Mercurio, el de los pies alados, leve y aéreo, hábil y ágil, adaptable y desenvuelto, establece las relaciones de los dioses entre sí y de los dioses y los hombres, entre las leyes universales y los casos individuales, entre las fuerzas de la naturaleza y las formas de la cultura, entre todos los objetos del mundo y entre todos los sujetos pensantes. En la sabiduría antigua, en la que el microcosmos y el macrocosmos se reflejan (…), el estatuto de Mercurio es el más indefinido y oscilante. Pero, según la opinión más difundida, el temperamento influido por Mercurio, inclinado a los intercambios, a los comercios, a la habilidad, se contrapone al temperamento influido por Saturno, melancólico, contemplativo, solitario.
Ítalo Calvino
La danza de los siete velos
Tengo en mis manos el libro Leer Danza(ndo), traducción salvaje. La tapa muestra una célebre fotografía de Isadora Duncan envuelta en una túnica con los brazos en alto, casi un daguerrotipo con una hoja de papel vegetal que la replica y recubre, y unos trazos a lápiz grueso que la intervienen. El libro toma un texto de Gertrude Stein y lo traduce. Se trata de una edición bilingüe con dibujos, grafismos, varias versiones posibles de traducción y comentarios realizados por varias autoras a doble columna. Stein escribe buscando relacionar aquella que danza (Isadora) con aquella que escribe (Stein). A partir de su escritura, que es ardua de leer por los extensos párrafos casi sin comas y la repetición de palabras que se incorporan en una construcción de sentido compleja, se asume una interrogación acerca de la quietud y la movilidad, la identidad de lo uno y lo múltiple, el ser y el existir, y otros problemas de este tenor.
Entre estas cuestiones, sin embargo, emerge de a poco una que es central. ¿Cómo vincularse con el pasado, con las fundaciones míticas de las artes y los relatos que hemos escuchado una y otra vez? Suele haber una idealización que colabora en la configuración de una épica o lírica: cuanto más sufrimiento, lucha y tragedia, mejor. Pero hay épocas y contextos que favorecen la aparición de ciertos afectos en detrimento de otros. Se los valora y considera fuente del hacer, por otra parte. No nos sorprende entonces que el romanticismo sublime el dolor, que por eso mismo también lo necesita. Distinto es vivir, pensar en términos de invención o elección. Miramos el crepúsculo y miramos la salida del sol, y como el movimiento del mar, son eventos que se suceden el uno al otro. A la vez, la misma historia puede ser leída de modos distintos según el punto de vista.
Arte y vida
Volviendo al texto de Stein, es propio del Modernismo este cuestionamiento, este intento de transformación del medio, en este caso de la escritura, en aras de resolver los problemas de significado que el arte se planteaba ahora y entonces. Isadora vuelve como un fantasma, pero, ¿por qué hablar de Isadora Duncan hoy, acá, entre nosotros? ¿Qué de ella merece actualizarse y echarse a rodar de nuevo? Hay pocos libros de danza que no sean de corte académico o periodístico, y uno de ellos es Mi vida, escrito por la misma Isadora y publicado en 1927. Ahí narra su infancia próxima al mar, su deseo temprano por danzar, sus primeras actividades dando clases con sus hermanos en la casa materna donde al piano se escuchaba a Mozart, Schumann, Beethoven. También están sus fuertes críticas a la danza clásica de entonces, sus enamoramientos de hombres ricos y pobres, su viaje a Rusia cuando se casa con el poeta Serguei Yesenin. La vida de Isadora es cualquier cosa menos aburrida. Ella no tiene pelos en la lengua, es apasionada, desafiante, cuestionadora, orgullosa. Intenta revolucionar tanto la danza con sus propuestas, inspiradas en la contemplación de arte griego antiguo, bailando semidesnuda, descalza con el cabello suelto en jardines utilizando al plexo solar como centro del cuerpo y su columna vertebral ondulante, como también vivir una vida en la que las pautas morales asociadas al matrimonio burgués o religioso no tienen la menor cabida.
El trabajo artístico de Duncan contrasta con el ballet, que usa zapatillas de punta, busca lo etéreo, usa el tutú, los maquillajes artificiosos. Isadora, por el contrario, dice que ella se vincula con la naturaleza. Baila sola sinfonías completas de los grandes compositores románticos y posrománticos, baila borracha en bares envolviéndose en las banderas nacionales de los países que visita en sus giras, se hospeda en grandes hoteles que no puede pagar, decide buscarse hombres millonarios para financiar sus trabajos, viaja a Grecia y conoce el Partenón, declara constantemente sus pensamientos, polemizando y siendo políticamente incorrecta, y entierra a sus dos hijos ahogados en el río Sena. Finalmente, Isadora muere en Niza a los cincuenta años, en 1927, ahorcada con su chalina de seda que se enreda en las ruedas del auto italiano descapotable en el que viajaba. Se discute si era un auto de lujo o no. Al parecer, salía con un amante.
Isadora no deja una escuela ni una pedagogía sistemática, pero sí deja un halo en el que se mezclan caprichos, intuiciones, altibajos económicos, tragedia y una potencia arrolladora, tanto para el hacer como para autorizarse a destruir lo que la precede. De su danza solo hay filmados seis segundos, el resto no son más que relatos y numerosas fotografías de una mujer hermosa. No obstante, la influencia de su figura es muy grande, muchos coreógrafos se inspiraron en ella y muchas jóvenes estudiantes de danza leyeron su libro. Hay algo de ese ímpetu estadounidense de entonces que también transmite un espíritu fundacional, semejante al del poeta Walt Whitman. Se puede barajar y dar de nuevo, parece decirnos.
Cada mujer en su noche
Sumado a este libro, recientemente leí el texto de Nicolás Caresano sobre Schumman y la relación entre literatura y música. Me quedé pensando entonces en Clara Schumann. Sabía que había sido el gran amor e inspiración de Johannes Brahms, y que Clara rechazó su propuesta matrimonial hecha luego de la muerte de Robert Schumann. También se dice que al poco tiempo de morir Clara, lo hizo Brahms. Ella era una gran pianista y compositora que, lógicamente, de acuerdo a las ideas de la época y a las alternancias de euforia y depresión de su esposo, dejó su desarrollo artístico quizás a medio camino. Por eso se me ocurrió pensar en una mujer exhausta. No sabemos los motivos del rechazo a Johannes, pero también podemos suponer la larga agonía en la cual él la acompañaba en los últimos tiempos, en los que asistía a la clínica en la que su esposo estaba internado. Puede ser que eligiera no casarse otra vez.
A continuación pensé en una figura capaz de marcar el pasaje entre Clara Schumann e Isadora Duncan, alguien que tenía rasgos de ambas: Alma Mahler. Tiene en común con Isadora los viajes, amores con artistas muy importantes de su época (empezando por el propio Gustav Mahler, su primer esposo, luego Gustav Klimt, Walter Gropius, Franz Werfel, Oskar Kokoschka), hijos muertos, depresiones, vida entre Europa y los EE.UU. También tiene en común el haber dejado de lado su obra artística -era compositora- por pedido de su marido. Incluso hay un artículo psicoanalítico acerca de la relación entre Gustav y Alma. Mahler consultó a Sigmund Freud, en su edad madura, porque su esposa estaba sumida en la tristeza y melancolía. Ella lo acusaba de haber compuesto Canciones para niños muertos pese a su pedido de no hacerlo, y justamente luego de ello muere la hija de ambos. A su vez, Gustav no permitió a su esposa que se dedicara a su obra artística. Para cuando hizo la consulta, ya era demasiado tarde y al poco tiempo Gustav, que era veinte años mayor que Alma, muere. Otra vez, lo que caracteriza a estas obras y vidas es el afecto de la melancolía. Lo no hecho, lo no dicho, lo imposible, asume esa forma.
Amada en el amado, transformada
¿Cuál es la operación que Isadora, en tanto actos de vida, termina de consumar? ¿Por dónde pasa la transformación que la habilita a tomar otra clase de decisiones? En el segundo capítulo de Maneras de mirar, la teleserie de John Berger, él convoca a unas cinco mujeres de distintas edades a conversar sobre pinturas y fotografías, y les hace algunas preguntas respecto de la representación de la imagen de estas mujeres. Es sumamente interesante constatar que algo está, como la carta robada del cuento de Poe, a la vista de todo el mundo, y, sin embargo, pasa desapercibido. ¿Para qué ojo están construidas estas imágenes? ¿Qué les pasa a las mujeres al observar estas obras? ¿Qué tipo de modelos se han pintado, esculpido, fotografiado en la mayoría de las obras presentes en los museos europeos, de los maestros del Renacimiento, Barroco, Pre y Pos-impresionismo? ¿Hacia dónde miran estas figuras? Esto le permite a Berger preguntarles a estas mujeres cómo ha sido su educación, cuál es su percepción respecto de la mirada de los otros para la constitución de sus propios gestos y comportamientos.
Este es un terreno problemático, y basta pensar a modo de ejemplo en las “correcciones” o “transformaciones”, ya sea mediante posturas, maquillajes e iluminaciones en la época dorada de Hollywood, pero también en las cirugías e intervenciones estéticas actuales en el mundo de la actuación, la televisión, el modelaje de alta costura y la publicidad para visualizar la punta del iceberg del tópico de la imagen y la representación femenina. Sin entrar en otras cuestiones, pienso en una instancia de pasaje fundamental: de ser objeto a ser sujeto. Por supuesto, este pasaje es contingente, una posibilidad. Me parece que Isadora Duncan lo realiza, a diferencia de Clara Schumann o Alma Mahler.
Sigo. Una de las cosas que diferencia a los animales de los humanos es la conciencia, según dicen filósofos y científicos. Ella implica un desdoblamiento y abre a su vez una pregunta: ¿qué resta en nosotros de lo animal? Esta dualidad nos permite accionar y pensar en un mismo gesto y vernos a nosotros mismos desde una mirada “externa”. El sujeto sufre, desea, padece, idealiza. Construye imágenes y representaciones. También, en tanto personas humanas, podemos volvernos objetos de deseo, de amor, de inspiración. Además, podemos ir y venir entre esas instancias de modo más o menos fluido. En el siglo XIX europeo, de algún modo, resultando de la representación cultural preexistente como se ve en las pinturas, el lugar de estas esposas podía ser el de objetos de adoración, incluso, pero no el de compositoras. Pareciera que estas mujeres entraron en esas crisis entre conciencia, deber y deseo inconsciente en el sentido freudiano, que busca siempre su vía de expresión y genera padecimiento ante la no realización. Mientras más “civilización”, más inhibición y represión. Este es el pasaje, la lectura que propongo, pues las imágenes y representaciones funcionan socialmente pero también individualmente, y son del orden de lo inconsciente. Quizás el deseo -que puede ser el motor del arte- es el resto que nos parece más animal en tanto no tiene justificación ni explicación. Simplemente ocurre, aparece ocasionando esfuerzos y desgracias en la búsqueda de su manifestación.
Coda
¿Qué es lo salvaje, lo que se opone a lo domesticado y lo civilizado, entonces? Isadora frecuentemente parece un animal herido, una diosa herida. Hay una línea entre Clara Schumann, Alma Mahler e Isadora Duncan. Hay la posibilidad de salir de la melancolía, esa suerte de muerte en la que no se termina de morir, que produce apatía, desinterés por la vida. “Acidia” o “bilis negra” la llamaban también los antiguos, y era considerada una enfermedad. Es, también, una forma de no aceptar las pérdidas y añorar largamente sin terminar de desprenderse de lo perdido. Puede volverse por ello una forma de resistencia psíquica ante la frustración. Ese, quizás, sea el legado de Isadora cuando dice algo como “veo a América bailar”. No es que la misma Isadora haya estado exenta de melancolía en su existencia, o que Clara y Alma hayan sido sólo melancólicas, si no que adviene una manera de vivir que hace posible una cierta apuesta a la potencia de una visión y los riesgos de vivir tras ella/////PACO
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