Tal vez la pregunta suene ingenua o pretenciosa en un país con poca población y aislado de los centros mundiales de comercio y producción de contenidos digitales. Sin embargo, Argentina cuenta con un alto nivel de uso de internet, y también con todo tipo de carreras afines en institutos terciarios, universidades públicas y privadas, un sector de IT que exporta recursos humanos, el servicio de video en demanda (clandestina) Popcorn Time, jugadores regionales del retail como MercadoLibre, un jugador global de avisos clasificados gratis como OLX, agencias de turismo de gran alcance como Despegar y Almundo y también Preguntados, el juego de trivia. Aún así, estos activos no parecen suficientes para que el mercado de las apps invente algo que pueda convertirse en un negocio capaz de atraer los dólares que, por ahora, tenemos que pedirles prestados al FMI.
Los límites técnicos del modelo Rappi
¿Ser un mercado pequeño y aislado es una causa? Creada en 2015 por los colombianos Sebastián Mejía, Simón Borrero y Felipe Villamarín, Rappi es una aplicación que pasó por Y-Combinator, algo así como la Masía de las startups, de donde salieron cracks como Dropbox, Airbnb y Docker. Con una repercusión que va más allá del naranja fluorescente, ya pueden verse a decenas de muchachos pedaleando por Buenos Aires a toda hora. Y al hacerlo, aportan valor a dos públicos: aquel que necesita urgente un empleo y aquel que no puede dejar de estar haciendo lo que sea para ir a buscar sus propios bienes y servicios. El negocio de Rappi, por lo tanto, funciona y se expande, a pesar de que técnicamente no sea muy complejo. Hasta donde es posible saber, usa servicios de geolocalización para estimar viajes y direcciones que ya casi son commodities, como el que provee Google, y algún asignador medio mágico que establece a los novatos los pedidos más atractivos para que se enganchen con el trabajo. Entonces, ¿hacia qué zonas invisibles de la producción avanza el verdadero talento informático?
Hasta hace unos años, lo más común para quienes cumplen funciones en el ámbito de la informática era trabajar en consultoras que te subcontrataban para trabajar en empresas más grandes o en el Estado. Lo más habitual era hacer sistemas capaces de darle soporte a distintas áreas de gestión. Con los años, sin embargo, las consultoras fueron asumiendo el rol de reclutadoras y selectoras de personal, presentando a los candidatos ante las empresas que los iban a contratar. Como fuera que uno llegara, las tareas eran desarrollar soluciones o adaptaciones para sistemas internos y, en menor grado, construir y mantener productos utilizados por otras empresas o instituciones. En consecuencia, y si bien las cosas pueden parecer muy diferentes de un lugar a otro, salvo contadas excepciones los especialistas en informática argentinos se dividen en dos grupos bien separados. Uno está formado por los perfiles técnicos que construyen y ponen en marcha los sistemas, y el otro es más funcional y con aspiraciones gerenciales, encargado de interactuar con los usuarios finales y determinar qué se va a construir y con qué prioridades. El recelo entre estos dos grupos mantiene el ambiente en un entorno de business as usual, como dice la bibliografía americana, que garantiza la producción y la entrega del trabajo para las organizaciones más grandes y para las empresas extranjeras para las que se out-sourcea.
¿Qué hace falta para un Mark Zuckerberg argentino?
En este esquema también tenemos al Estado, a las grandes empresas locales y a las empresas extranjeras asociadas a las TICs, luego a las obras sociales que tienen que reinvertir sus ingresos para no generar ganancias, a alguna semillera que produce software para todo el Mercosur desde Retiro y, por supuesto, al gran retailer en favor de la competencia entre sus proveedores (pero que no quiere que nadie compita contra él), MercadoLibre. Si bien estas empresas dan trabajo a muchos profesionales y fomentan el desarrollo de la tecnología local, en realidad mantienen negocios financieros o de intermediación de muy bajo riesgo y sostienen su renta con una posición dominante en el mercado local. Aunque a priori eso no tiene nada de malo (aunque tampoco de bueno), esto es lo que las hace poco propensas a asumir los riesgos de expandirse hacia nuevos mercados. Con crisis económicas recurrentes, una afición inagotable por las novedades y la vocación por saber siempre de todo, arreglarnos con lo que tenemos a mano es lo corriente habitual en Argentina. En otras palabras, para nosotros la creatividad es más una necesidad que un recurso.
Entonces, ¿qué hace falta para que emerja un Mark Zuckerberg argentino? En general las apps exitosas son un giro de tuerca que resuelve rápido, económicamente y sin complicaciones algo que ya existía. Un ejemplo es Etermax, una empresa que desarrollaba aplicaciones móviles que creó Preguntados, un juego de trivia similar al Carrera de mente cuya franquicia se vendió al programa de Susana Giménez. Hoy Etermax produce juegos y un sistema de venta de avisos para juegos. Taringa, por su lado, empezó como un foro que devino fuente de información de piratería, chismes locales y folklore y que logró su expansión latinoamericana como fuente de consumos digitales piratas, porno y grandes oportunidades para discutir con desconocidos y bullear a otros. Si bien el esquema se monetiza con Google Ads y muchas publinotas, más temprano que tarde Google empezó a amenazar con desindexar a Taringa de su buscador si no eliminaba el contenido ilegal o el “contenido para adultos”, por lo que el negocio derivó en la venta de publicidad y la colocación de avisos que, irónicamente, explotan a Google.
El caso de Popcorn Time se parece más a la startup del típico libro de emprendedores. Un grupo de amigos cansados de las complicaciones de ver películas en línea construyó un producto y una marca que cruzó fronteras gracias al modelo del software libre. Pero no pasó mucho tiempo hasta que los proveedores de internet empezaron a tomar medidas de contrainsurgencia contra la piratería, a lo que, otra vez, la innovación proveyó una solución tecnológica: las redes privadas virtuales (VPN). Esto generó un fértil negocio para los proveedores de VPNs, aunque el producto por ahora no se puede monetizar. Acosado por los grandes de Silicon Valley o perseguido por las leyes de propiedad intelectual, cada dócil híbrido argentino de Mark Zuckerberg parece condenado a conformarse con poco.
La innovación en el país de los commodities
La Cámara de Empresas de Software y Servicios Informáticos y el Estado lanzaron el Programa 111mil. Este número, que intenta homenajear el código binario, se refiere a 100 mil programadores, 10 mil profesionales y mil emprendedores. La elección de proporciones parece destinada más a bajarle el precio a los programadores que a desarrollar una industria innovadora, pero lo curioso del esquema es que repite al de las fuerzas de seguridad, donde la jerarquía está dividida entre oficiales y suboficiales, como dos grupos independientes. En Silicon Valley, o en las mismas historias cuasi inspiracionales como las de Steve Job y Steve Wozniak, o las de Bill Gates y Steve Allen, esta división entre emprendedor y técnico no es tan definitiva. El Programa 111mil consiste en una serie de cursos dictados en escuelas técnicas, centros de formación profesional, universidades y otras instituciones habilitadas de todo el país. Si bien el programa recuerda al programa Control – F de la gestión anterior, este agrega un período de práctica que ayuda a familiarizarse con el ambiente laboral en empresas o centros de alta tecnología supervisado por el centro de formación dónde se cursó. Si bien el programa aspira a formar emprendedores, no incluye incubadoras de emprendimientos ni provee capitales semilla para llevar adelante ese proyecto innovador que estamos buscando.
Para arrancar tu emprendimiento el Estado ofrece varias ventanillas, créditos y concursos como Innovar. Es destacable Wayra, una aceleradora de startups esponsoreada por el grupo Telefónica, aunque este también es estatal, aunque de la Madre Patria. ¿No es curioso que en un mercado hiperconcentrado y virtualmente monopólico como el de los proveedores de internet los jugadores no reinviertan en programas de investigación y desarrollo y solo se dediquen a replicar modelos de negocio ya exitosos, como el video on demand? Es cierto que en un país donde un bono rinde 70% no tiene mucho sentido asumir riesgos con un grupo de nerds, pero estas son compañías que tienen un renta asegurada por su posición monopólica y apuntalada por su llegada al poder político. La pregunta clave, por lo tanto, es si en Argentina tienen sentido las startups.
Las startups financieras basadas en tecnología (fintechs), como billeteras virtuales, cripto-monedas y microcréditos en línea parecen ser una promesa improbable. En expansión y ganándose con razón el recelo de sus hermanos mayores, los bancos, estas aprovechan con inteligencia el claroscuro que garantiza un sistema financiero aislado del mundo y en el que no hay forma sencilla de transferir de manera minorista dinero desde una cuenta propia local o en el extranjero sin pasar por comisiones abusivas por parte de los jugadores grandes y el temido fisco. Si los sueños líquidos libertarios de un sistema financiero sin restricciones al ingreso y egreso electrónico de fondos se realizaran, estas compañías tendrían que enfrentar a gigantes como PayPal, la billetera de Peter Thiel y Elon Musk, o a los mismos bancos extranjeros.
A la espera de Elon Musk
Algunos de los bancos locales ya fomentan e incuban proyectos o los integran a su cartera de productos. Después de todo, estos también existen gracias a este marco regulatorio. Como sea, sin poner en duda el trabajo innovador ni su amor por la competencia, teniendo la posibilidad de manejar todos los pagos y cobros mediante el servicio de Elon Space-X-Tesla Musk, es difícil imaginarse a alguien manteniendo además una cuenta en alguno de los servicios locales solo por algún descuento ocasional en la carga de SUBE. Paul Graham, cofundador de Y-Combinator, dice que la amplia mayoría de las startups en Silicon Valley van a la quiebra por elección de un nicho reducido para evitar la competencia o por falta de flexibilidad de sus fundadores para hacer algo distinto de su idea original para expandirse y tener un negocio rentable. En un país donde todos soñamos con tener nuestra quintita y que nadie nos diga que tenemos que hacer la primera causa parece familiar. Aunque estaríamos a salvo de la segunda, el reinventarse y repensarse para sobrevivir las crisis es parte de nuestro ADN.
Pero a no ilusionarse: por cada Uber o Google hay muchas otras empresas que terminan siendo absorbidas por las empresas ya consolidadas en Silicon Valley donde los Venture Capitals están en constante búsqueda del próximo unicornio. En Buenos Aires, mientras tanto, el mercado de startups es menos aventurero: la renta extraordinaria en commodities y los títulos públicos con intereses hacen que los negocios alrededor de una plataforma o una app móvil parezcan una fiebre de una noche de verano en comparación a la romántica cervecería artesanal con hamburguesas caseras de nuestro nuevo emprendedorismo. Hasta entonces, seguiremos buscando una idea para venderles a los gringos en el fondo de la última pinta de IPA pagada en efectivo, porque, como de costumbre, el posnet no anda/////PACO