Podemos afirmar que hoy, después de 40 años de democracia, el peronismo es esto que es, y no otra cosa. Ni lo que nosotros, comunidad de peronistas sin hogar a la que pertenezco, sabemos o creemos saber que es, ni ninguna otra cosa más que lo que hoy detenta la simbología, los dispositivos militantes, los lugares en el Estado, el Partido Justicialista, etc., en nombre del peronismo. El trauma de la derrota ante Alfonsín, el proceso menemista y su adopción del dogma neoliberal, sumado a estos largos años del último kirchnerismo con su adopción del dogma socialdemócrata hicieron su trabajo.
Hay una generación política peronista que cree que su misión es pelear contra “la derecha” y por “ampliar derechos”, por referirme solo a las dos cuestiones más inmediatas que surgen de su discurso. Podemos deducir de estas dos definiciones que es una corriente política que se auto percibe como de izquierda (por oposición a “la derecha”) y que tiene una visión tutelar y juridicista de la política (“ampliar derechos”). Si miramos la definición que la RAE da al término “tutela” leemos esto: “Autoridad que, en defecto de la paterna o materna, se confiere para cuidar de la persona y los bienes de aquel que, por minoría de edad o por otra causa, no tiene completa capacidad civil”. Hay algo de esa “minoría de edad” e incompleta capacidad que se juega problemáticaamente en el modo de vivir la relación con el sujeto social al que pretende interpelar esta generación de peronistas. Se vislumbra, entre otras aristas, en su origen social de clase, en su vínculo con la representación política, con la participación popular en la construcción de su proyecto político y, muy especialmente, en su vínculo con el Estado en tanto centro de gravitación de su acción y su pensamiento, su sensibilidad y hasta en sus modos económicos de vida.
Aunque me resistí todo lo que pude a llamarlos peronistas, creo que la fuerza de los hechos hace que tengamos que asumirlo. Son peronistas. No tiene mayor sentido decir que no son verdaderamente peronistas. No tiene sentido político, me refiero. No importa si el enunciado de que “no son peronistas” es verdad. No estoy hablando, al menos ahora, de la verdad. Intento hablar de política. En buena medida la razón de orden práctico en la que se debe fundar, necesariamente, la acción política puede quedar a veces suspendida en una especie de relativa autonomía incluso para quienes no renunciamos a la visión de la política como medio de acercarse a la verdad última. En el sentido del tema que nos atiende, esto puede llevar a que, incluso siendo estrictamente cierto un enunciado, sea o pueda ser políticamente inoperante o indiferente. Los quijotes que braman hoy en el desierto intentando mantener la llama viva de la doctrina peronista están haciendo un trabajo loable desde el punto de vista moral, pero no producen efectos políticos. Los respeto y los quiero, compañeros, pero es al pedo. Hay que meterle cabeza a lo nuevo.
¿Y qué sería lo nuevo?
Bueno, nadie lo sabe. Pero podemos, en base a lo que fuimos, intentar escudriñar lo que seremos. En principio, saber que seremos ya es algo. Vamos a volver a ser, eso no debería estar en duda. Pasó varias veces antes y va a volver a pasar. Los tiempos, no lo olvidemos, siempre son de los pueblos y no de los hombres. Por y para eso hay que trabajar el espíritu, porque uno debe aportar a algo de lo que quizás no pueda luego vanagloriarse. Hay que trabajar sabiendo que este trabajo no nos va a implicar ni dinero ni prestigio ni conchabos ni mujeres. Si hacemos bien nuestro trabajo, incluso, hasta capaz obtendremos lo contrario. Pero no exageremos. Uno debe trabajar feliz por ser tan solo un eslabón de bronce de una cadena que nos precede y nos trasciende. De esa cadena se trata este artículo.
Existimos porque hubo ignotos eslabones de bronce de esta cadena antes. Nos debemos a ellos, nuestros mayores. No importa si no murieron en la hoguera, no hablo acá de la sangre derramada ni del martirio, hablo de hijos de vecino, anónimos de todo anonimato. Que hayan existido nos hizo posibles a nosotros. El sentido heroico de la vida es muy necesario. Pero no todos vamos a ser héroes y sin embargo somos parte, tenemos un rol, somos leales y dignos y nos entregamos a una causa mayor, que intuimos tiene que ver con Dios y con el pueblo.
En principio podemos estar seguros que lo nuevo va a ser algo parecido a (o va a tener elementos de) lo viejo. Pero cuando digo lo viejo en realidad digo mal, a sabiendas, que lo que va a venir no va estar implicado de lo viejo, en rigor. Sino de lo eterno, que no es viejo porque estuvo, sí, pero está y estará. Entonces podemos empezar a entender por aproximación: lo nuevo vendrá de lo viejo que no es viejo sino que es eterno. De lo viejo que no es eterno, entonces, debemos desprendernos sin miedo y hasta con placer. Eso hicieron, por ejemplo, los radicales yrigoyenistas de FORJA cuando asumieron que el yrigoyenismo dejó de existir políticamente, pese a que la UCR seguía existiendo. Volvieron a las raíces. Trabajaron por la aparición de lo nuevo yendo a lo más profundo, desentendiéndose de su lugar de pertenencia, de sus símbolos, de sus correligionarios. Fueron a convocar la potencia de lo nuevo desde la raíz. Como decía Mariátegui: “ni calco ni copia, creación heroica”. Entonces de lo que no nos desprendemos (no podríamos) es de lo que estuvo antes y es permanente, todo lo que nos conecta con lo que es trascendente de nuestra cultura, de nuestra existencia como nación, de nuestra filosofía y de nuestra historia.
Lo nuevo va a ser un volver a ser, un resurgir que va a contener lo pasado trascendente y se va a despojar de lo actual accesorio, lo contingente, lo frívolo, lo meramente epocal. Lo viejo entonces puede ser sin miedo identificado como esa postura de decir para cada ítem de la vida nacional: ¡Eso ya lo hizo Perón! ¡Eso ya lo dijo Perón! ¡Eso ya lo escribió Perón! ¡Eso ya lo intuyó Perón! Y citar, a continuación, la prueba documental de que, efectivamente, Perón ya había hecho, dicho, escrito e intuido una solución para cada uno de los problemas importantes de la Argentina de hoy. Esto es estrictamente cierto. Pero que sea verdad, como dijimos antes, no lo hace necesariamente válido políticamente. No hay potencia ahí, de ese modo.
Entonces, para que quede claro, esto no nos debe llevar a pensar que el camino es la falsedad. Justamente, este artículo se basa precisamente en la denuncia de la falsedad. ¿Entonces, hacia dónde hay que correr? Bueno, no hacia la falsedad, terminemos con esta carrera desesperada de callejón sin salida a callejón sin salida donde siempre hay que elegir sobre un menú de ofertas más o menos vergonzantes que no nos es propio (y que todos sabemos que no lo es) porque la circunstancia nos obliga por razón de una imposibilidad estructural a la que nuestros dirigentes nos obligan a acatar sin más argumento que el de “es así, es lo menos peor, no hay otra”. La situación no nos obliga nunca, o no al menos tantas veces. Si no hay otra, si estamos obligados es porque no estamos responsabilizándonos de la situación, que es la opción más cómoda, y porque es más fácil esperar a ver qué dice o qué hace el que tengo arriba en el dispositivo político en vez de intentar pensar desde nosotros, intentar salirnos de los esquemas ideológicos ajenos a nuestra visión del mundo que nos trajeron hasta acá.
Entonces, ya tenemos algunas certezas: no vamos hacia lo viejo, pero lo nuevo va a contener al pasado. No solo lo va a contener, sino que va a ser contenido por él, en tanto lo eterno contiene y desborda todo lo verdadero de nuestro ser. Otra: no vamos hacia la falsedad, sino hacia la verdad de nosotros mismos, en un mirar hacia adentro más que hacia afuera, rompiendo la inercia coercitiva de la falsa disciplina, de la moda (y de la estupidez) que no es inocente y nos es impuesta desde las usinas ideológicas del poder financiero mundial. Pero también podemos mirar hacia afuera. Y descubriríamos que en el afuera no hay solo progresismo cultural y financierización de la vida. También podríamos ver que el proceso de globalización financiera tal cual lo conocimos murió, y que incluso los analistas más lúcidos del occidente liberal, forzados por los hechos, plantean un nuevo escenario. Si siguiéramos observando el afuera, también podríamos ver que estamos cursando la tercera guerra mundial y que Iberoamérica es territorio en disputa. Los intereses geopolíticos de las potencias otanistas sobre la región son públicos. Lo declara públicamente el presidente francés en relación al Amazonas. Eso solo, como militantes, ya nos debería decir mucho. Entonces sabemos que existe en este momento una guerra mundial y que nuestro territorio continental está en disputa, pero también sabemos que parte de nuestro propio país está ocupado por una potencia otanista. La tercera parte de nuestro territorio (tomando en cuenta el mapa oficial de la República Argentina que es el mapa bicontinental) está controlada por el Reino Unido desde Malvinas. La tercera parte de nuestro territorio. Sería un escándalo para cualquier país con una elite de conducción patriótica. Pero ningún debate electoral siquiera menciona el tema. Es llamativo. Pero tenemos más información que esa, porque sabemos que no solo RU domina nuestro territorio desde Malvinas, sino que existe ahí una base de la OTAN con armamento nuclear. Y sabemos también que desde 1997 la Argentina reviste la condición de “Gran Aliado extra-OTAN” de los Estados Unidos. O sea que nosotros como nación somos parte de la OTAN, organización militar que tiene bases en nuestro territorio usurpado en Malvinas. Una verdadera política de Estado, porque desde 1997 hasta hoy ningún gobierno modificó esa indignidad. Por otro lado, es llamativo que existiendo esta situación, y cursándose en este momento una guerra entre la Federación Rusa y la OTAN (mediante el instrumento ucraniano) no haya un solo espacio político, dirigente o militante peronista que hable del tema en los medios, cuando cualquier recién llegado a la política conoce el apotegma básico de que “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”. Y esto sin entrar en consideraciones más hondas que podrían suscitarse al contemplar como un gran estado nación le declara la guerra a muerte en todos los terrenos (militar, financiero, ideológico, tecnológico, comunicacional, científico, etc.) al noratlantismo, incluso al riesgo de su propia desaparición como unidad político-territorial.
Entonces, recapitulando, sabemos que esto no va más. Sabemos que vamos a volver a ser. Sabemos que lo nuevo va contener lo eterno de nosotros mismos despojados de lo accesorio, y sabemos, si miramos hacia afuera, que la globalización financiera como la conocimos murió, que hay agrupamientos de hombres y mujeres de lejanas latitudes que pelean, en sus respectivas patrias, para frenar el avance atropellado del liberalismo financiero angloamericano que pretende imponer su lógica materialista de la vida y sus intereses a todos los pueblos del planeta y que, a su vez, se libran batallas en diversas regiones por la construcción de un mundo multipolar que contenga y preserve las culturas de todos los grandes espacios continentales del mundo.
Pese a todo esto y a contrapelo de las experiencias que aquí y allá se animan a cuestionar la lógica del imperialismo internacional del dinero, nuestro peronismo se dedica a escandalizarse y atemorizarse por el avance de una supuesta “ultra derecha” que solo existe en sus ensoñaciones más lúbricas, a vociferar ofendido las bondades de un auto percibido “estado presente” que solo les resuelve los problemas a ellos pero que se muestra por completo impotentizado para garantizar la justicia social que ya ni declamaban (contrabandeada por la “inclusión social”) hasta antes de haber sido atacada. Una supuesta “ultra derecha”, por otra parte, que convoca e interpela a buena parte de su antigua base social y que, llamativamente o no, es calificada como “populista” tanto por el establishment mediático como también por los restos mortales de Juntos por el Cambio.
A lo que voy: no debemos pensar al peronismo tan solo como al peronismo, sino atendiendo a que es el último avatar de un movimiento mayor, el movimiento nacional. Esto no es algo para declamar. No es que nuestro nombre es “el movimiento nacional”, sino tan solo que lo somos, más allá de la forma que adopte en cada circunstancia histórica. De las nefastas consecuencias de la intrusión (en gran medida consentida) ideológica al peronismo por parte del pensamiento de centro izquierda globalista (un pensamiento de corte europeo, socialdemócrata y progresista) una de las más nocivas es el trasplante de categorías políticas con las que se enuncia, por lo cual con las que se piensa, la política. No hay mucho que teorizar de nuevo en esto. Se piensa con palabras y si las palabras las pone el otro ya estamos arrancando desde atrás. Aunque no tengamos nada contra ellos y sea nuestro deber contenerlos, nosotros no somos el “campo popular”, ni el “campo popular y progresista”, ni el “movimiento nacional, popular, democrático y feminista”, ni varias combinaciones más por todos conocidas que son las formas en que se suele enunciar hoy al campo propio.
Esto fue desarrollado por Cristina, orgullosa autora de haber agregado el “democrático”, de clara estirpe alfonsinista, y el “feminista”, un producto de moda importada de nulo anclaje ni en nuestra tradición ni en la sensibilidad popular. Cristina le agrega el apelativo democrático con afán de actualización doctrinaria pero lo único que logra es, por contraste, decir que el peronismo histórico no fue democrático. Antiquísimo axioma gorila que, de izquierda a derecha y desde los tiempos de la Unión Democrática, acusa a nuestro movimiento de “nipo-nazi-fasci-falangista”, de ser una tiranía, etc. Llamativamente, muchas de estas acusaciones se escuchan hoy de boca de la militancia kirchnerista hacia otras corrientes políticas.
Con respecto al mote de feminista no hay mucho seriamente que agregar, la evidencia histórica y la literatura filosófico – política es tan abrumadora que me deberían eximir de comentarios. Eva Perón lo escribió en textos que firmó, dejando clara su posición, además de sus discursos y su obra. Pero la pequeña burguesía ilustrada siempre pretende tutelar el pensamiento y la acción del pueblo y de sus caudillos y le pretende hacer decir y hacer cosas que están, diametralmente, en sus antípodas. La acción y el pensamiento profundamente revolucionario de Evita se erigió sobre una visión filosófica justicialista, de raigambre cristiana, radicalmente anti iluminista, por ende anti liberal, anti progresista y anti feminista. Que no puedan ver que la acción del peronismo en cuanto al avance fundamental de la mujer en la sociedad, a todos los niveles, es consecuencia directa de esa visión filosófica opuesta al feminismo es solo una muestra más de un cipayismo intelectual tan pero tan enraizado que invisibiliza lo evidente. En vez de razonar como sería de sentido común: “quiero que la mujer en la sociedad esté mejor => en el peronismo sucedió a caballo de una determinada visión del mundo => adopto esta visión”. No, el razonamiento que se adopta es “quiero que la mujer en la sociedad esté mejor => en el peronismo sucedió a caballo de una determinada visión del mundo => No adopto esa visión del mundo porque Evita en realidad era feminista pero ella no lo sabía => me hago feminista en vez de cristiana y peronista como Evita”.
Pero volviendo al punto, es importante que sepamos que somos más que el peronismo, y no por un tema declamativo, como dije y es obvio, sino por la densidad histórica y las determinaciones que implica entender el movimiento de lo que vamos siendo en el tiempo. Percibir sus momentos de auge, detectar que hay reflujos y ocultamientos, y poder establecer planes de acción orientados por esas referencias.
En definitiva, el peronismo no es solo el peronismo sino algo mayor, y esto nos implica como pueblo. No somos un partido, ni una moda ideológica de los departamentos de estudios culturales de las universidades norteamericanas. En buena medida, hasta ahora siempre fuimos la posibilidad nacional. Y esto lo identificaron siempre de manera muy precisa nuestros enemigos, por ejemplo cuando bautizaron al gobierno de Perón como la segunda tiranía, poniéndolo en línea con Rosas.
La entidad histórica, política, social y espiritual que representó hasta ahora la posibilidad del ser argentino es el movimiento nacional. Pero eso tampoco es o puede ser una esencia inmutable o estática, sino un devenir histórico siempre sujeto al caos de la vida, de las pasiones de los hombres y las mujeres, de las luchas de los pueblos, del comportamiento de las elites, del azar, de la Providencia, de ahí nuestro deber de intentar leer con la mayor precisión posible el sino de los tiempos que nos toca atravesar. Nos quedamos en la línea San Martín – Rosas – Perón y encima para traicionarla y meterle a Alfonsín por la ventana. Se suma ahora, producto de intervenciones que lograron implantar algunos sectores en la conversación pública, figuras históricas pedregosas para nuestra tradición política pero que, entiendo, bien valen una revisita, un nuevo balance con vocación revolucionaria, sintética e integrista en pos de determinar qué le aportaron (y lo contrario) a la nación Roca o Sarmiento, por mencionar las dos más fuertes. No perdamos de vista que el historiador marxista más lúcido que haya nacido en el Río de la plata, Jorge Abelardo Ramos, era un reivindicador de la obra del Presidente Roca.
Pero, para seguir con la historia, si observamos vamos a ver que también antes de los procesos que comienzan con la Revolución de Mayo hubo momentos de combate patriótico: en la defensa y la reconquista ante las invasiones inglesas de 1806 y 1807 no hay duda. Previo a la fundación formal de lo que hoy somos. Y si defendimos a la patria con un ejército de pueblo en armas en contra de los ingleses y todavía no existíamos como país, entonces ¿qué defendíamos? Podríamos entonces asumir que había patria antes de que existan los papeles que nos habilitaban como tal. Esto me parece importante sobre todo en relación a la mirada profundamente tecnócrata y estatalista con la que se piensa la política dentro del peronismo este último tiempo. Defendíamos lo nuestro sin tener el 08 firmado de la constitución liberal-burguesa. Pero teníamos elementos constitutivos: un territorio que defender, una cultura, lengua, religión. Defendíamos, en aquel momento, ser americanos y ser españoles, en tanto ser españoles americanos era defender lo propio. Si nos dejáramos guiar por los que hoy detentan el peronismo y su visión tutelar de la vida y la política nadie hubiera peleado: no éramos técnicamente todavía un país con su burocracia y sus actas y sus constituciones escritas con las que se deleitan los liberales de izquierda y de derecha. No había derechos que ampliar, no estábamos jurídicamente organizados en una nación moderna aún. Pero aquel pueblo no pidió permiso para ser y por eso tomó las armas en defensa de su tierra, de su hogar, de su fe y de su cultura. Que era y es joven pero que es, como dijimos, eterna, por su carácter trascendente, y por eso a nadie le importó pelear hasta la muerte. Nadie temió estar dando su vida por nada, porque todos, el pueblo, sabían que daban su vida por algo. De ese algo se trata este artículo.
E incluso antes hubo patria tal vez. ¿O qué éramos entonces cuando Ceballos en 1777 al frente de un ejército de doce mil guaraníes armados hizo retroceder hasta el Río de Janeiro a los bandeirantes portugueses en defensa de las misiones jesuíticas? Ahí tuvimos un ejército. Y ya teníamos un nombre. Argentina, que es enunciada en 1602 por Martín del Barco Centenera en su poema épico. Y también en La Argentina (Anales del descubrimiento, población y conquista del Río de la Plata), terminado de escribir por Ruy Díaz de Guzmán en 1612 y que narra los orígenes de lo que hoy somos (la República Argentina, el Paraguay, Uruguay, el sur de Brasil y Bolivia). Teníamos nombre, teníamos ejército, teníamos una comunidad de destino dispuesta a la defensa armada de su tierra y de su cultura. Teníamos patria.
Ahora, probado al menos por aproximación que lo importante del peronismo no es el peronismo, no es su contingencia ni mucho menos su superficialidad más vulgar y abyecta (el choripán, los dedos en v de los funcionarios en las selfies, o esas contraseñas de camarilla como: “ordenar”, “verticalidad”, “derpo”, “territorio”, y un penoso etc.) sino solo la última encarnación política de algo más profundo, más denso ontológica e históricamente, volvamos a lo que nos ocupa. Muerto Perón en julio de 1974, acaecido el abismal y traumático corte que implicó la dictadura asesina y entreguista que volteó al gobierno constitucional y democrático de Isabel Perón y sobrevenida esta democracia liberal despojada del elemento político disonante de la República durante el segundo cincuentenario del siglo pasado que fue el peronismo, hemos quedado a merced de aventureros, vivillos, codiciosos hombres y mujeres que utilizaron y utilizan en nombre del peronismo sus despojos para el propio beneficio. Se han hecho y se han dicho en nombre del peronismo las atrocidades más inimaginables. Uno tiene la sensación, la dolorosa sensación, de que se ha llegado a un límite.
El peronismo de hoy no solo no representa la agenda, las expectativas, las ilusiones de su sujeto histórico, sino que ni siquiera habla su misma lengua. Todos sabemos que cualquier unidad básica perdida de cualquier barrio de hoy, incluso la que pertenezca a la agrupación más cabeza (no ya a las de extracción universitaria) no festeja más el “día del niño”, sino que festeja el “día de las infancias” (o alguna otra fórmula del estilo) por miedo a no ofender a nadie sabe bien qué colectivo imaginario, custodiado por alguna policía secreta del pensamiento escondida detrás de la estructura ideológica del actual peronismo. No podemos decir día del niño. La ANSES hace piruetas con emojis en sus comunicaciones públicas para nombrar la AUH y donde debe ir la “o” de “hijo” le pone un emoji de corazón o variantes del estilo. ¿Pueden imaginar algo más sintomático de la degeneración del proceso que el propio kirchnerismo no puede ya enunciar una de sus políticas más emblemáticas, como es la AUH? Por otra parte, no es cualquier palabra, quizás sea “hijo” una de las palabras más importantes para cualquier familia argentina. Está prohibido enunciarlo. ¿Pero prohibido por quién? Por lo invisible que determina. Por el poder brutal que sucede y no da explicaciones ni discusiones, que solo es. Lo aprendemos a identificar por los movimientos físicos a los que obliga su fuerza, pero no lo vemos. Por supuesto que estos dos ejemplos lingüísticos, en otra situación, podrían ser anecdóticos. En esta situación, no lo son.
En definitiva, si el peronismo murió no lo sabemos pero, en todo caso, no importa, porque en realidad no hay manera de que haya muerto lo trascendente del peronismo, lo que lo hizo posible. En todo caso habremos entrado en un largo desierto de subterraneidad, de reflujo o repliegue estratégico hasta la aparición del próximo caudillo, o la próxima irrupción popular. Algo de eso se dio entre Caseros y el Yrigoyenismo, o entre el golpe de Uriburu y el 17 de octubre. Pero el deber del militante es siempre el mismo: trabajar en lo verdadero que es el pueblo, y trabajar desde nuestras verdades más densas, desde los pilares básicos desde los que, en todas las irrupciones históricas, emerge nuestro movimiento. Sigamos haciendo lo verdadero y el peronismo (bajo la forma que sea) va a seguir vivo; trabajar por el poder desde su fuente, desde su única e indomable base de potencia que es el pueblo y la comunidad. No hay poder verdadero en el Estado por el estado mismo si no está puesto al servicio de una filosofía revolucionaria enraizada en lo más profundo de nuestra cultura; no hay poder verdadero en las leyes de la democracia liberal burguesa ni en los “derechos”, por más ampliados o desampliados que estén. Todas esas son mentiras que se cuentan algunos para justificar una posición de privilegio mientras a la vez pueden decirse “estoy del lado correcto”. Salvan sus conciencias. Pero son una mentira. En un país semi-colonial, usurpado territorialmente por una potencia extranjera, depredado en cuanto a nuestros bienes naturales, comercio, crédito, industria por el poder internacional del dinero, la clase política, hoy, es la administradora de esa dependencia. Los nuestros y los de ellos. Todos. Son administradores coloniales. Algunos nos gustan más, les tenemos más simpatía. Pero no se puede luchar contra el verdadero poder en un país como el nuestro y a la vez recibir todas las bondades del sistema. Es fácticamente imposible. Si eso pasa, o no estamos luchando por la liberación nacional porque nos extraviamos o estamos siendo cómplices. Lentamente, desde el año 2012 quizás, hasta hoy, el kirchnerismo fue mutando. Pasó de ser eso que le implicaba sino resistencia algún tipo de tensión a lo que venía desde afuera como una imposición, a convertirse, progresivamente, en el ala izquierda de la administración de la dependencia. Éramos patria o corporaciones (pueblo vs elite) y en algún momento pasamos a tener de enemigo al tío de la familia por facho o por macho y acá estamos en una pelea fantasmagórica contra “la derecha” en vez de luchar contra los de arriba. Fueron adocenando a nuestra dirigencia hasta convertirla en elite. Pero nosotros, la militancia, no somos elite, somos pueblo. Siempre fue abajo vs. arriba. Hoy, la política toda es parte del arriba (con todos los matices que queramos), pero es así grosso modo y eso es lo determinante de la situación actual. Obviamente, esto no compromete a las bases militantes que creen estar trabajando por la liberación nacional y la justicia social. Pero en algún momento se corta la soga de la inocencia o de la candidez y van a tener que elegir si quedan del lado del pueblo o quedan del lado de los administradores de la dependencia. Causa o régimen. La soga cada vez está más tensa. Y no digamos que “no hay otra cosa”. Siempre hay otra cosa si hay voluntad política de construirla. Que no exista “otra cosa” en términos de oferta electoral es tan solo un aspecto (y no el más importante en relación al verdadero poder) de lo político. Este es otro de los efectos de los años de deformación ideológica al interior de la propia fuerza: creer que el aspecto liberal-institucional es el único, sacrificar las fuerzas de la movilización nacional siempre en función de ir a morir al brete de lo electoral (para beneficio de los que detentan la birome), sin entender ese aspecto como parte de un todo más amplio que implica otros resortes de poder también, como lo fue, por ejemplo, durante el peronismo histórico la CGT y la fundación Eva Perón. Ahí residía el poder popular, no en el Estado. Para no irnos tan lejos, para extraer aprendizajes y conclusiones en cuanto a que lo político tiene también facetas que exceden lo meramente institucional tenemos más a mano en el tiempo el ejemplo de la insurrección de diciembre de 2001 que se llevó puesto a cinco presidentes.
En definitiva y como queda claro si se hace una lectura fina de las PASO (que dejo para otro artículo), lo que nuestra sociedad viene manifestando de manera bastante clara es el rechazo al sistema de cosas actual. Eso incluye al peronismo tal cual existe hoy y solo por eso merecería morir, o reformularse radicalmente en otra cosa que re conecte con su raíz más profunda o al menos con experiencias populistas contemporáneas de otras regiones. Pero si esto no sucede, tampoco debemos desesperar. Podemos animarnos a pensar esto sin miedo porque la muerte de este peronismo, en caso de acontecer, no sería la muerte del peronismo, de lo que el peronismo en tanto movimiento nacional es, sino tan solo de esta máscara putrefacta que se apoderó de él y, de esa manera, habremos dado tal vez el primer paso hacia la constitución del nuevo avatar que será por completo novedoso y disruptivo pero conteniendo y contenido en lo eterno de nuestras banderas primitivas.
Pase lo que pase en octubre y eventualmente en noviembre el cambio de ciclo político es una realidad. No importa, en este sentido, si Massa gana. Si Massa gana va a tener que refundar o morir, y no va a poder refundar nada sin romper el paradigma, sin re convertirse o, más, sin convertirse en otra cosa. La otra opción sería mantener al cuerpo agonizante del peronismo enchufado a un pulmotor para una sobrevida poco probable y de seguro deshonrosa. Pero quién sabe. Dios nos ayude.///PACO