Por @contrarreforma
No voy a empezar diciendo que hace calor y que mi barrio está sin luz hasta donde me alcanza la vista desde la terraza. Voy a empezar diciendo que me gusta este clima de caos en el que el kirchnerismo sumió a la Argentina. Realmente estaba preocupado de que algo así no pasara nunca más.
La trasnoche del kirchnerismo es menos explícita que la del menemismo, pero es algo más macabra. Bah. El kirchnerismo es, en general, menos explícito que el menemismo y por eso más sofisticado, más claroscuro, más sutil. Esto para que se entienda que uso la palabra “macabro” con un sentido positivo. Esa ambigüedad entre la bonanza y la crisis inminente es compleja, es atractiva. La hipergastada fórmula del zombie la sintetiza bien: el mundo entero a mi disposición, pero poblado de unos seres siniestros.
Pero aún la metáfora del zombie resulta muy superficial. Porque todas las historias “sobre zombies” son en realidad historias acerca de la reconstrucción del lazo social en un contexto de post-apocalipsis. El kirchnerismo iría más por ahí. Y ya lo sabemos: el lazo social en el tercer mundo siempre es lábil y lleva el germen de su propia destrucción.
Leo una noticia reciente: Nació el bebe del primer hombre embarazado del país. You know, la pareja trans donde él es una mujer transexual a la que le gustan las mujeres y ella es un tipo… bueno. La nena se va a llamar Génesis Evangelina. Me quedé pensando en esto. Lo macabro, lo sutil, lo ambiguo. Otro retazo del mismo hilo de Ariadna: Ayer estaba viendo el programa de Santiago del Moro, another hero de la urbanización sensible de las capas medias. El puto de Cupido llamó “represión” a la imagen inocente de un policía pegándole en el piso a un punga en Once.
La policía es una institución clave en nuestras sociedades desde siempre. Filtra la entrada al sistema penal, gestiona la convivencia, instrumenta la prevención y, especialmente, es el referente simbólico máximo y más inmediato de la Ley y el Orden.
En 1988, en su artículo Competence and Culture in the Police, el sociólogo norteamericano Ergon Bittner afirmó que la policía era el principal, y a veces el único, mecanismo que el Estado tenía para distribuir “non-negotiable force”. Esto punto resultaba especialmente relevante en el análisis en tanto la policía era la única zona del ámbito público que, en las sociedades democráticas modernas, era capaz de enviar un mensaje que no estaba sujeto a la interacción discursiva. La última frontera del sentido.
Todas las sociedades necesitan un punto de “non-negotiable force”. El circuito histérico de la identidad perpetuamente abierta es un bleff, porque no puede existir sin la base de aquello que es irreductible y ciego al lenguaje –a la negociación de sentidos–, que es la violencia. Por eso, ¿qué dice de nosotros que las fuerzas policiales no puedan pegarle a un chorro?
Y no me refiero a las condiciones coyunturales y tácticas de una policía mal dormida, mal entrenada y corrupta. Me refiero a la cuestión estratégica y conceptual de cómo pensamos socialmente a las fuerzas de seguridad en la Argentina.
Como dice George Sorel en la introducción a sus Reflexiones sobre la Violencia: “No hace ninguna falta que le llegue al proletariado lo que le llegó a los germanos que conquistaron el imperio romano: tuvieron vergüenza de su barbarie y se pusieron a estudiar con los retóricos de la decadencia latina.”
Según el sentido común sociológico, la hiperinflación disciplinó a la sociedad argentina y la preparó para recibir mansamente a la convertibilidad. Como lectura me resulta parcial. Digo, no me imagino un escenario en el que la sociedad argentina, no habiendo pasado por el trauma hiperinflacionario, se hubiese levantado contra la paridad cambiara previendo los efectos destructivos que tendría sobre el entramado productivo. Pero en la misma clave de lectura creo que la crisis del 2001 tuvo también su efecto disciplinador: nos preparó para el kirchnerismo. No como modelo de acumulación, que incluso hasta el 2011 seguía siendo más o menos una prolongación justa del conservadurismo nacionalista, sino como organización de la imaginación pública, que es lo que más nos hizo cajeta.
El kirchnerismo, lo peor que nos legó el kirchnerismo, es la retracción del Estado de su función regulatoria del orden. En los 90s se dejó a la deriva la economía política y en los 00s un nuevo peronismo aggiornado cumplió el dictum de los tiempos: dejó flotar libre en el mercado las anclas de la normalidad. Renunció a establecer esa normalidad, a fijarla. Destino idéntico e invertido de dos décadas ganadas en espejo.
No me acuerdo quién decía que la obra de Cortázar resultaba relevante en los sesenta y setenta porque había un contexto cultural que la sostenía y le daba sentido. Entrado en crisis ese horizonte, Cortázar era una mierda. Estaba vacío. No nos decía nada sobre nuestras sociedades, sobre nuestras vidas o sobre nuestro lenguaje y resultaba frívolo. Basta leer Rayuela para comprobarlo. Creo que lo mismo pasa con el discurso de “no criminalización de la protesta social”. En un contexto de trauma social fue un acierto porque fidelizó grandes sectores excluidos y los incorporó al naciente proyecto político. Pero gradualmente la necesidad de no reprimir, de pensar en las fuerzas de seguridad como una rama del Estado subordinada y subsumida a otras ramas del Estado más informales, menos eficientes, menos orgánicas y con menor capacidad territorial fue perdiendo razón de ser. Porque en un contexto de post expansión del consumo, de post ciclo virtuoso de acumulación, realmente no se entiende, salvo por puro atavismo, el sostenimiento de la fanfarria de un Estado que renuncia al uso legítimo y exclusivo del “non-negotiable”. Un Estado que, sobretodo, no puede o no quiere dictar normas fogoneando la hiperdiversidad tardocapitalista de manual con un consumo inútil que nuestras redes deficientes de infraestructura energética (deficiencia producida por la propia política oficialista) no pueden sostener. Como decía Rocky Balboa: “Yea, to you it’s Thanksgiving; to me it’s Thursday.”/////////////////////PACO