Toda búsqueda se inicia cuando algo se pierde. O cuando nunca se tuvo. Según un artículo del Wall Street Journal los objetos que más se pierden son las llaves y las medias. Le siguen el celular, los cargadores y el control remoto. Perdemos hasta nueve cosas cada día y pasamos al menos quince minutos buscándolas. Pero también podemos perder el tiempo, la paciencia o, en el punto que nos compete, la felicidad. En 0,32 segundos, Google encuentra cerca de 55.200.000 veces la palabra Felicidad. Mientras que Happiness arroja unos 352.000.000 resultados en 0,31 segundos. La alemana Glück necesita cerca 0.34 segundos para ser encontrada unas 80.700.000 veces. En tanto que Bonheur requiere 0.30 segundos para arrojar 94.500.000 resultados de búsqueda. Al menos en Internet, todo aquel que lea en Inglés encontrará más respuestas que aquel que lo haga en Alemán. Es interesante notar que, si bien los angloparlantes tendrán trescientos mil millones mas de posibilidades de encontrar una respuesta satisfactoria, también tardarán mucho más tiempo en encontrarla. En italiano, escasos 22.000.000 resultados en 0.48 segundos aparecen para la palabra felicità. Al parecer, ni Fellini con 10.300.000 resultados ni Mónica Belucci con sus 2.500.000 resultados logran incrementarlo. El hecho de buscar nos mantiene ocupados. Mejor dicho: alertas. Las personas podemos activar alarmas que nos avisen cada vez que alguien publica algo relacionado con nuestro criterio de búsqueda. Lo mismo ocurre con otros campos. Para el self sense, los auto denominados “buscadores” son personas que necesitan indagar siempre un poco más en la búsqueda de la felicidad. Solo que, además de orientarse a través de Google, se apoyan en gurus o maestros. La diferencia es que, mientras que google ofrece millones de opciones, el guru propone un único camino. El filósofo Byung-Chul Han en El aroma del tiempo (Herder, 2015) dice que la expresión “bonne heure” con la que Marcel Proust comienza en Busca del tiempo perdido es un modismo ligado al tiempo y a la felicidad. Según Han, la felicidad estaría más relacionada con el espacio entre y no el lugar al que se llega. “Los intervalos o los umbrales forman parte de la topología de la pasión. Son zonas de olvido, de pérdida, de muerte, de miedo y de angustia, pero también de anhelo, de esperanza, de aventura, de promesa y de espera”. De este punto vista, la espera es la forma indicada para mantenerse motivado.
Según un artículo del Wall Street Journal los objetos que más se pierden son las llaves y las medias. Le siguen el celular, los cargadores y el control remoto.
Así, mientras el tiempo proustiano proponía el detenerse para que el deseo emerja, los nuevos buscadores buscan motivarse. Es para saciar esta búsqueda que aparece el coach, un entrenador que estimula y mantiene la motivación en alto. El coach puede ser tanto un entrenador físico como emocional y, por qué no, laboral. La metodología es similar en todos los casos: programas de entrenamiento. El programa nos invita a atenernos a un método (aquí es cuando la neurociencia hace su entrada triunfal) pero, en donde lo que en verdad se propone no es muy diferente de sostener una soga, un deseo, o mantenerse aferrado al hilo de Ariadna mientras se intenta hallar el camino. Han también propone pensar el espacio virtual como un lugar en el que podemos perdernos: “El espacio de la red tampoco tiene dirección. Es un tejido de posibilidades de conexión, de links, que en lo fundamental no se distinguen demasiado unos de otros. En este sentido, el espacio de la red, abre opciones en sentido horizontal, sin comunicación entre sí. Por eso, dice el filósofo, es el proceso dialéctico quien permite un presente rico en tensiones. Para los buscadores espirituales, también el aquí y ahora es quien brinda las respuestas. La diferencia radica en que el presente de la autoayuda no contiene la idea de tensión o conflicto que encontramos en Han. En la simplificación de la autoayuda, la felicidad consiste en una iluminación prescindente de todo conflicto. El sociólogo alemán Hartmut Rosa, en su ensayo Acceleration, The Change in Temporal Structures in Modernity (Daidalos, 2005) dice que “El miedo a perderse cosas, y el consecuente deseo de intensificar el ritmo vital, son el resultado de un programa cultural desarrollado en la modernidad, que consiste, a partir del aumento de la cuota de vivencias, en hacer que la propia vida sea más plena y rica en vivencias e incluso de este modo alcanzar una buena vida”. En el discurso de la autoayuda las preguntas se direccionan hacia una respuesta. Es así como el mensaje aparece como revelación. Es interesante notar que, en la mayoría de los maestros iluminados actuales, pueden asociarse con el arquetipo del renacido. El renacido es alguien que vuelve. A diferencia del héroe mítico, en el que lo importante era su proceso de convertirse en héroe, en el renacido, lo importante es lo que hace después. Es decir, el conflicto estuvo, pero ya pasó.
En la simplificación de la autoayuda, la felicidad consiste en una iluminación prescindente de todo conflicto.
Todo maestro que se precie de tal deberá contar con muchas desvíos en su haber. Este es el caso de Paulo Coelho, quien se esmera en revelar su pasado en un manicomio o su paso por el mundo del alcohol y las drogas. En esa linea están Wayne Dyer y Louis Hay. El mismo Enric Corbera relata sus desdichas siempre luego de haberlas superado. Estos gurus presentan la versión edulcorada de la parábola del hijo pródigo, en la que un dios benevolente, perdona el error e permite el regreso con todos los honores. Edulcorada porque el nuevo guru no paga un costo real por sus equivocaciones. Su verdad lo posiciona frente a una redención que limpia el pasado, liberándolo de las consecuencias, con el solo hecho del arrepentimiento. El gurú oriental es levemente distinto. Las enseñanzas yóguicas muestran al iluminado como un humilde servidor, Sri sri Ravi Shankar es un claro exponente de esto. Además del método, la aceptación de la realidad tal como se presenta es la herramienta que ofrecen casi todas estas disciplinas. Para esto, el camino a la felicidad es la aceptación. La occidentalización de este concepto es: fluir. Lo que fluye, resbala o se diluye, puede darnos una idea del tipo de sustancia que se necesita para que esto suceda: el agua. Podemos pensar el agua como sinónimo de serenidad, pureza y transparencia. La sustancia en la cual se nace y a la cual se anhela regresar. El pozo o la fuente. Las expresiones “regreso a la fuente” y “volver a las fuentes” corren en el mismo sentido. Es llamativo también que en el espacio virtual se “navegue”. Ríos de información, corrientes de energía permiten que la información avance. Pero también existen las lagunas mentales. Porque no todo conduce a una respuesta que nos satisfaga. Y, como dice Proust: “La felicidad es saludable para el cuerpo, pero es la pena la que desarrolla las fuerzas del espíritu”///////PACO