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Por qué no nos gustan las nudes

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Este texto parte de una intuición, sostenida en buena medida por testimonios cercanos: a las mujeres (heterocis) no nos gustan las fotos de penes. Por supuesto, este es un “no nos gusta” que se despliega en un arco afectivo amplio, que va de la indiferencia general al asco absoluto. Y también hay excepciones que conciernen a lo singular de cada una, a la excepcionalidad de ese varón en particular o a las circunstancias del envío de la imagen. Pero hoy escribo sobre la regla o, mejor, sobre mis hipótesis alrededor de la regla: a las mujeres no nos gustan las nudes de los varones. Para entender por qué, estas son tres posibles explicaciones:

En buena medida, la primera es que hay un problema con el timing. Los varones pueden mandarte sus fotos PNP (fotos de penes no pedidas) en cualquier momento y lugar: descontextualizadas, invasivas, desconcertantes, algunas llegan -como los ricos- sin pedir permiso. En un artículo en The Guardian, la cronista Moya Sanders analizó la práctica del cyberflashing: varones que envían sus fotos usando AirDrop o Bluetooth a todos los dispositivos que tienen cerca en un transporte público. Para Sanders, en esto de mostrarse frente a personas desconocidas hay una continuidad con la vieja y conocida figura del “exhibicionista del sobretodo”. Cualquier mujer podría relatar un episodio del estilo. Un tipo se desabrocha el pantalón y te muestra el pito en un lugar público. Así, el varón que envía su foto de manera impulsiva y sin invitación (ni hablar de los que la tienen como foto de perfil en Tinder, ¿qué es eso? ¿en qué están pensando?) sería el último avatar virtual, el nuevo upgrade del clásico pervertido analógico.

Ahora bien, esta hipótesis -si bien colorida- implicaría calificar a muchos de nuestros varones contemporáneos como trastornados. Una mirada psicoanalítica, tal vez, nos diría que el cyberflashing da cuenta de una desregulación de la pulsión escópica, aquella relacionada con el mirar, el ser mirado, el hacerse mirar (las formas patológicas de la pulsión escópica son, justamente, el voyeurismo y el exhibicionismo). Entonces, ¿están los varones atravesados por una pulsión loca y descontrolada? Creo que hay otras miradas posibles.

Si lo observamos desde el prisma feminista, por ejemplo, aparece la vieja y conocida violencia machista como forma de explicación. Así, los tipos nos están diciendo: “Aunque no lo pidas, te lo voy a mostrar y lo vas a tener que ver igual”. También podemos pensar en cómo está construido el campo de lo visible: las imágenes pornográficas y los significados sexuales hoy aparecen más vívidos, explícitos y naturalizados que nunca. Lo obsceno -etimológicamente, fuera de escena– se ubica en el centro del escenario y entonces la trasgresión nos es cada vez más familiar. Por lo tanto, el pibe que manda sus fotos PNP en cualquier momento (y muchas veces por fuera de cualquier conversación sexual) no sería simplemente un patológico, un rarito, un violento, sino alguien que en una cultura hipersexualizada cree que una foto es la forma más simple de interpelar, de decir, de invitar.  

La segunda explicación posible reside en la estética general de las imágenes. Nos pueden enviar cientos de fotos pero, al final, siempre recibimos la misma: en ángulo picado, un primer plano que, si tenés suerte, va a estar bien enfocado y, si tenés muchísima suerte, bien iluminado. Las variaciones son leves, casi imperceptibles: se lo agarran con una mano o lo dejan levitando, y el fondo puede ser sólo el piso mal lavado del baño, a veces con algunas tímidas falanges de los pies. Los fundamentos de esta flagrante despreocupación estética pueden ser varios: falta de tiempo, de ganas, de interés, de atención. En todo caso, siempre falta. Esto produce, además, una desafortunada reducción del mapa de lo deseable en el cuerpo masculino: ¿por qué siempre la misma imagen de esa única parte?

De todas maneras, encuentro curioso cómo las mujeres tendemos a responder con comentarios halagadores. Definitivamente, esto es una regla de etiqueta del sexting: elogiamos el tamaño y la consistencia, describimos deseos y proponemos acciones futuras aunque, en realidad, fruncimos el ceño, nos reímos bajito o reenviamos la foto a una amiga: “Ami, mirá qué asco/qué diminuto/qué raro”. ¿Por qué hacemos eso, mentir en el halago? ¿Será otra modalidad del orgasmo fingido? Alguien me habló alguna vez del “chip complaciente” que tenemos las mujeres: no vaya a ser que el otro se ofenda si le decís que su foto te es indiferente, que no la necesitás, que no la pediste, que no te gusta. 

Critique my dickpic es una cuenta de Tumblr, ahora inactiva, creada unos años atrás por una abogada yanqui. El título explica la razón de su existencia: ella les pedía fotos a varones y las subía a su página acompañadas de una meticulosa reseña y una calificación final. Como cualquier crítica de una obra artística, la abogada tenía en cuenta numerosas variables (la composición, la iluminación, el encuadre, los escenarios, el buen uso de otros elementos, la originalidad de la propuesta) que culminaban en una nota y, detalle no menor, un comentario alentador y una exhortación a continuar con la práctica. Este proyecto se enmarca en lo que podría llamar una pedagogía estética de la pornografía amateur o, dicho más llanamente, una cruzada por lograr que las mujeres recibamos mejores fotos, por alcanzar algún placer visual a partir de una imagen que por sí sola no despierta mayores ardores. 

Tercera y última explicación posible: creo que no nos gustan las nudes porque las mujeres preferimos las palabras. Entiendo (y asumo) la controversia de hablar de absolutos en cuanto a los estilos de amor femeninos y masculinos, pero no he encontrado mujer que diga otra cosa. Si bien algunas pueden entusiasmarse con las imágenes, lo cierto es que la mayoría preferimos que nos hablen, que nos envuelvan en palabras. Por otro lado, esa es la razón por la cual nosotras enviamos nuestras propias nudes: no sólo por el autoerotismo implícito en la práctica de embellecernos para después fotografiarnos, sino para obtener a cambio lo que nos interesa, que claramente no es una nude masculina sino los halagos y las sugerencias, incluso (¿sobre todo?) los comentarios obscenos y las propuestas abiertamente indecentes. Después de todo, tal como lo dice resueltamente y en modo bíblico el psicoanalista Éric Laurent, “las mujeres bien comprenden que el verbo se hace carne”////PACO

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