Se fue Leonard Nimoy y el ballet cósmico de las redes sociales ha comenzado y terminado. Posteos en FB y TW despidiendo con un saludo amable a quien fue uno de los más enigmáticos personajes de la televisión mundial. La atención de los usuarios de redes es volátil y duró todo lo que podía durar, unas 48 horas como máximo, con las 10 últimas teniendo como partícipes sólo a los rezagados que pasaron el sábado al aire libre sin mirar los smartphones.

El legado de Star Trek fue concebirse como una serie cuyos temas profundos sorprendieron a una TV acostumbrada a que esa clase de programas presentaran un cariz infantil.

Nimoy vivió identificado con su personaje del Doctor Spock, parte indispensable de la serie Star Trek, cuya legendaria performance en los años 70 reavivó el interés en un género que ya en ese entonces era un eco del pasado: la space opera. El programa, con una sola temporada, inauguró aquello que luego sería moneda corriente: las series de culto; es decir, aquellas series que si bien no brillan por el éxito de rating tienen un público fiel y entusiasta que reclama ante las cancelaciones y sigue consumiendo los episodios incansablemente aún cuando están fuera del mercado. Y en tiempos de internet, lograr convertirse en culto no es tan difícil como en una época donde no existía ni siquiera el VHS.

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El legado más importante de Star Trek fue concebirse como una serie cuyos temas profundos y sensibles, casi progresistas, sorprendieron a una televisión acostumbrada a que esa clase de programas presentaran un cariz pasatista y casi infantil. La ecología, la tolerancia entre diferentes pueblos y razas, la curiosidad científica, la exploración de qué significa ser humano, son asuntos que la serie trató en cada capítulo y que la diferenció notablemente de sus predecesores, como la inolvidable serie kitsch de los 50 Perdidos en el Espacio. A su vez, Nimoy interpretó a la perfección a un alienígena mitad humano que fue el lugarteniente y mejor amigo del héroe, el capitán Kirk, una especie de americano modelo que funcionaba como complemento perfecto de este hombre de orejas puntiagudas y sentimientos escondidos bajo un pesado manto de racionalidad.

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Nimoy fue uno de aquellos actores identificado por siempre con el personaje que los hizo famoso. Participó de todas las películas de Star Trek, protagonizó varias y dirigió algunas, lo cual habla de la poderosa identificación personal que tenía con Spok. Aunque ya de viejo tuvo algunos momentos donde pudo soltarse, como su paso por Fringe, serie scifi del siglo XXI donde interpretó a un personaje de moral ambigua llamado William Bell, o hasta su insólito papel en Tres hombres y un bebé, película ochentosa protagonizada por Tom Selleck. Pero el personaje de Spock lo acompañó siempre. Volvió a interpretarlo en la remake dirigida por JJ Abrahms en 2002, en un papel que se roba la película, y hasta escribió una autobiografía que se llama No soy Spock, donde incluye una serie de diálogos entre Nimoy y su personaje, un libro editado en Argentina por la extraña editorial Alberto Santos, y apenas conseguible en el mercado del libro usado.

Nimoy escribió versos que suenan como la voz íntima de un sabio, un hombre que ha viajado por las galaxias humanas, lo ha visto todo y lo contó para quien lo quiera oír.

Al igual que su colega y amigo William Shatner, Nimoy grabó discos y escribió versos, versos preciosos que suenan como la voz íntima de un hombre sabio, un hombre que ha viajado por las galaxias humanas, lo ha visto todo y lo contó para que lo escuche quien lo quiera oír. Tal vez muchos nos debemos la exploración de la obra de un hombre tapado por su propio éxito televisivo, maquinaria que expone apenas la punta del enorme iceberg que es la complejidad de un artista. La muerte, ánima redentora, tal vez sea la instancia que nos permita volver a mirar y atender esa obra, siempre inconclusa y volátil, siempre bella y extraña y, sobre todo, verdadera//////PACO