Desde hace unos años se habla de la “cancelación” como un proceso en el cual se niega la existencia de alguien por haber cometido faltas generalmente morales o éticas que ofendieron a sus seguidores o a comunidades específicas. La cancelación puede alcanzar el ámbito exclusivo de las redes sociales o entrar en la pantanosa realidad. Por ejemplo, Kevin Spacey fue cancelado en 2017 por un supuesto caso de abuso que lo involucraba y tuvo que abandonar su papel en House of Cards, donde se lo mató en la ficción. Esto pareció en aquel momento uno de los puntos más altos a los que podía llegar este fenómeno, pero ahora sabemos que no fue más que una especie de metáfora del futuro, y que estamos asistiendo al verdadero cenit: Donald Trump está siendo cancelado como Presidente de los Estados Unidos.
Primero fue su Twitter, y rápidamente le siguieron Facebook, Instagram, Snapchat, YouTube, Twitch, TikTok y Parler. Escribo este artículo después de ver que fue cancelado inclusive en la página web de la Presidencia de Estados Unidos, donde su agenda fue reemplazada por la frase “Donald J. Trump´s term ended on 2021-01-11 19:40:41”. La captura fue hecha y difundida por el periodista de la CBS David Begnaud varias horas antes que la que marca la frase. Sin embargo, según las leyes estadounidenses, el período presidencial de Trump termina realmente el 20 de enero de 2021.
Esto sucede en el mismo momento en que muchos aseguran que Trump impulsó un autogolpe de Estado en el Capitolio el 6 de enero, en que se cruzan las responsabilidades sobre el “ataque” al congreso nortamericano, en que renunciaron funcionarios de la Casa Blanca, en que hasta le robaron los zapatos a la congresista Ocasio Cortez. También pasa en el mismo momento en que los grandes empresarios tecnológicos le pegan un poco más fuerte al enano que da monedas del Golden Axe, es decir, sus usuarios: WhatsApp vincula sus datos a Facebook y se hacen más populares redes com Telegram o Parler, generando la insólita reacción de Google Play que canceló al mismo Parler de su plataforma como consecuencia, Elon Musk se convierte en el hombre más rico del mundo, la educación virtual y el teletrabajo avanza en el mundo a partir del cierre masivo de escuelas y oficinas por la crisis del coronavirus disparando el valor de las plataformas como Zoom, Disney Plus amenaza con quedarse con todo el mercado del entretenimiento on line, como un Mandalorian armado de beskar en un planeta distante.
Lo que hasta hace poco era una especie de juego impulsado por las siempre funcionales feministas posmodernas que cancelaban hombres machistas como una forma de protesta, alimentado por un progresismo que recogió el guante e hizo lo propio con aquellos que se mostraban en conflicto con sus prístinos ideales, ahora aparece como un Cthulu que emerge de la Tierra, un Kraken al acecho del barco siempre tambaleante de la incorrección política. La cultura de la cancelación se esparció hasta los ámbitos del poder, y fueron el mismo establishment económico de EEUU el que aplicó la herramienta para cancelar al otrora llamado Líder del Mundo Libre, que hoy se revela como un hombre poderoso pero dañado por sus propias imposibilidades. Nadie niega los errores políticos de Trump. Haberse aliado con una minoría sectaria, conservadora y retrógrada le valió de atención mediática pero no le alcanzó para conseguir siquiera una reelección que buscó intensamente. Es cierto, también, que sus partidarios no hacen mucho por morigerar su demencia, entrando a la fuerza a un congreso abandonado por las fuerzas de seguridad. Los vínculos de estos hechos con Trump también son evidentes, y no tardaría en considerar razonable un hilo de pensamiento que lleve a justificar la cancelación. Y ahí está lo más temible de todo el asunto. La cancelación es un proceso que tiene raíces justas, y ante el hartazgo, el miedo, la impaciencia y la inmediatez que ofrecen las redes sociales, la posibilidad de aplicarla es demasiado seductora, y la tranquilidad que ofrece entregarse a ella es mucha. Es tan fácil dejarse seducir por la cancelación que resulta peligrosa en todo sentido. Y tal vez antes podía pensarse que era algo, en realidad, inofensivo. La víctima podía ser un petulante actor de Hollywood que unos años después rodaría una nueva película o un intelectual que, sin embargo, seguiría recibiendo su cheque por derechos de autor. Sin embargo, estamos viendo cómo los grandes magnates tecnológicos, apoyados por el establishment político, han cancelado al Presidente de los Estados Unidos, uno de los personajes que, hasta hoy, resultaban parte de ese establishment, uno de los líderes de esa maquinaria de aplastar, resultando finalmente una víctima más como cualquier otra.
El caso Trump será recordado como la muestra de que cualquiera puede ser cancelado en el siglo XXI. La gastada referencia a la vaporización de 1984 se impone una vez más. El mundo ha decidido que, en los próximos diez días, Estados Unidos no tiene Presidente y que nadie lo necesita realmente. Ya no se necesitan decretos, leyes, largos y engorrosos juicios como los que hemos visto en otros países. Ya no se necesitan armas, no es necesario que la fuerza bruta empañe un acto que exhibe la belleza de lo verdaderamente destructivo. La voz del Presidente Trump fue silenciada, y es el recordatorio de que la de cualquiera puede serlo. Está claro que ya lo sospechábamos, inclusive lo sabíamos, pero ahora es diferente porque lo vemos, está ahí frente a nosotros. El monstruo está vivo, como en aquella película de terror de los 80s en la que una mano de 3 dedos salía de la cuna de un bebé. Y también está la maquinaria del ocultamiento, de la mentira y la falsedad, que asegurará que el verdadero monstruo era Trump, que es un proceso liberador, necesario y deseable. Y que no le va a pasar a nadie más. A menos que…////PACO
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