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La FIFA acompañó desde el principio el proceso de transformación del fútbol en un negocio de escala global, incluso potenciándolo a través de la revisión de las competencias regionales y mundiales, el cambio de algunas reglas (la más importante de las cuales fue pasar de 2 puntos a 3 puntos el premio por partido ganado en todas las ligas afiliadas), la exposición del deporte a nuevos mercados globales como los Estados Unidos, a quien le dio la organización del mundial en 1994 y la higienización de su imagen a través de la incorporación de la agenda de causas bellas y hermosas globales (contra las drogas, contra la discriminación, por el hambre el África, contra el SIDA, etc.).
“Que jueguen y se callen la boca” dijo ese gran arquetipo platónico de lo que los jóvenes hoy llamarían viejo meado, Joao Havelange, cuando en el Mundial de 1986 los jugadores protestaron porque los principales partidos se jugaban bajo el abrasador sol del mediodía para comodidad de la televisación europea. Nueve años después, sin embargo, en 1995, el argentino más grande que jamás dio esta patria, Diego Armando Maradona, recordó esa anécdota cuando fundó junto a Eric Cantona la Asociación Internacional de Futbolistas Profesionales (AIFP), un sindicato de jugadores que buscaba plantársele a la avanzada neoliberal.
Se sumaron al proyecto Hristo Stoichkov, Ciro Ferrara, Gianfranco Zola, Gianluca Vialli, Laurent Blanc, Michael Preud’Homme, Bebeto, Rai, George Weah, Thomas Brolin, Michael Laudrup y el Pibe Valderrama, entre otros. Grandes figuras de los años mágicos del PC Fútbol.
El 6 de Noviembre de 1995, Diego habló invitado en la Universidad de Oxford. Como resume el periodista Roberto Parrotino en una nota en Tiempo Argentino llamada «De Fiorito a Oxford”: “[Diego] Habló de los picados en los potreros de Fiorito y de la relación mágica entre el fútbol y los aficionados. De una vocación y un destino. Pero centró sus palabras en el desarrollo de los medios de comunicación y la transformación del fútbol en un negocio-deporte. Citó el ‘acoso de los grandes hombres del negocio del fútbol’ y ‘la convicción casi mayoritaria de que los jugadores de fútbol eran personas incultas, muy rudimentarias o primitivas’”. Tenía 35 años. Hacía días había llegado a Boca para cerrar su carrera, con el mechón amarillo, la barba candado y el arito en la oreja izquierda.
Poco menos de un mes después, el 13 de diciembre, Mauricio Macri sería elegido presidente del club con 4415 votos sobre los 2643 de Antonio Alegre. Boca Juniors, y la Argentina, en esos breves días entre Noviembre y Diciembre, decidiría, sin saberlo, su destino sudamericano definitivo y haría la transición cultural final de una Hidra Peronista fantástica e incontrolable al pequeño country de plateístas de ingresos altos que se van antes para evitar el tráfico, turistas japoneses, streamers, celebrities de segunda línea, una barrabrava que resiste acorralada y en decadencia y grandes mayorías proscriptas tras el paywall de la cuota social.
Treinta años después de ese hito, el panorama del fútbol argentino es el que conocemos. River Plate es una góndola de supermercado, con un estadio espectacular que llenan todos los fines de semana con hippies contratados para tocar el bombo y un sinfín de adolescentes que van a la cancha disfrazados de hombre araña a grabar TikToks. Boca Juniors es un club que, a pesar del reflujo riquelmista, está innegablemente derrotado culturalmente por los 15 años de macrismo. Racing lleva una quiebra y un gerenciamiento encima, e Independiente ha sido colonizado por lo peor del PRO, que intenta exprimir a sus hinchas a través de una colecta infame y llevarlo a la quiebra para empujar el plan salvador de su jefe político, Mauricio Macri: la privatización.
El 10 de junio de este año se cumplirán 10 años desde la suspensión definitiva de la presencia del público visitante en todas las categorías del fútbol argentino. Una medida tomada, en realidad, luego de que la policía bonaerense matara a Javier Jerez, simpatizante de Lanús, en la entrada al Estadio Único de La Plata. Esa fue la gran medida higienizante que rompió la lógica del fútbol local para siempre.
A partir de ahí, las grandes mentes de la seguridad en el fútbol (el APREVIDE o la rutilante ONG Salvemos el Fútbol, hoy avocada al estudio de temas urgentes como “¿Qué tipo de varones se forman en el fútbol juvenil? Género y masculinidades en el fútbol formativo”) iniciaron una gran campaña para descabezar a las barras bravas. En seguidilla se organizaron operativos contra las primeras líneas de las barras de River, Boca, Estudiantes, Quilmes, Los Andes, Racing, Newell’s, entre otras. En distintos contextos y por distintos motivos. Estos operativos fueron muy efectivos y en general lograron su objetivo, aunque las consecuencias fueron nefastas porque al generar vacíos de poder envalentonaron a grupos rivales, dividieron a las hinchadas y, lejos de pacificar el fútbol, aumentaron la conflictividad en los estadios.
El caso más resonante, por lo fallido, sea probablemente el de Florencia Arietto, ex abogada garantista devenida en halcón de la lucha contra la violencia en el fútbol y avatar deformado de la doctrina Giulliani, cuando, como jefa de seguridad de Cantero dividió a la barra, lo que provocó una antológica y amarga batalla de enfrentamientos callejeros entre Bebote y Loquillo que terminó con este último con dos tiros en el pecho, y terminó deportivamente con el rojo en la B.
En su versión nacional, la eugenesia del fútbol argentino fue un proceso que estuvo lejos del glamour de las ligas del centro geopolítico, muy entrecruzado por los claroscuros de la realpolitik sudamericana y que definitivamente no fue acompañado por un boom de inversores rusos y saudíes. Más bien todo lo contrario. En lo social, empeoró la calidad de asistencia a los estadios, excluyó al hincha común y aumentó la violencia deportiva al trastocar el tradicional orden de poder de las barrabravas dejándolas a merced a su colonización por personas “ajenas al fútbol”, como sugiere entre líneas Rafael Di Zeo, recientemente salido de la cárcel. En lo futbolístico, incrementó la condición del futbol argentino como mero productor de materias primas, formador de futbolistas dotados que no llegan a debutar en primera y que son captados por los grandes clubes ingleses en la pre-adolescencia.
El desmantelamiento del sistema Fútbol para Todos, el 24 de febrero 2017, solo profundizó el efecto de esta gentrificación deformada. Ese principio de año, Mauricio Macri, en la presidencia de la Nación, tenía entre todos los quilombos de su gestión desastrosa un pequeño sueño personal: consolidar el desmantelamiento final de las asociaciones civiles y llevar esta liga de negros e ignorantes al siguiente nivel de desarrollo, la privatización, la venta, el franquiciado, así sea a la fuerza.
Sin embargo, entre ese día de febrero y una tarde templada de marzo de ese mismo año, apenas 35 días después, otra vez el péndulo del destino argentino oscilaría en dirección contraria, sin que ninguno de nosotros lo supiera. El 29 de ese mes, con 40 votos a favor y 3 abstenciones, sería nombrado Presidente de la AFA Claudio Fabián Tapia, cambiando una vez más el destino para siempre////PACO
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