1. El 2 de septiembre de 1969, en la Universidad de California, Los Ángeles (UCLA), se conectó la primera computadora, una SDS Sigma 7, al primer Procesador de Interfaces de Mensajes (IMP), el abuelo de los routers. Casi dos meses después, el 29 de octubre a las 22.30, el estudiante de programación Charley Kline encendió la Sigma 7 e intentó conectarse a la SDS 940, una computadora ubicada en el Stanford Research Institute (SRI), a 568 kilómetros de distancia. Kline tipeó la palabra “login”, pero la conexión se cayó durante el proceso y sólo logró transmitir las dos primeras letras. La primera comunicación entre dos computadoras conectadas no directamente, sino a través de una red, había quedado incompleta. La palabra entera pudo transmitirse una hora después. Al mes siguiente, se estableció la primera conexión permanente entre la UCLA y Stanford. En diciembre, cuatro máquinas estaban conectadas a la llamada ARPANET. Eran los primeros latidos de lo que conocemos como Internet.
2. “Ahora la onda es desconectarse”, me dice un amigo por chat, cuarenta y cuatro años después. Es cierto: hace rato noto que varios de mis contactos de Twitter y Facebook hacen leve fade-out. No cierran la cuenta (bueno, algunos sí), pero aparecen cada vez menos. Como un amigo médico que se dedica casi exclusivamente a responder menciones. O como una amiga mendocina que se fue vivir a Ecuador y prácticamente desapareció. Otro amigo se mudó hace un mes y todavía no le pusieron wi-fi y no parece importarle. Incluso nuestro compañero Mavrakis escribió una crónica de la desconexión. En partes del primer mundo se pusieron de moda las “purgas digitales”: como quien come de más en un asado, el voluntario abandona las redes sociales y a veces hasta el uso de toda la red por una semana, un mes o más. Muchos no lo logran, muchos reinciden. Ni hablar cuando en el medio hay algún corazón roto.
3. “Turn on, tune in, drop out”. Meses antes de la primera conexión, Timothy Leary pronunciaba esta frase (“encender, sintonizar, abandonar”), ante unos 30.000 hippies en San Francisco. La oración, que en realidad pertenece a Marshall McLuhan, parece predecir el advenimiento de Internet. Dos décadas más tarde, Leary se convertiría en un early adopter, uno de los primeros bloggers, y diría que “la PC es el LSD de los 90”. Irónicamente, las redes sociales del siglo XXI se transformarían en una adicción tan fuerte como el alcohol y el tabaco. El “fav”, el “RT” y el “me gusta” funcionan como generadores de endorfinas, satisfacción gratuita e inmediata.
4. No se trata sólo de algunos usuarios abandonando algunas redes. Facebook y Twitter están dejando de crecer, se amesetaron en mercados como Estados Unidos y el Reino Unido y son desplazados en Japón y China. Facebook ya no es cool. Los adolescentes ya lo usan poco y nada o directamente no abren cuentas. Para ellos, tenerlo es casi una obligación, porque “todo el mundo está en Facebook”. Ahí radica el problema: no quieren una red social donde también están sus padres y maestros. Los jóvenes migran a Instagram, Vine, Tumblr o Ask, donde es menos probable que sus tíos los avergüencen. ¿A quién le importa que una red social sea cool mientras genere millones de dólares? A Mark Zuckerberg, quien alguna vez, en 2004, dijo “me conformo con hacer algo cool”. A los tenedores de acciones de Facebook también debería importarles: AOL, Friendster, Myspace, Livejournal y Fotolog alguna vez también fueron “cool”.
5. ARPANET, el padre de Internet, no nació de casualidad. Surgió de los esfuerzos combinados de varios científicos financiados por el gobierno de Estados Unidos a través de la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzada (ARPA). La agencia fue creada por un decreto de Dwight Eisenhower en 1958; un año antes, el lanzamiento del satélite soviético Sputnik había tomado a todos por sorpresa, evidenciando la necesidad del avance tecnológico en plena Guerra Fría. La red fue ideada como una cuestión científica, no militar, pero también como una alternativa a los muy centralizados sistemas de comunicaciones vigentes. El aporte clave fue el de Paul Baran, de la RAND Corporation, quien diseñó redes descentralizadas que funcionarían incluso si algunos nodos fallaban. También incursionó en el packet switching, la idea de dividir la información en fragmentos y enviar cada uno por caminos alternativos dentro de la red. El sistema de Baran partía de una premisa inquietante: ¿cómo hacer que una red sobreviva a un ataque nuclear?
6. “Si estás escribiendo software social, la pregunta más importante que tenés que hacerte es: ‘¿cómo me ayuda esto a tener sexo?’”. La frase pertenece a Jamie Zawinski, uno de los pioneros del software libre, e ilustra uno de los principales atractivos de las redes sociales. Facebook y Twitter fueron alguna vez prados fértiles para el levante. Para algunos todavía lo son, pero cada vez menos. Esa función ahora la cumplen aplicaciones móviles como Tinder o Grindr, que reducen la seducción a un par de “sí” o “no” en el teléfono. Aún no se popularizaron en Argentina, donde Badoo sigue dominando el mercado del levante mayormente anónimo.
7. Los monos funcionan en grupos que oscilan entre los 20 y los 50 miembros. El cerebro del simio promedio sólo puede conocer íntimamente a esa cantidad de compañeros. Cuando el grupo se vuelve demasiado grande, deja de funcionar y se divide. A un mono no le pueden interesar más de 50 monos al mismo tiempo. Los que no entran en ese grupo son de palo. Para los seres humanos, el número es 150. Una persona no puede conocer íntimamente a más de 150 personas. Mucho menos interesarse por sus vidas. El 95% de los que lean esto tienen más de 150 amigos en Facebook, y probablemente sigan a más gente en Twitter. Esa alienación es lo que permite que una persona se sienta cada vez más sola a pesar de estar cada vez más conectada.
8. Quisiera separar Twitter, la red social y el servicio; de Tuiter, los círculos de 100, 300 ó 1.000 personas con los que mantenemos conexiones. Uso Twitter desde 2007, cuando eramos unos pocos aplaudiendo a oscuras para ver si encontrábamos a otro. Desde entonces he visto a los grupos nacer, crecer, reproducirse y morir. Siempre alguien se hacía amigo de alguien, alguien cogía con alguien, alguien se peleaba con alguien (generalmente uno era consecuencia de lo otro), alguien se iba, alguien se quedaba, alguien nuevo llegaba. En tanto esta lógica, este círculo de la vida, continúe, la red social seguirá funcionando.
9. “Gentrificación” es el proceso urbano por el cual un barrio pasa de abandonado y pobre a la sede cara de la nueva burguesía. Es lo que pasó con Williamsburg en Nueva York y con Palermo en Buenos Aires. Es lo que pasó también en los terrenos baldíos de las redes sociales: antes un poco más anárquicas y dominadas por programadores, diseñadores y periodistas; hoy llenas de deliveris de sushi, bandas de cumbia irónica y candidatos a concejales. El proceso no es necesariamente negativo, incluso tiene aspectos positivos. Pero los jóvenes y los early adopters no pueden jugar a la pelota en un shopping; eventualmente migrarán hacia terrenos baldíos en otras redes.
10. Si Facebook ya no es cool, si Twitter está colapsado, si las redes sociales son adictivas y perjudiciales, si ya no sirven para coger, si todo está agotado, ¿por qué seguimos ahí? En el final de Annie Hall, Woody Allen cuenta el chiste de un hombre que va al psiquiatra y le dice “doctor, mi hermano cree que es una gallina”. El médico pregunta “bueno, ¿por qué no lo interna?” Y el hombre responde: “lo haría, pero necesito los huevos” ////PACO