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Los propietarios son unos hijos de puta.
No se salva ninguno.
Defienden la propiedad privada y la privacidad porque les permite mantener sus privilegios, los mecanismos corruptos que usan para mantener sus estilos de vida dispendiosos y consumissstas.
Son psicópatas incurables los propietarios. Ególatras, narcisistas, ventajeros.
También son tremendamente infelices, acomplejados, masoquissstas, solitarios, insatisfechos, inseguros, paranoicos, perseguidos, culposos.
Algo habrán hecho para ser propietarios, no quieren que se sepa.
Ergo, defienden a ultranza el bolazo de la privacidad.
No quieren que se divulgue cuánto ganan, cómo invierten, cómo evaden impuestos, cómo gastan, cómo viven.
Con gran astucia, además, nos hicieron creer a los giles, a los que no cortamos ni pinchamos, que nosotros también necesitamos privacidad.
El concepto de privacidad de alguna forma implica que lo que hacemos en la intimidad es vergonzoso o condenable y por tal motivo debe ocultarse.
Defender el derecho a la privacidad si son un perejil clasemediero te hace quedar muy gilipollas.
No te ofendas pero, siento decirte, que si sos un ganapán de Cabashito es poco lo que tenés que ocultar.
Alguna aventura extramatrimonial.
Cookies de pornografía en tu laptop.
Evadís unos pesitos de impuestos.
Te bajaste canciones y alguna peli de contrabando.
Uhhh.
En fin, tu vida es aburridísima y su versión privada no le importa a nadie.
A tus vecinos les nefrega sobremanera si te compraste un consolador en Amazon.
Ahora bien, a los propietarios de verdura, a los que tienen el sartén por el mango, la privacidad les viene bárbaro porque inclina la cancha en favor de ellos.
Opacidad o turbiedad llamésmola más bien.
La condición sine quanon para que los mercados funcionen sin dissstorsiones es la transssparencia total.
Todos los agentes tienen que conocer toda la información en todo momento.
Cuando se terminan los secretos se terminan los genios y los privilegiados.
Cuando hay transparencia se terminan los propietarios.
¿Por qué tu jefe no quiere que sepas cuánto gana?
Es más ¿por qué consideramos que preguntarle a alguien cuánto gana es una indiscreción mal educada?
Saber cuánto gana mi jefe podría ser una motivación para dedicar más esfuerzo y compromiso a mi trabajo.
Pero no, es un tabú del que no se habla.
Nos hicieron creer que es de mal gusto hacer estas preguntas simplemente para manipularnos.
Lo cierto es que el llamado “robo de identidad” es la única razón por la cual la privacidad podría ser necesaria.
Los shankis llaman “identity theft” a la utilización de datos personales robados para obtener un crédito, comprar un bien o acceder a cuentas bancarias.
Guardá tus contraseñas, querido.
Fuera de esto, que es ciertamente un problema ¿para qué sirve la privacidad?
Para nada.
Para nada bueno, mejor dicho.
La necesidad de privacidad es una pulsión, un instinto, que heredamos de nuestro pasado salvaje.
Iba a decir de nuestros antepasados los animales.
Una tontería.
Seguimos siendo animales.
En la jungla, en el monte, el animal instintivamente se esconde para protegerse en ciertas ocasiones que lo hacen vulnerable a depredadores.
Mientras defeca el animal está muy vulnerable, no sólo por la posición que le quita capacidad de reacción sino porque los depredadores lo olfatean de lejos.
Hoy seguimos ocultándonos y encerrándonos para defecar pura y simplemente por ese instinto milenario.
Parecido a lo que ocurre cuando dos animales se aparean.
El apareamiento de dos presas es una ocasión que otorga al depredador la posibilidad inmejorable de cazar dos pájaros de un tiro.
Este ancesssstral instinto de supervivencia mutó en un pudor inexplicable que nos impide cagar con la puerta abierta o coger ante la mirada ajena.
Todos cagamos y cogemos.
Todos.
Algunos más parejo que otros, ok.
Pero es lo más normal del mundo.
Sin embargo nos genera una necesidad incontenible de escondernos.
De buscar privacidad.
¿Qué tiene de malo cagar y coger? ¿Por qué el pudor? ¿Por qué lo vivimos como una cochinada vergonzosa?
Ver cómo cogen los demás nos fascina, nos atrapa, no podemos sacarle los ojos, tal vez porque brota el depredador que llevamos dentro y nos evoca imágenes de presas indefensas listas para ser faenadas.
No es el caso cuando se trata de ver a otros haciendo sus necesidades.
La materia fecal y su olor generan repulsión en nuestro cerebro por varias razones instintivas: la más importante es que permanecer cerca de heces propias o ajenas nos hace vulnerables a depredadores.
Además, la presencia de heces de otros animales nos indica que estamos en territorio ajeno, lo que también activa nuestras alarmas instintivas de supervivencia primal.
Cualquiera que tenga un perro sabe que los depredadores marcan su territorio con orín y cacona.
Territorio que no es otra cosa que el coto de caza privado del citado depredador.
Yes indeed: propieda privada.
Un depredador, un leopardo por ejemplo, sabe instintivamente tras años de acumular información evolutiva, que necesita monopolizar cierta cantidad de hectáreas para garantizar la supervivencia propia y de su cría.
El depredador no puede explicarlo, duh, pero intuye insssstintivamente por experiencia heredada genéticamente que cierta cantidad de hectáreas le significarán la suficiente cantidad de presas, agua y protección de otros depredadores.
Esta es, chicas, la raiz de la propiedad y de la privacidad.
No son derechos.
Más bien son instintos, pulsiones, deseos.
Alguien dirá que en la naturaleza los depredadores saben conformarse.
Que no abarcan más de lo que necesitan.
Que no cagan más alto que el culo.
No estoy tan seguro.
Se sabe que los depredadores suelen matar más presas de las que necesitan, por las dudas.
Lo que los depredadores matan, si no se lo comen entero, es aprovechado por especies carroñeras inferiores en la cadena alimenticia.
Especies que, de otra manera, tal vez no tendrían qué comer.
En fin, la propiedad privada es instinto, pulsión, deseo.
Y también una ilusión, un imposible, una abstracción utópica.
Porque la propiedad privada, en realidad, no existe.
Aquí entra a tashar otra limitación esixtencial del ser humano.
El ser humano, como todo animal, no puede estar en más de un lugar al mismo tiempo.
El ser humano sólo es en acto presente, perdonad la redundancia.
El ser humano sólo puede ser propietario del aquí y ahora.
Parece una tontería pero es un condicionamiento filosófico fundamental.
Puedo ser propietario de veinte Ferraris pero sólo puedo manejar una a la vez.
Puedo ser propietario de una bodega con mil botellas de vino pero sólo puedo tomar uno a la vez.
Puedo tener mansiones en New York, Gstaad, St Tropez y St Barth.
Pero sólo puedo habitar una a la vez.
Puedo ser propietario de cien mil cabezas de ganado pero sólo me puedo comer un bife de chorizo a la vez.
Puedo ser propietario de cientos de millones de dólares pero ¿sabés qué? esa fortuna se la diste a un banco que se la prestó a miles de personas en forma de créditos.
Tu cabaña de Gstaad, la que está vacía 360 días por año, es más bien una fábrica que le dio laburo a dos arquitectos, 30 albañiles, dos ebanistas y 14 personas de personal doméstico. Además, el encargado usa tu suite de bulín para fifarse turistas incautas.
Tu bungalow en St. Barth, que permanece vacío 355 días al año, le dio laburo a 25 albañiles lugareños que con lo que te cobraron pueden hacer la plancha –literalmente- viviendo de la caza y la pesca todo el año. De vez en cuando en tu bungalow organizan casamientos. A los que no te invitan, desde ya.
Tus vinos van a seguir ahí después de que te mueras y tus nietos los van subastar para pagar deudas de juego y sus drogas recreativas.
Me puedo creer que soy dueño del mundo pero no deja de ser una alucinación, un autoengaño, un masaje banal y casi inútil para mi ego.
Sólo somos propietarios en acto de lo que podemos usar y defender.
Lo demás es chamuyo, voluntarisssmo, una expresión de deseos vacía.
Un estudio realizado en EEUU determinó que si se expropiaran los patrimonios y activos totales del 15% más acaudalado del país sólo cubriría los gastos operativos del gobierno duranre unos 7 días hábiles.
Odiar a los ricos es una pérdida de tiempo y un gasto de energía.
Odiar a los ricos es una operación simbólica que nos resulta satisfactoria porque estar en contra de algo es mucho más fácil.
Nadie te pide que los quieras o los admires, pero ese resentimiento y esa energía podría canalizarse de una manera mucho más positiva.
¿La pareja monógama es una mutua propiedad privada entre personas?
La hembra no quiere que el macho procree con otras hembras porque no quiere que el padre de sus crías se distraiga protegiendo críasajenas de los ataques de depredadores.
Con lógica similar, el macho no quiere que su hembra tenga crías ajenas para no tener que arriesgar su vida defendiendo de depredadores a cachorros ajenos que no portan su código genético.
De ahí una de las emociones humanas más aparentemente inexplicables de todas: los celos y la envidia.
Los celos y la envidia son los que nos hacen obsesionarnos con los ricos.
Perseguir ricos es una pérdida de tiempo.
Hay que verlos como una anomalía, un grupo de gente que tuvo suerte, que se ganó la lotería.
Perdámosles el respeto pero dejemos de malgastar nuestras energías odiándolos.
Son hámsters como todos los demás.
Eso sí, lo que nunca hay que permitirles es que con su dinero se compren el poder.
Ojo, yo creo en la utopía de la propiedad privada como los zurdos creen en la utopía del hombre nuevo. Sé que no existe, sé que es una noción teórica inaplicable, pero considero que es bueno seguir intentando.
La ilusión de la propiedad privada me da algo por qué luchar, algo que defender.///PACO
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