Cualquiera que alguna vez tuvo simpatía por el periodismo probablemente se preguntó a lo largo de estos últimos meses qué iba a pasar con la profesión en la Argentina el día después de que terminara el mandato de Cristina Fernández de Kirchner. Ese interrogante se hizo más poderoso -al menos para el que escribe- después de que Mauricio Macri fuera elegido Presidente. ¿Qué ocurrirá con el periodismo a partir del 10 de diciembre?
La primera vez que escuché el término «Reiniciar el periodismo» fue en un encuentro de Mozilla Argentina en el Hotel NH de la calle Bolivar. Organizado por Guillermo Movia (Community Manager LATAM en Mozilla Corporation, según su perfil de Linkedin), el evento funcionó -al menos así lo recuerdo- como una especie de antesala de la convocatoria de Hack/Hackers Buenos Aires, donde programadores y periodistas se encuentran para pensar -y hacer un poco de lobby- el periodismo (digital) del siglo XXI.
De ese día recuerdo la presentación de algún que otro proyecto digital y el entusiasmo que había con el tratamiento de la Big Data. En ese entonces la posibilidad de analizar grandes datos parecía ser la principal esperanza de cura de un periodismo moribundo. Sin embargo, pese a que no fue muy destacado, el gran descubrimiento del evento fue escuchar esa frase relacionada a la falla de un sistema operativo que, como muchos problemas, necesita reiniciarse.
Reiniciar el periodismo
«En Windows hay otras formas de reiniciar que no implican cerrar el sistema operativo completamente, sino solo una parte de él. Por ejemplo, desde Windows Vista hasta Windows 8.1, cuando hay un problema con los controladores gráficos, es posible que el escritorio se vea extraño, como si fuese un monitor muy viejo que no está en alta definición. Esto es porque Windows está reiniciando los drivers en el fondo para que vuelvan a funcionar correctamente.», leo en un sitio español al pasar.
Es interesante aclarar que esto no ocurre sólo en Windows sino también en Linux, y probablemente también pase con el periodismo. Cuando vemos presentadores de la televisión disfrazados de periodistas que están en la pantalla desde hace más de 25 años la primera pregunta que nos surge es: ¿por qué nadie nunca pidió ‘qué se vayan todos’? Está claro que no es la solución, pero quién sigue imponiendo las formas de practicar el periodismo.
Estos artículos podrían escribirse una y otra vez con sólo mirar Moneyball (película de la que se debería hablar en todas las notas). No hace falta perder el tiempo con Newsroom de Sorkin o Primicias de Adrián Suar para entender qué pasa dentro de una redacción. Paradójicamente Sorkin fue uno de los guionistas de la película basada en el libro de Michael Lewis (Moneyball: The Art of winning an ufair game); sin embargo, ahí el periodismo en principio no tiene nada que ver.
«Money buys a lot of things. One is the luxury to disregard what baseball thinks». ¿En definitiva no pasa eso en todos los lugares de poder? ¿No se hace lo posible para que lo que aparentemente funciona de una sola manera no cambie? Sí, por supuesto. De eso se trata, a partir de la idea del fin de la historia surge una dialéctica. La viuda embarazada de Amis, la vieja embarazada de Rabelais, lo viejo que no termina de morir y lo nuevo que no termina de nacer.
Una campaña electoral espectacular
Estoy convencido de que la campaña electoral -que permitió que Macri se convirtiera en Presidente con el 51,4% de los votos- fue un acontecimiento hermoso de la democracia, más allá de intereses partidarios particulares. Sin embargo, la sensación que quedó en el aire es que el periodismo no estuvo a la altura de las circunstancias. El subjetivismo mal entendido resultó ser peor que el objetivismo falso, y todo se convirtió en el torpe aguante de un River-Boca.
A esta altura, luego de derrumbarse el mito marketinero del periodismo independiente, quedó claro que la profesión tampoco puede estar atravesada por demostraciones partidarias. Periodistas de medios nacionales con la camiseta del PRO o del FPV no ayudaron en lo más mínimo a devolverle algo de mística al periodismo. Esto, sumado a una agenda setting instalada por la histeria de las redes sociales, continúa erosionando el prestigio del oficio.
Reiniciar el periodismo se convirtió en algo esencial para darle un lugar serio a la profesión en el siglo XXI. Todavía no está claro cuál es el camino, tal vez no sea necesaria reiniciar toda la máquina, sino identificar qué es lo que la hace lenta. Está claro que el periodismo tiene la capacidad de llegar al siglo XXI sin necesidad de olvidarse del siglo pasado, pero ese cambio tiene que ser pronto. No por una cuestión ética o moral, sino simplemente por una cuestión de ansiedad intelectual.///PACO