets, que misteriosamente aparecieron en algunos países un mes después que el fondo Elliot Managment pasara a formar parte de la empresa. Dorsey negó esta tramoya, publicada en la revista especializada en tecnología TechCrunch, con nada más y nada menos que un tuit de su cuenta que tiene el envidiable nombre de @jack.
Hay una característica particular que llama la atención de los fleets, y es que no tienen filtros con los que emperifollar las imágenes que uno va subiendo. Puede pensarse que es por el concepto de estar concentrados en la idea de publicar no tanto imágenes, sino tuits temporales. Aun así, no puede pasarse por alto que la app Chroma Stories, de la empresa Chroma Labs, haya sido adquirida por Twitter a principios de este año. Esa app estaba dedicada a dejar más lindas las imágenes antes de postearlas y, si bien dijeron que desde su compra ya no van a subir nuevas actualizaciones, aclararon que las versiones anteriores seguirán pudiendo usarse. ¿Es absurdo pensar que hicieron estos fleets sin filtros para algún día no muy lejano remontar una app que nos dé esos filtros que estamos rogando que nos den? ¿Es una paranoia ver que están haciendo el negocio de crear compradores cautivos? ¿O esperan a que nos amiguemos con la novedad y, recién ahí, poner los filtros que nuestras selfies beboteando en el espejo necesitan? ¿O hay posibilidades de que estemos toda la vida sin los filtros? Estas preguntas quedan flotando en el aire.
Para entender esta tercera posibilidad por la que ahora podemos hacer que el mundo vea una foto de nuestra mascota en otra red social, es necesario irnos unos años hacia atrás. Desde 2008 y hasta 2017, la empresa aplicaba una especie de bendición sobre ciertas cuentas: si uno quería, podía solicitar la marca de verificación y recibir tick de color azul sobre el nombre del usuario. Solicitar esta marca, que hacía que la cuenta tuviera cierto rigor, fue pausada días después de que fuera comprobado que un supremacista blanco de Virginia, Estados Unidos, con la marca de verificación, usara su cuenta para organizar un atentado terrorista en el que un auto atropelló a personas que estaban protestando en una marcha contra el racismo y dejara un muerto. Este año la empresa declara que en 2021 volverá a repartir estas marcas de autenticidad. La diferencia, según dicen, será la trasparencia en los requisitos necesarios para tener ese apadrinamiento tan anhelado. Sospechosamente, se les pasa por alto que la otra diferencia es que ahora se puede publicar cosas que desaparecen en veinticuatro horas. Sin pensar demasiado, se llega a la conclusión de que pareciera que esperan que los usuarios con toneladas de seguidores, y cuentas que no están bajo peligro, aplicaran la inteligencia de decir cosas poco amables de esa forma y que no quede registro de acceso inmediato.
Habrá quien diga que la verdadera razón primordial es el reclamo de los usuarios que hace años piden la opción de editar los tuits. Por poner un ejemplo actual, esa opción le hubiera dado la posibilidad a Pablo Matera, capitán del equipo de rugby argentino Los Pumas, de acomodar esos tuits viejos donde declaraba, entre otras cosas, que era una linda día mañana para salir con el coche a pisar negros. Pero sería muy sesgado y obtuso pensar que una empresa que con su política de anuncios facturó este año 562 millones (y aclararon que esperaban llegar a 585, pero que debido a la pandemia y los disturbios raciales no cumplieron sus expectativas) simplificara todo moviendo fichas considerando, únicamente, las voluntades de los usuarios.
Mientras tanto, los canales de chat del IRC están que arden: uno entra a cualquier hora, con un nick que enmascare su identidad, y puede tener conversaciones interminables sin estar arriesgando a que nadie sepa nada. No te piden un mail, no hace falta registrarse, no es necesario construir una clave alfanumérica, con poner un nickname que nadie esté usando en ese momento ya se está coqueteando con un anonimato que, hoy en día, llama a gente un poco siniestra. A veces, después de estar un par de horas chateando, sumergido en recordar melancólicamente cómo era chatear en internet veinte años atrás, se llega a sentir que detrás estos usuarios misteriosos hay personas que escapan del Twitter y de las otras redes sociales. Es posible llegar a fantasear que muchos, intentando dominar el arte de decir cosas online, son usuarios famosos que se descargan en territorios olvidados, congelados en el tiempo, para volver aliviados a manejarse con el cuidado y la precisión necesaria que exige estar donde se corta el bacalao////PACO
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