Robin Williams se murió y el hecho no debería haber ido más allá de lo habitual en estos casos: chistes en Twitter y posteos con frases de películas en Facebook; sin embargo, en los ambientes de la salud pública, surgió una preocupación cuando se supo que fue el suicidio la vía que eligió Robin para ir al encuentro de Tánatos. El suicidio ocupa un lugar especial entre las causas de muerte, por fuera de las enfermedades y accidentes de tránsito. Hay dos contextos básicos del acto suicida: el que surge de un impulso o el que se produce luego de ejecutar un plan. Cualquiera de los dos tiene su origen en una idea y es en ese territorio, el de la ideación, donde se piensan las estrategias de intervención, sin embargo, no es tan fácil. Las ideas suicidas, como cualquier pensamiento, ofrecen un sentido que disimula el vacío significante de la muerte. Al poeta con spleen o al oficinista con split, el suicidio les aparece como algo disruptivo en la inercia mecánica de la biología o el designio, que llama a tener una posición de rechazo o fantasía. El contagio de ideas -que Dawkins llamó memes y Chomsky propaganda– es el hilo que sutura la identificación masiva, la mimesis organizada. Una identificación tan consistente que hace que la hipótesis “si x les dice que se tiren al río, ¿ustedes van y se tiran al río?” tenga varias investigaciones que la respaldan.
La muerte por suicidio de los famosos generan un aumento cuantificable en la incidencia de suicidios en la población impactada. Un estudio publicado pocos meses antes de la muerte de Robin toma como referencia el período 1989 – 2010 en Japón , con 109 suicidios de famosos y 8035 suicidios de no famosos. Encontraron que el día posterior al anuncio mediático de la muerte, la incidencia subió casi un 5%. Analizados los diez días posteriores, aparecen algunas diferencias de acuerdo se trate de un político (aumenta casi un 15%) o una celeb del mundo del espectáculo que asciende la cuenta de suicidas en un 5% con respecto a los días sin celebrities suicidadas. Otro estudio, del 2007, analiza la ideación suicida en la población general de Hong Kong luego de la muerte de Leslie Cheung, una estrella pop que se tiró al vacío. La investigación es sutil, buscaba saber si el suicidio de una celebrity es un factor de riesgo independiente a corto y largo plazo. La respuesta es que sí lo es. La gente que se sintió más afectada por la muerte del cantante, daba altos puntajes en una escala de evaluación de ideas suicidas hasta 15 meses después.
La identificación con la estrella debería tener un freno en el momento en que se pasa del corte de pelo a pensar en matarse de la misma forma. Y esto es así. Hay algo igual de real que los números del paper japonés: la mayoría de los fans no se matan. Llegan hasta ahí. ¿Por qué? Porque se activan los valores preventivos primarios, una serie de comportamientos adquiridos en la evolución para proteger la especie, que hace que uno tenga repulsión por comer algo dañino o autolastimarse. ¿Cuál es entonces la variable que hace que uno imite un suicidio? Es un tema complejo, parte del asunto es la vulnerabilidad del fan. El suicidio de una celebrity queda enredado en las algas mediáticas como un evento más en la vida de la estrella. Ganó el Oscar, se divorció, salió con una mujer treinta años menor, le pegó a un paparazzi, se suicidó. La muerte como el último evento, la última actualización. Los medios tiran magia y los fans vulnerables repiten el truco en sus casas. Es por eso que la OMS elaboró un protocolo sobre lo que se puede y no se puede hacer en los medios al anunciar una muerte por suicidio.
Entre otras dice que se mencione al suicidio como un hecho logrado y no exitoso, que se proporcione información sobre programas de prevención y que se presente información relevante sólo en páginas interiores. ¿Qué es lo que no se recomienda? Publicar fotos o notas suicidas, informar detalles del método, dar razones simplistas, realizar una cobertura sensacionalista, o idealizar el hecho. El punto es bajarle mística y evitar las ideas contagiosas. El suicidio por imitación se ponía en juego en Suicide Club (Sion Sono, 2001), una película japonesa que empieza con un suicidio masivo y se desarrolla en esos puntos de fuga lejísimos del cine de terror oriental, incluyendo un grupo de J-pop que a través de un hitazo (Mail me) influenciaba a quienes veían el video o escuchaban la canción. El contagio suicida es importante porque es uno de los pocos puentes causales probados estadísticamente y explicados teóricamente a través de la teoría del aprendizaje social, que desarrolló Bandura en los 70s y que establece que el aprendizaje no es una cuestión de condicionamiento puro como decía Skinner, sino que implica procesos cognitivos sociales basados en la observación de los otros y refuerzos positivos de conductas. Este determinismo mutuo, explicaría en parte los números que suben luego del suicidio de un famoso.
En el ranking de suicidios por país, en este momento Lituania es el que está arriba (31 suicidios cada 100 mil habitantes). Segundo está Corea del Sur con 28. En el top ten, hay seis países que estuvieron bajo la influencia de la U.R.S.S. Japón está séptimo. El primer país sudamericano es Uruguay. Argentina ocupa un digno puesto 61 con una tasa de 8 suicidios cada 100 mil habitantes (el doble de la cantidad de muertos por asesinatos -¿el peor enemigo es uno mismo?-, pero menos que los 13 por accidentes de tránsito). ¿Qué factores llevan al suicidio en estos países? ¿Hay factores en común? ¿El honor oriental? ¿Las sociedades con más distancia afectiva? ¿La menor cantidad de días de sol? ¿La economía? ¿La religión? Cada una de estas hipótesis se han desarrollado pero quedan debiendo una respuesta. La mejor de todas, no la más sólida, pero sí genial, fue la que expuso hace unos años en Buenos Aires, Hagop Akiskal, el psiquiatra que revolucionó hace dos décadas el concepto de trastorno bipolar, que estableció un vínculo entre el índice de suicidios y el himno nacional del país. Himnos más alegres (con bronces y melodías más arriba) se asociaban a tasas bajas, en cambio los llantos de cuerdas lánguidos, a tasas altas. Uno escucha el himno de Lituania y parece la excepción a la regla, suena a Star Wars, en cambio el de Corea del Sur, parece que va con todo pero da cortejo fúnebre. Contagia/////PACO