Recién empezaba la carrera de Letras, yo era una joven e ingenua de diecinueve años que todavía no había pasado por las clases de Link, Sarlo o Viñas. Tenía un trabajo part time como administrativa y un amigo me había dicho que su hermana, una verdadera Licenciada en Letras, era la editora de una revista que estaba buscando redactores freelance y pagaban por nota. En aquel momento yo iba a un taller literario, ese era todo mi contacto con la escritura, y aunque no tenía la menor ambición de ser escritora o periodista, algo hizo que me diera curiosidad ver un texto mío impreso en papel. La publicación se llamaba Predicciones, era una revista de tamaño chiquito y contenido esotérico de lo más variado: desde extraterrestres hasta piedras energéticas pasando por curanderos, fin del mundo y magia blanca. Recuerdo que la primera nota que me pidieron –porque uno no presentaba sumarios sino que ellos te pedían material para rellenar sus páginas– fue sobre San Expedito.
En aquella época internet era apenas un lugar donde buscar información, no había Google ni redes sociales y los sitios eran rudimentarios, todavía el DOS estaba muy a la vista estética y funcionalmente. Igual me las ingenié para sacar datos suficientes de ahí. Jamás se me ocurrió ir a la iglesia del tal santo a preguntar, qué sé yo, no tenía idea de periodismo y en mi familia no había nada que se acercara al catolicismo. Si bien había bibliotecas en las casas de mis padres y abuelos, en ninguna estaba la Biblia. Mandé el artículo sabiendo que no era algo decente en relación con la búsqueda de fuentes y el chequeo de la información, pero para mi sorpresa la editora me dijo que estaba bárbaro. Solo necesitaba que le agregue una parte más pragmática. Le tuve que preguntar a qué se refería y me dijo que “algo que los lectores pudieran hacer”.
Por alguna razón le daba vergüenza decir la palabra “ritual”, y la dije yo. Hice lo que me pidió e inventé algo sin asidero alguno como “compre tres velas amarillas, póngales una cinta roja a cada una y enciéndalas una noche de luna llena treinta minutos antes de medianoche. Cuando sean las doce, coma tres nueces pensando en su pedido para el santo y él se lo cumplirá”. Para mi asombro, la nota con el ritual salió sin un solo cambio. Sentí un poco de la vergüenza que sentía la editora con todo aquello. ¿Realmente alguien se creía algo de lo que salía ahí? ¿Algún lector habrá practicado el ritual que inventé? Imposible saberlo. Quizás esa experiencia haya sido la que marcó definitivamente mi rumbo hacia la escritura de ficción, donde de antemano queda claro que todo es imaginación y no hay que fingir ningún tipo de superioridad moral//////PACO