Der Nister, novelista ucraniano empecinado en escribir en ídish y muerto en un campo de concentración estalinista, en Relatos de dos épocas retrata el cambio que sufrieron en sus vidas los habitantes de Europa del Este a principios del siglo XX. Al leerlo, un siente el hachazo contundente que cortó en dos las vidas de esas personas.
Algo parecido, salvando las enormes distancias, pasa con los runners en este momento. Una parte importante de su vida consistía en sentir que el cuerpo entero se les movía a toda velocidad mientras quienes caminaban o andaban en autos y colectivos los admiraban. Ellos creían en correr, pensaban que eso les hacía bien, que así se gestionaban una vida larga y sana. Sus comidas, sus trabajos, sus horarios, sus fines de semana, todo estaba filtrado por si corrían o no corrían una cantidad importante de kilómetros al día vestidos con remeras dri fit y zapatillas de las que las revistas dicen que son las mejores para hacer lo que hacen. De repente, de un día para otro, un mazazo los paraliza y todo tiene que parar. El “enemigo invisible”, como Alberto Fernández y Emmanuel Macron parecen haberse puesto de acuerdo en llamar al temible coronavirus, los congela, los frena, les ata los cuerpos a sus casas.
En Argentina la prohibición de hacer running es total. Nadie puede hacerlo, ni una cuadra, ni media, ni un miserable kilómetro. Quien lo hace es aleccionadoramente detenido, como ocurrió con una persona en La Plata, que tuvo la suerte de que no se diera a conocer su nombre y así poder esquivar escraches a su casa y su familia. Pero, ¿pasa lo mismo en todos lados? ¿Se pusieron de acuerdo todo los países con infectados en que debía reducirse a esta minoría tan específica que cruza las ciudades usando las piernas? No. En Francia y Bélgica, por ejemplo, donde cuentan con una importante cantidad de infectados y muertos, quien quiera salir y estirar un poco las piernas puede hacerlo: el Ministerio de Deportes francés responde en un tuit que tienen permitido correr unos veinte minutos, lo que equivaldría a salir a hacer una compra, y la primer ministra belga, Sophie Wilmès, al anunciar la cuarentena obligatoria, eximió a quienes quieran correr y andar en bici. La prohibición total y absoluta es una postura que podría ser otra.
En Córdoba, aunque desconocemos con precisión en qué parte de la provincia, una señora, rubia de pelo largo, con ropa deportiva color negro, con una botella posiblemente de agua mineral en la mano izquierda, se arriesga y sale a correr después de decretada la cuarentena y es interpelada: la filman, ella pregunta por qué la filman y quien le responde le dice que la va a denunciar, que mientras todos estamos encerrados, ella sale a correr. El video de doce segundos se viriliza gracias a que quien amenaza con denunciar remata, en el mejor acento cordobés, insultando a la rubia con la palabra “papuda”. La prohibición del running hace que este “resurgimiento de la actitud botona” se repita en otras situaciones. Como la de los dos viejitos que aparentan tener más de setenta y no llevan changuito ni bolsa de la compras pero están en la calle, evidenciando que no salieron a hacer nada en especial. Verlos significa denunciarlos, querer filmarlos para mandarlo a la policía, llamar ya mismo a quien sea para decir que esa persona que hace deporte o pasea tiene que ser detenida, multada y castigada para que nadie siga su ejemplo.
Los runners de todo el mundo, desesperados, dicen entre ellos que deben capitalizar el encierro. Se convencen de esto pensando que puede ser una experiencia interesante y se sumergen en ridiculeces totales. Por razones difíciles de precisar, este grupo de deportistas es proclive a las hazañas curiosas (en la crónica Nacidos para correr, Christopher Mcdougall cuenta con lujo de detalles cómo las maratones y ultramaratones hacen que los deportistas de elite desafíen sus cuerpos hasta el absurdo) y el cuarentenismo saca lo peor, o lo mejor, de ellos: un maratonista chino que hace 500 kilómetros en una semana corre en su departamento, un francés que hace 42 kilómetros corre en los siete metros de su balcón, un gallego, que supera a todos y corre 61 kilómetros, va una y otra vez por el pasillo de diez metros de su departamento para hacerle acordar a toda Galicia que el #061 es el teléfono de emergencias. Los runners argentinos, por ahora, no nos regalan ninguna maravilla de exigencia corporal. Lo máximo es una señora de ochenta y cinco que le manda videos de ella misma haciendo bicicleta fija a TN Running. La señora, a quien los de TN eligen llamar “la nonna”, nos invita, no se entiende si a todo el que la ve o solo a los que practican el mismo deporte, a no desmotivarnos.
Al principio de todo esto, la psicóloga tuitera Alexandra Kohan se preguntaba en Twitter: “¿Ahora sí notaron que mi cuerpo no es mío?”. Está muy lejos de querer interpelar a los runners; lo que intenta es decirles a quienes creen que el aborto debe legalizarse que su proclama “Mi cuerpo es mío” carece de fundamento, pero quienes están obligados a quedarse en casa e inventar entrenamientos pueden escuchar que esta voz sí les habla a ellos.
Las carreras de todo tipo, las de media maratón, las de maratón, las de 5k y las de 10k, están suspendidas indefinidamente. Los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 se reprograman para el 2021. Y en los grupos de Facebook, donde los runners suelen recomendarse marcas de ropa y apps que miden cuántas calorías se quemaron, se preguntan cómo hacer para seguir entrenando en casa y piensan si cuando vuelvan a salir van a tener que hacerlo con barbijo y guantes para no contagiarse de los miles de personas que corren a su alrededor. Se preguntan si se los considerará prioridad o si se los dejará para el final, se dicen que lo de ellos también tiene motivos de salud, que nadie entiende que hacer bici fija no es lo mismo que correr en la calle, sostienen que a ellos no los va a matar el virus, que gracias a sus kilómetros diarios tienen el cuerpo ideal para que nada los mate. Ven que las empresas de zapatillas, que antes pensaban en ellos y sacaban modelos nuevos para estrenar, este otoño deciden ponerse a producir barbijos. Piensan que nadie se acuerda de ellos. Y, como todos, odian al coronavirus/////PACO
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