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Lacan había previsto que en el futuro se venderían sus Escritos en los kioscos de revistas, órganos extensivos del discurso universitario. Cada vez que Lacan mencionaba al discurso universitario lo hacía con indisimulado desprecio, porque escuchaba ahí el verdadero peligro para el Psicoanálisis. ¿Por qué? Porque el discurso universitario, en connivencia con los significantes rectores o el rectorado de los significantes, es la mejor coartada para reprimir los descubrimientos perturbadores e inaceptables del Psicoanálisis por parte de la comunidad y de la universalidad del mercado.
Al ritmo del sonajero del mercado mimador (que lo que en verdad vende son ilusiones de relaciones sexuales: conciliaciones, adecuaciones, proporciones y delirios de que todo tiene que ver con todo) resuena cada vez más una versión de psicoanálisis desnegativizado, adaptativo, piola, Ambient, canchero, ecológico, psicológico y solidario con el interés general. Nada más ajeno al Psicoanálisis. El deseo del Psicoanálisis traiciona las buenas intenciones del psicólogo o restaurador social, ese que según Lacan, desvía el descubrimiento freudiano hacía «una gratificación de la moral materna».
El discurso universitario no es tanto la universidad o los universitarios sino la liturgia y la censura. No obstante persiste el malentendido y vuelve a surgir una discusión histórica: ¿Tiene que anidar el Psicoanálisis en las Facultades de Psicología cual parásito, cuerpo extraño, caballo de Troya? Y si fuera así, ¿cómo pretender que dicha estrategia no sea neutralizada? Todo cuerpo que pretenda influir con su deseo a otro cuerpo recibe a su vez su deseo de forma invertida, o pervertida.
La ilusión reside en creer que el Psicoanálisis pueda habitar la universidad sin ser psicologizado. Eso se demuestra imposible y tiene sus efectos, entre otros, la buena nueva de un psicoanálisis angelizado, positivizado de su parte maldita, o sea, su objeto causa de deseo; pero también despierta la fobia reaccionaria por mantenerlo inmaculado en su trasmisión. De esta manera emerge todo un pase mágico que va de la pócima psicológica informe a la mántica de lacanismo puro.
Freud y Lacan no se pretendían inocentes, como así los pretende cierto psicologismo evangelizador. Tampoco eran pesimistas, como quisiera el nihilismo conciliado con la carcajada, porque el pesimismo pertenece a los optimistas, así como la crueldad es la gracia de la tilinguería. Su humor no bailaba al compás del sueño de la mecedora generalizada –esa cuna enfermante, sonajero fatídico– porque no se hacían ilusiones, es decir, no eran religiosos, lo que no impide sin embargo que en su nombre se fomenten sectas y arrullos tranquilizadores.
Por lo tanto, la interpelación del Psicoanálisis se dirige al discurso universitario más que a la universidad, es decir, al rezo más que a los templos.
El psicoanalista no es un santo, porque su ética lo abstiene de la perversión, esa que siempre se disfraza de intenciones santas.////PACO