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Fiesta por los 200 años de independencia peruana (¡Y en Transilvania!)
La reunión sería en Brasov, la región donde se encuentra el castillo de Drácula. Llegué un poco tarde porque me avisaron a última hora y a última hora llegué también a la casa de una peruana que mediante una red social me dijo que no estaba en Brasov sino en Sacele (un lugar algo alejado pero en la misma jurisdicción de Brasov, una especie de barrio nuevo residencial). “¿La haces?”, dijo con una típica frase peruana cuando uno se refiere a lograr algo, y luego agregó: “¡Es 60 por cabeza, me olvidé decirte! A las 5 pm comeremos. Cualkier kosa me llamas te dejo xke toy full aki”, escribió literalmente, y su foto de perfil no ocultaba esos rasgos peruanísimos, esos ojitos rasgaditos y el tono de piel característicos: eso que Luis Loayza, el gran cuentista peruano al que Mario Vargas Llosa dedicó nada menos que Conversación en la Catedral, llamaría una mujer de bandera.
Llegué en el Uber (“entre 18 y 20 lei”) que me había recomendado la misma anfitriona de la casa de Sacele donde se llevaría a cabo la reunión de los peruanos por los 200 años de la independencia y fui recibido por Ovidio en la calle principal, el esposo de la anfitriona, Liz. Adentro sonaba una típica canción latina que invitaba al movimiento. Entonces una peruana que estaba en la puerta que conducía al living disparó a bocajarro: “¡Eres castillista!”. Quise responder pero no lo hice porque su apariencia y sonrisa, bien peruanas, le quitaban agresividad a la frase. Después intenté pagarle a la anfitriona y dijo: “Me pagas después, vete a bailar, todos están moviendo el cu cu”.
Todos estaban en el patio, donde era visible una gran fuente de agua y hielo con todas las cervezas Ursus (Oso) y Ciucas (con el logo de un ciervo) ahogándose en el agua helada. Un peruano con quien alguna vez tuvimos un altercado en el trabajo hizo el teatro de ser “buena gente”, como se decía en la Lima de los ochenta, y dijo: “¡Coge unas chelas!” (cervezas). Al fondo se veía el grass verde con los juegos para los niños. Entonces alguien puso la canción del tiburón, “¡Ahí está! ¡Ahí está! ¡Se la llevó el tiburón, el tiburón!”, y todos nos encontramos pronto bailando en trencito. Después de un repertorio de rigor de canciones del rock peruano (el más comercial, por supuesto, y proveniente del USB de un suboficial de la Marina del Perú), nos vimos otra vez en grupos de conversación y ahí apareció Yesenia con otro muchacho que, por un momento, creí que era su esposo. Nos presentamos. “Es tu esposo”, le dije a ella por decir algo, y el muchacho, con acento limeño, dijo: “¿Qué, no parezco peruano? ¿No paso como peruano?”. “Qué sé yo”, les dije. Entonces les conté lo que había sucedido casi exactamente un año atrás en la Biblioteca Nacional Rumana en Bucarest y Yesenia hizo la pregunta que se “cae de madura” o “se caía de madura” (me hace reír ese peruanismo): “¿Quiénes somos entonces los peruanos?”
Risueñas playas (Región Costa)
En el cuento “Alienación”, del escritor peruano Julio Ramón Ribeyro, en la costa marina peruana un muchacho negro es discriminado por una muchacha blanca. Marcado por la discriminación, este muchacho emigra a los Estados Unidos y muere en combate defendiendo los colores norteamericanos. Por otro lado, la muchacha blanca se casa con un ciudadano estadounidense que la maltrata como a una ciudadana de última categoría. Este cuento sobre la figura de un afroperuano y una chica blanca peruana que buscan un futuro en los Estados Unidos resume bien una idea sobre la discriminación dentro y fuera del Perú: lo racial marca los resentimientos en la sociedad peruana.
En este sentido, quizá José María Arguedas es central no sólo en la literatura peruana sino también al hablar de la peruanidad. El mismo Vargas Llosa dice que entre todos los escritores peruanos que ha leído y estudiado, el más importante ha sido, probablemente, Arguedas, a tal punto que le dedicó un libro. En La utopía arcaica, Vargas Llosa dice que Arguedas tuvo la oportunidad de conocer las dos lenguas, las dos culturas y las dos tradiciones históricas, y tener así una perspectiva mucho más amplia que la suya sobre las dos realidades de la identidad peruana. En tal caso, para Vargas Llosa “lo peruano no existe”, sólo existen “los peruanos”, un abanico de razas, culturas, lenguas, niveles de vida, usos y costumbres más distintos que parecidos entre sí, y cuyo denominador común se reduce, en la mayoría de los casos, a vivir en un mismo territorio sometidos a una misma autoridad. Lo cierto es que, para bien o para mal, Arguedas ha quedado como el escritor emblemático que identifica al Perú profundo (como se dice en Lima) y toda su obra está cargada de esa dicotomía entre la tradición andina y la tradición occidental. En Los ríos profundos, la más representativa de sus novelas, Ernesto, el protagonista, vive en el mundo andino y el mundo occidental, y los constantes conflictos entre opresores y oprimidos son conflictos donde el clasismo y racismo están siempre presentes. Nieto de estancieros pero criado por los indios, Arguedas creció con ciertos privilegios y ya en su vida adulta, como profesor y escritor, eso se hizo más palmario, puesto que añoraba la música andina y quería volver a los Andes. Su suicidio da para todo un estudio.
Pero volvamos a la fiesta. Yesenia, un poco asustada, dijo que no tenía esas contradicciones, ya que “me encanta el mar, nunca viví en los Andes”, aunque su apellido fuera andino, como el de muchísimos otros, ya que los negros solían tomar el apellido de sus expatrones. Con una sonrisa, Jessenia también dijo que no estaba para esas melancolías. Pero, entonces, ¿quiénes somos los peruanos? Cuando perdió la presidencia ante Alberto Fujimori y adquirió su nacionalización española (porque aducía persecución y dijo haber recibido ayuda del rey de España), acusaron a Mario Vargas Llosa de “traidor a la patria”. Algún periodista le preguntó por ello y el Nobel dijo: “El Perú para mí son ciertos lugares, algunos amigos, la familia; el Perú para mí no es el territorio físico”. De esa manera, nuestro Nobel lo había resuelto: había dado su propia definición de la peruanidad. ¿Pero eso somos los peruanos? ¿Algunos lugares y ciertos vínculos? Aquí el Nobel olvida que cuando arribó a Piura, procedente de Cochabamba, fue tratado de cholo sólo por el acento andino que tenía al hablar, es decir, de “serrano”, como le llamaron (sí señores, el Nobel fue “choleado” también). Lo racial siempre está presente y de eso, precisamente, carece la definición de peruanidad de Vargas Llosa.
En la fiesta en Transilvania, el chico al lado de Yesenia, un rubio ensortijado, limeño y con unos lentes que lo hacían ver estudiosito, observaba con rostro de “¿dónde quedo yo en esta historia?”. Pero no nos engañemos. Todo lo dicho queda para la diplomacia, porque en la vida real un peruano que se cree clase media en Lima dirá sobre un andino que no tiene nada que ver con ese “cholo”. Y en cierto sentido, tiene razón. Si se trata de raíces, vale la pena recordar que durante la campaña presidencial de 1990, Vargas Llosa dijo que tenía más muertos en territorio peruano que Alberto Fujimori, que no tenía ninguno. Pero, otra vez, ¿qué pasaría si un “cholo” le dijera eso a un peruano descendiente de europeos? ¿Quién sería entonces “el más peruano”? Seguir este razonamiento sería caer en el mismo lugar de quienes desconocen a los “cholos” y a los selváticos.
Nos habíamos choleado tanto
Dice Jorge Bruce, el buen psicoanalista peruano, que Jorge Basadre y Alberto Flores Galindo, grandes historiadores, pedían y sugerían una explicación psicológica para el caso peruano. De manera que en su libro Nos habíamos choleado tanto, Bruce da una explicación psicológica sobre el asunto. En una entrevista, Bruce comenta que Vargas Llosa “la vio clara” (otro peruanismo que me encanta) cuando dice que el resentimiento es lo que hay en todos los corazones de los peruanos y es por ello que el “resentimiento” y el “remordimiento” del discriminado y del discriminador habita entre nosotros. Bruce también escribe que la publicidad peruana parece dirigida a un público europeo y que los publicistas se escudan en la palabra “aspiracional”, lo cual quizá sea otra forma de resentimiento-remordimiento. En definitiva, ¿nos reconocemos los peruanos con la característica del resentimiento?
Biblioteca y fiesta
Cuando Yesenia hizo la pregunta, le conté lo ocurrido en la biblioteca central rumana exactamente un año atrás: la cantante de música criolla se nos acercó como si fuera a ver una novedad y nos saludó (al lado estaba mi hermana Hannah) con la característica “pulsión de muerte” a la que se refiere Bruce. La cantante dijo: “¡Miren, unos auténticos peruanos!”. Hannah y yo nos quedamos mirándonos. Yesenia no hizo comentario alguno, solo puso una expresión indescifrable. Solo le dije quién era yo para saber quién o qué era un auténtico peruano. La fiesta continuó en Transilvania, ya con seguridad el conde Drácula caminaba por sus territorios. Hubo fuegos artificiales, más baile y para “rematar” (se usa esa palabra cuando se quiere terminar o echar de la fiesta a la gente) ofrecieron “chupitos” de pisco (alcohol nacional de uva) que dudo fueran auténticos. El encargado, un muchacho limeño con su orgulloso perfil de Machupichu en su red social (¿habrá resentimiento ahí también de nuestra parte?) y me dio sendos chupitos, pero yo me olía ya algo. Se podía oler y sentir, era ese “algo” que nosotros los peruanos reconocemos y acerca de lo cual Bruce habla en su libro.
Todos se fueron por donde vinieron. Solo quedamos los dueños de casa, el “peruano buenagente” y el suboficial militar que hablaba de sus hazañas y que me birló una pata de pollo del plato de manera pícara durante la comida. Entonces la dueña de casa dijo que le pagara por los derechos de la fiesta “¡ahora mismo!”. Le recordé que quise pagarle al entrar, pero luego por despecho agregué que no había comido el cerdo, ya que no me gusta mucho. Ella dijo que esa no era su responsabilidad. Su esposo Ovidio dijo que sería mejor que le pague. Entonces dije que solo tenía euros y vi la “pulsión de muerte” en todos los rostros alrededor de esa mesa campestre de Transilvania. La anfitriona gritó: “Págame conchatumadre o qué va pasar!”. Le di sus diez euros y todos desaparecieron. Había sido una completa fiesta patria peruana. Ni don José de San Martín hubiera imaginado que ocurrieran esas cosas cada 28 de julio, cuando declaró nuestra independencia////PACO
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