Llega el día después y la sensación al despertar es una mezcla de desesperación, incredulidad y resentimiento. Las primeras horas transcurren entre la negación y la búsqueda de conmiseración entre amigos y conocidos. Para las doce del mediodía ya aceptamos la realidad. Casi siempre llueve y si la vida tuviese música funcional sonaría algún tema de los más berretas de Coldplay, en loop. Generalizo, sí; simplifico, es verdad. No llueve tanto acá, no tanto como sugieren las películas; y no todos se sienten igual cuando ganan los conservadores. Pero un trabajo de campo en las redes sociales legitimaría mi versión. Por lo menos entre la multitud de progres que componen mi feed de Twitter la sensación fue de desazón. Desazón y sorpresa al enterarnos de que los Tories –– como se los llama en un intento fallido por humanizarlos –– habían conseguido la mayoría absoluta, contra todos las encuestas que anunciaban un parlamento divido.
Pero más allá de mi inclinación a hacer antropología pop vía Twitter un triunfo Tory llega generalmente como una sorpresa, sobre todo para quienes vivimos en cualquiera de los grandes centros urbanos del Reino Unido. Nadie se puede explicar quién los vota ni de dónde salen. En Londres es relativamente difícil cruzarse con alguien que reconozca abiertamente simpatizar con las ideas del partido de Maggie Thatcher, fuera de en los barrios chetos de Chelsea, South Kensington y otros de West London –– mundos inaccesibles para gran parte de los londinenses y sobre todo para la gran mayoría de quienes vivimos acá de prestado. Ni siquiera en las redes sociales tienen demasiada presencia, a diferencia por ejemplo de los payasos de la derecha populista de UKIP (Partido Independentista del Reino Unido), los favoritos de las abuelas racistas. Esto es así porque el conservadurismo británico dista de ser algo aceptado a viva voz: es un deseo secreto y perverso, una identidad flemática y miserable que se vive sin bombos ni platillos. Puede que esto tenga origen en el prurito británico en lo que refiere a la ostentación, una especie de cargo de consciencia post-imperial, algo que se manifiesta por ejemplo en el humor auto-despreciativo tan popular por estos lugares. Reconocer que se vota Tory levanta una sospecha –– muchas veces infundada –– de que quien así vota goza de buena posición social. Y celebrar la riqueza es algo no muy bien visto por acá –– mejor dejárselo a los nuevos ricos, a las celebridades categoría C, o a los norteamericanos.
Entonces, ¿dónde están metidos los conservadores? ¿Son realmente lagartoides al estilo de los de They Live de John Carpenter? El fenómeno del conservadurismo es territorial y rancio.
Entonces, ¿dónde están metidos los conservadores? ¿Son realmente lagartoides al estilo de los de They Live de John Carpenter? El fenómeno del conservadurismo es territorial y rancio: es un partido de los suburbios y del «countryside»[1], más cerca del feudalismo que de la revolución industrial. Este desfase en el tiempo y en el espacio es algo coherente con las políticas conservadoras. Votar «Tory» implica un viaje hacia el pasado y hacia el interior, hacia una Inglaterra profunda y endogámica y por lo tanto deforme. Una Inglaterra del museo de cera Madamme Tussauds y no de las galerías de arte clandestinas de Hackney Wick.
Si tenemos en cuenta que lejos está el ciudadano promedio del Reino Unido de verse beneficiado con las políticas de austeridad y de desmantelamiento del estado de los Tories, conviene entonces preguntarse por qué razón los siguen votando. Podría argumentarse que casi todos los medios impresos de este país son de la derecha más recalcitrante, y que durante las elecciones pusieron toda la maquinaria de propaganda a trabajar para el partido liderado por David Cameron. O que los donantes del partido conservador son los empresarios más poderosos del país, lo que garantiza un poder de lobby y de exposición más alto que el de Labour (el otro gran partido del Reino Unido). O que Labour todavía no consigue recuperarse de la guerra trucha de Tony Blair en Irak, y que sigue eligiendo líderes borderline una y otra vez, muy distintos a los elocuentes niños bien que componen la delantera conservadora por estos días (Cameron, Johnson, Osborne). O que la culpa es de los escoceses, quienes –– en su intoxicación nacionalista a medias –– votaron para quedarse en el Reino Unido en el referendo que tuvieron el año pasado para luego contradecirse votando en maza al SNP (Partido Nacionalista Escocés) en las elecciones nacionales, causando que Labour perdiera la mayoría de los votos en el lugar donde históricamente había sido más fuerte. Y todos estos argumentos serían ciertos, aunque incompletos: el triunfo de los conservadores el jueves 7 fue el resultado de todas estas razones sumadas a un sistema electoral ridículo llamado First Past the Post (FPTP).
FPTP es una de las tantas idiosincrasias un poco excéntricas de los británicos, como conducir con el volante a la derecha, utilizar el sistema imperial de unidades, o tener celebridades pedófilas (Jimmy Savile, Gary Glitter, Rolf Harris, y otros tantos). El Reino Unido está dividido en 650 distritos electorales. Cada votante –– de acuerdo a su domicilio –– elige un miembro del parlamento (MP) de entre las opciones locales (los partidos disponibles varían de lugar a lugar). El partido que más MPs consigue es el partido con derecho a formar un gobierno y el líder del partido termina siendo el primer ministro. Como los votos de los perdedores en cada distrito no cuentan se dan grandes desproporciones entre la cantidad de votos recibidos y MPs. Basta con ver la constitución del nuevo parlamento para comprender lo absurdo de FPTP: el Partido Conservador sacó el 37% de los votos y consiguió 331 MPs; Labour consiguió 232 con el 30,4%. UKIP, por otro lado, consiguió solo 1 MP con el 12,6%, mientras que los Liberal Democrats consiguieron 8 MPs con el 8% de los votos.
Y el SNP, por la concentración de sus votos en Escocia, consiguió 56 MPs con apenas el 4,7%. Si se tiene en cuenta que el voto aquí no es obligatorio y que solo el 66% de la población se presentó a votar, la legitimidad del gobierno es aún menor[2]. Por más que es evidente que el sistema no refleja la complejidad partidaria del Reino Unido en 2015 es muy poco probable que lo cambien. En palabras de Natalie Benett, líder de los Greens (1 MP, 3.8%) pedirle a los dos partidos que se benefician con el sistema que voten para instaurar una alternativa sería «como pedirles a los pavos que voten por la Navidad».
FPTP es una de las tantas idiosincrasias un poco excéntricas de los británicos, como el volante a la derecha, el sistema imperial de unidades o las celebridades pedófilas.
Por estos días todo es incertidumbre en el Reino Unido. Próximamente se anunciarán nuevas medidas de austeridad, más que seguro destinadas a recortar aún más las ayudas sociales y socavar el sistema de salud. El referendo sobre una posible salida de la Unión Europea ya es una realidad –– se habla de 2017 pero podría suceder en 2016. Los periódicos nos hablan de ministros de igualdad que votaron contra el casamiento igualitario, de ministros de justicia a favor de la horca, de que el Reino Unido amenaza con abandonar la esfera del Tribunal Europeo de los Derechos Humanos, de todas las formas en las que esta isla gris intenta emular a Corea del Norte. Mientras tanto la maquinaria de prensa conservadora nos mantiene entretenidos con noticias sobre una estabilidad económica que muy pocos consiguen palpar o con el nacimiento de una nueva princesita, Charlotte Elizabeth Diana. El único consuelo que nos queda es que los gobiernos conservadores –– de forma indirecta –– siempre terminan regalándonos buenos espectáculos: disturbios y revoluciones pop. El segundo, en la época del lobotomizante X Factor, es muy poco probable. Del primero ya tuvimos algunos adelantos en el 2011, cuando ardió medio Londres durante una semana de calor agobiante. La apuesta del gobierno debe ser pasar el verano y que la realeza se siga reproduciendo. Tiempo a la realeza evidentemente no le falta. Y el verano casi nunca dura más que un par de semanas/////PACO
[1] La palabra «campo» no consigue capturar la complejidad del territorio británico, donde el campo coexiste junto a miles de pequeñas aldeas clase media alta.
[2] FUENTE: BBC (http://www.bbc.co.uk/news/election/2015/results)