por @soifer
El 13 de noviembre de 2008 Dallas Wiens de 23 años, recibió una descarga eléctrica mientras pintaba una Iglesia en Forth Worth, Texas. El accidente lo dejó sin cara: sus ojos explotaron, sus dientes cayeron, su nariz se fundió. Como si fuese una masa de plastilina esparcida sobre un cráneo, la piel tapó el horror vacui de esas concavidades vacías. Para mayor escarnio, la electricidad no afectó del todo su pelo. Dos corredores de cabello y una barba candado quedaron intactas en su cabeza por lo demás deformada.
Durante 36 horas un grupo de médicos luchó con éxito para salvarle la vida. Wiens sobrevivió y, según documenta el programa de TV Tabú de National Geographic, tuvo dificultades para acercarse nuevamente a su pequeña hija. Tenía miedo de cómo ella lo iba a recibir, qué padre iba a ver. Pero su hija lo aceptó en su nueva forma. Un tiempo después, también tuvo problemas en un parque público a donde llevó a la niña porque otras madres quisieron apartar a sus propios hijos del monstruo.
En su novela gráfica insignia de los años 90s, Preacher, Garth Ennis y Steve Dillon imaginan a un adolescente idiota texano que queriendo imitar el suicidio de Kurt Cobain se volaba la cabeza con un rifle pero fracasaba en matarse. En cambio quedaba defigurado y se convertía en Arseface (cara de culo) una eventual estrella del freak-showbuisiness musical. Ojalá Wiens hubiera tenido esa suerte. Su rostro de-faced, sin cara es incluso mucho más espantoso que el rostro desfigurado del personaje de ficción.
Arseface, el personaje de la novela gráfica Preacher de Garth Ennis y Steve Dillon
En la segunda semana de marzo de 2011 Dallas Wiens se sometió a una operación de transplante completo de cara. El primer transplante de rostro completo. El costo del procedimiento de 300 mil dólares fue solventado por el Ministerio de Defensa de los Estados Unidos “como parte de la inversión en investigaciones de transplantes faciales.”
El rostro de Wiens perteneció a otra persona y cumple una función meramente estética: el tipo todavía sigue respirando mediante una cánula en su cuello y sus ojos son dos bolitas de cristal frías y sin vida. A pesar de todo, su apariencia actual es de cierta normalidad. Conserva una mueca torcida en la boca, dificultades para hablar y todavía tiene que atravesar por más operaciones.
Más allá de la historia heroica del hombre que se sobrepone a la adversidad y el dolor, lo que quedan son algunas preguntas incómodas: ¿Por qué sobrevivió? ¿Por qué la ciencia médica lo sometió a 36 horas de cirugías para salvarle la vida convirtiéndolo en una deformidad? ¿Valió la pena? ¿Para qué?
Las políticas de la belleza y la corporación médica ¿tendrán acaso las respuestas?