.
[Corresponsal exclusivo en Islandia de Revista Paco]
“En un número de Scientific American de 1962, el ecólogo John B. Calhoun presentó los resultados de una macabra serie de experimentos llevados a cabo en el Instituto Nacional de Salud Mental (NIMH) de los Estados Unidos de América. Colocó a varias ratas de laboratorio en un entorno en el que, protegidas de enfermedades y predadores, y provistas de agua, comida y cobijo, se reprodujeron rápidamente. Lo único que les faltaba era espacio, problema que se fue agudizando a medida que lo que a él le gustaba llamar su «ciudad de ratas» o «utopía de roedores» se fue superpoblando. La frecuencia de los contactos sociales no deseados aumentó, produciendo un incremento del estrés y las agresiones. Según los trabajos del fisiólogo Hans Selye, el sistema adrenal ofrecía la solución dicotómica tradicional: luchar o huir. Pero en ese entorno cerrado la huída era imposible. La violencia aumentó rápidamente hasta quedar fuera de control. Le siguieron el canibalismo y el infanticidio. Los machos se volvieron hipersexuales, pansexuales y, con frecuencia creciente, homosexuales. Calhoun llamó a esta vorágine “hundimiento conductual”. La población se redujo, acercándose a la extinción. Al final de los experimentos, los pocos animales que quedaban habían sobrevivido con un costo psicológico inmenso: sin actividad sexual y totalmente retraídos se apiñaban en una masa sin ocupación. Incluso después de reintroducirlos en comunidades normales de roedores, estos animales “socialmente autistas” permanecían aislados hasta la muerte. En palabras de uno de los colaboradores de Calhoun, la “utopia” había bajado a los “infiernos”.»
La primera vez que leí este articulo ya no vivía en Argentina y automáticamente me sentí identificado con la familia de los múridos. Lo mismo ocurrió cuando me fui de España, lo mismo en noruega; también en Islandia. El texto de Edmund Ramsden, hace tiempo que se incorporo a mi vida conformando una especie de pasaje bíblico bizarro. Un salmo holográfico donde yo me convertía en rata o la rata se convertía en Alejandro. A fin de cuentas, este anagrama no engendra demasiadas confusiones teniendo en cuenta que comparto el 99 por ciento de genética con mis hermanos roedores. Mi analogía no es del todo descabellada. Ahora bien, la violencia, supongo, al igual que todas las formas, evoluciona. Y yo intento torpemente (porque al fin de cuentas es jodido escapar de ella) razonarla, interpretarla bajo o sobre constituciones sociales si bien anacrónicas, al mismo tiempo simétricas, ya que al fin de cuentas, todos respondemos al genero Homo Sapiens.
El control social es importante, eso esta claro. En su experimento, John B. Calhoun es Dios, monarca, su propio sistema democrático. Sádico el hijo de puta, vale decirlo. Pero dentro de todo y aunque pese, muy humano.
“La Policía Judicial puede recoger restos genéticos o muestras biológicas abandonadas por el sospechoso sin necesidad de autorización judicial”.
Hace cosa de un mes yo salía de casa pretendiendo ir a una instalación artística. La calle de la galería estaba mal puesta en el plano y yo estuve media hora yendo de un lado a otro como un nabo sin encontrarla. En eso, se acera un tipo con gorrito de lana portando la bandera islandesa en su cabeza y me pregunta, en tono marcial, que es lo que estoy buscando. Sorprendido y en principio contento por lo que interprete a priori como una especie de samaritano cívico, le conté en que andaba al mismo tiempo que le mostraba el panfleto de la galería. El tipo se acerco aun mas y pude sentir olor a cerveza; luego, con tono aun mas violento argumento algo así como: no te hagas el boludo y decime que es lo que estas buscando. Al terminar la ultima palabra, me caheteo a lo malevo y se metió dentro de una agencia de turismo, en la céntrica calla Laugavegur, a pocos pasos de donde estábamos y sin darme tiempo a procesar todo aquello.
Similarmente a como se sentirían las ratas de John B. Calhoun y paralelamente el vikingo ingresaba en el local mis pulsaciones aumentaron al mismo tiempo que percibía temblores en todo mi cuerpo. No me fue difícil interpretar que el vikingo era un nazi que ahora me miraba desde la vidriera de la oficina de turismo, altivo y desafiante. Mi células gliales se revolucionaron: pensé en Argentina, pensé en la mixtura, pensé en la tolerancia, pensé en que aun hoy existen individuos proclamando la pureza genética y el nazionalsocialismo sin interpretar que su sangre y su cultura están más mezcladas que un licuado de banana con leche: El vikingo era petiso y colorado: un indicador irrefutable que su sangre portaba, invariablemente, el karma del saqueo, la muerte y violación efectuadas por los islandeses en las costas irlandesas en indicadores similares a los vividos por las ratas de, una vez mas, John B. Calhoun.
Yo me quede parado, en la puerta de la oficina de información turística (el Dr Sasman reiría) intentando comprender la situación, creyendo estúpidamente que se trataba de un mal entendido. Al salir de la oficina el petiso me escupió y acelero su marcha, filtrándose en medio de los transeúntes. Un tipo que estaba al lado observo la escena, miro con asombro y acto seguido, se metió dentro de un auto. Asustado.
La violencia cuando aparece es jodida de controlar y aun mas sencilla de identificar. El petiso vikingo así lo dedujo, pues no fue casualidad que al verme los ojos aceleró repentinamente su marcha para doblar en la esquina y desaparecer de mi vida. No miento si diría que no pensé en correrlo y atraparlo. No miento si diría que a veces, es mas fácil agachar la cabeza y seguir caminando. No miento si diría que en la calle Laugavegur tenes una cámara en cada esquina y que una escupida es un fotograma complejo de atrapar y aun mucho mas difícil de tutelar jurídicamente.
Anoche voy caminando por la misma calle Laugavergur en la que me escupió el petiso.
Camino junto a un conocido que forma parte de una agrupación política que podría sintetizarse con el redundante concepto de anarquismo controlado. Según él, la agrupación a la cual responde engloba un poquito de todo. Mientras caminamos me adoctrina: un poquito de capitalismo, un poquito de comunismo, un poquito de anarquismo, un poquito de esto, un poquito de aquello. Luego extrae una pistola de agua de uno de sus bolsillos, apunta con determinación y efectuá dos certeros disparos que se incrustan en las caras de dos japoneses que pasan delante nuestro. El vikingo que efectuó el disparo ahora ríe con orgullo mientras los japoneses, procesan; primero ríen, luego maldicen en la lengua del sol naciente.
En Islandia el piropo no existe y por lo que tengo entendido nunca existió.
¿Existe violencia en las palabras? ¿Existe violencia en la modulación o en la terminología empleada? De ser así, ¿como la tutelamos?
Tanto la saliva como el agua disponen de un peso y una estructura química. Aparentemente, las coordenadas cerebrales y todo lo que se desprende de ella no lo tienen. A menos de forma inmediata. El peso se lo ponemos nosotros. Y en ello habitan especies de kiolmbos irremediables y anarquismos subjetivos.
La pirámide rata/saliva/agua/piropo no es casual. Ese desplazamiento de la materia hacia formas mas sutiles o eterico/conductivas no es nuevo.
¿Existiría el piropo en la sociedad de ratas de John B. Calhoun? En Islandia, como ya dije, no existe. Eso no quiere decir que de acá a unos anos y por la calle Laugavergur, gran parte de los transeúntes porten pistolas de agua con el poder de expresarle al otro que su cara no le simpatiza o tan solo y simplemente, direccionar el proyectil acuático hacia un pezón y materializar y vislumbrar una teta sin los condicionamientos occidentales. La ley siempre fue detrás del genero humano fraguando sus aciertos y desventuras. El sistema jurídico es en cierta forma un dejavú cutre que necesita formatearse y re programarse indefinidamente. Hasta el ultimo espécimen de la colonia humana. Tal vez por esto ultimo siempre he sentido lastima y condescendencia por las ratas de John. Sobrevivientes de una manipulación empírico deductiva al servicio de la razón, el progreso, y el bien común. Más allá de toda forma y género.///PACO