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Ella es abandonada por su pareja, a quien identifica con una X, por medio de un correo. Cuando termina de leerlo, entre la sorpresa y la angustia, no sabe qué responder y les entrega el texto a sus amigas. Cada una le comenta algo diferente y ella ve en cada respuesta la influencia de sus edades y el peso de sus disciplinas. Empieza a hacerle llegar la carta a otras mujeres para que le hagan una devolución, siempre desde el lugar de cada una y nunca pensando en ella. Jamás le responde a X.

Ella es Sophie Calle y de eso se trata la muestra Cuídese mucho, que se puede visitar hasta el 23 de agosto en el Centro Cultural Kirchner. La entrada es libre y gratuita.

En total junta ciento siete mujeres que van desde una adolescente estudiante hasta una criminóloga, pasando por una tarotista, diferentes artistas, psiquiatra, periodistas, ama de casa, etc. Cada una responde, analiza o reinterpreta la carta y eso nos llega a nosotros en formato audiovisual o fotográfico y narrado.

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Cuídese mucho nace en el año 2007. “Prenez soin de vous” (Cuídese mucho) es lo último que le escribe X en ese mail despedida.

Hasta este 2015, esa carta, nunca había llegado a manos de un hombre para que aporte su visión. En su paso por Argentina, Sophie se juntó con la directora de teatro Marice Álvarez y decidieron (¡al fin!) sumarlos a ellos. Así armaron una serie de siete performances en las que siete argentinos de distintas profesiones fueron invitados con la misma consigna que las mujeres: hacer lo que quieran con el texto desde su lugar.

El despliegue de la exposición, que llegó a nuestro país en el marco de la Bienal Perfomance 2015, es exquisito y también hay que decir que es un lujo, no en todos los países donde llegó pudo montarse en su totalidad por la magnitud y la cantidad de obra que contiene.

Cuídese mucho parece ser obra de una mente súper psicoanalizada, hay en el aire un espíritu lacaniano independiente a lo que cada invitado aportó cuando hizo suya la carta.

La muestra exige tener tiempo para transitarla, es intensa y genera incomodidades. Invita al silencio, a la reflexión, a verse uno. No estimula una fraternidad forzada de género femenino ni provoca un piquete irracional frente al masculino: ese tinte lo da uno.

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Me gustaría resaltar tres intervenciones puntuales:

  1. La madre, Monique Sindler, elige escribirle a ella directamente pidiéndole que no dramatice. La madre invitando a la hija a no ponerse en el lugar de víctima abre un sin fin de lecturas deliciosas. Termina diciéndole “o te vas vos o se te van, son las reglas del juego”. Monique en su foto está asomada a una ventana, con el sol en la medida justa dividiéndose entre la ciudad y su postura, pareciendo un Comandante que va abriendo paso hacia ese lado menos oscuro. Y sí, todo pasa.
  2. La escritora Christine Angot es arrasadora en sus palabras: “Cuidate de todas esas mujeres juntas (…) la mayoría quiere convertir a los hombres en mujeres. (…) Se enojan con el vacío, con la carencia (…) te seguirán diciendo que te cuides mucho cuando no tenés nada de qué cuidarte”. Habla de cómo es posible que tantas mujeres juntas se conviertan en un coro de la muerte queriendo que los hombres sean fantasmas. Christine en la foto está tomando una sopa, la sopa es la carta rota en pedazos.
  3. El actor argentino Diego Velázquez se puso directamente en el lugar de él, de X, que jamás recibió respuesta. La espera, la desesperación, las especulaciones, la locura, la angustia de no saber y por sobre todo eso, la fatalidad de la indiferencia. El ego volando sobre avioncitos de papel que Velázquez multiplica con cientos de fotocopias de la carta. Sí, el show debe seguir pero también sentir y el universo no para. Velázquez en su performance termina llevando la ausencia a otro lugar de la despedida, y está bien: a ella le pasó él, pero a él también le pasó ella. Así son las atmósferas del amor y desamor.

Sophie Calle es una francesa nacida en 1953 que no se siente cómoda cuando la llaman fotógrafa, tampoco si le dicen escritora o artista visual. Se siente más a gusto cuando la presentan como performer lo cual de por sí no es algo que la favorezca de antemano delante de quien no conozca su genial y extenso recorrido.

Hago un paréntesis entonces: todo lo referido a performers es polémico, no porque se trate de gente polémica sino por lo que proponen. Las performances están tratando de hacer pie en el mundo del arte. Se entiende por performer todo lo que es una expresión artística que parte desde el cuerpo, el tema es que es tan abierta su concepción que roza lo ridículo en muchísimas ocasiones.

Sophie está claramente en otro lugar, su manera de poner el cuerpo es otra y, gustando o no su obra, es notable que hay un trabajo concreto y que funciona perfecto para responder a sus inquietudes.

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Inquietudes que nos hablan de una artista obsesionada por la existencia, que explora los lugares comunes propios y ajenos para interpelarlos. Lo que sale de esas fusiones ella no lo dice, se va dejando un vacío particular, no azaroso, para que cada uno concluya la construcción de esa nueva visión que sugiere su obra. Toda su carrera se puede ver como una gran novela.

Podría hablarse de Sophie Calle como un ratón de laboratorio, siendo el laboratorio el mundo y ella el espejo donde rebotan nuestros universos personales.

Estuvo en el país en todo el proceso de armado y, claro, cuando inauguró. Verla entre la gente, con su cámara de fotos y luego con su filmadora, observando y registrando las reacciones del público frente a cada obra, escuchando los comentarios, acercándose ella misma a generar conversación, no hizo más que comprobar porqué se siente cómoda cuando se habla de ella como performer.

Porque en definitiva todos los somos, todos estamos poniéndole el cuerpo a algo y a alguien, no nos pasan cosas diferentes, no somos especiales, convivimos con la ausencia constante y también con presencias, siempre nos falta y sobra.

El “cuídese mucho” que le decimos a otro, nos lo estamos diciendo a nosotros mismos. Acaso, ¿de quién más nos tenemos que cuidar si no es de nosotros mismos? Sophie Calle lo toma desde el extremo de esa despedida y lo lleva a un primer plano para dejarlo en nuestras caras. Ahí nos enfrentamos con esa expresión que dice tanto de cómo nos sentimos y cómo miramos a los demás, incluso amándolos y dejándolos.

Lo bueno de ser espectadora es la abstracción que nos permite confirmar lo que ya sabemos, pero fácilmente olvidamos: no estamos tan solos, tampoco nos engañemos que no estamos tan acompañados pero sabiendo que el lugar en el que nos encontramos es el que nos quisimos poner, será más fácil reencontrar el entusiasmo y la sensualidad del movimiento.///PACO