El 21 de febrero de 1973, haciendo gala de una capacidad extraordinaria para mirar hacia el futuro, el General Perón escribió, desde su exilio madrileño: “Hace casi treinta años, cuando aún no se había iniciado el proceso de descolonización contemporáneo, anunciamos la Tercera Posición en defensa de la soberanía y autodeterminación de las pequeñas naciones, frente a los bloques en que se dividieron los vencedores de la Segunda Guerra Mundial. Hoy cuando aquellas pequeñas naciones han crecido en número y constituyen el gigantesco y multitudinario Tercer Mundo, un peligro mayor- que afecta a toda la humanidad y pone en peligro su misma supervivencia- nos obliga a plantear la cuestión en nuevos términos, que van más allá de lo estrictamente político, que superan las divisiones partidarias o ideológicas, y entran en la esfera de las relaciones de la humanidad con la naturaleza. (…) Creemos que ha llegado la hora en que todos los pueblos y gobiernos del mundo cobren conciencia de la marcha suicida que la humanidad ha emprendido a través de la contaminación del medio ambiente y la biosfera, la dilapidación de los recursos naturales, el crecimiento sin freno de la población y la sobre-estimación de la tecnología, y la necesidad de invertir de inmediato la dirección de esta marcha, a través de una acción mancomunada internacional”. No hace falta ser peronista para encontrar valor en este texto, titulado Mensaje Ambiental a los Pueblos y Gobiernos del Mundo en el que un político profundamente amado y odiado por su pueblo, se muestra a la vanguardia del pensamiento internacional, pudiendo inscribirse bajo un rótulo adorado por una cultura como la nuestra: “adelantado a su tiempo”.
Hoy, con las conquistas peronistas sistemáticamente bombardeadas y las discusiones políticas limitadas a la coyuntura inmediata, sin evaluación de problemas de fondo, como si la urgencia de emparchar situaciones críticas no dejara espacio para reflexionar, el rescate del vituperado Perón del 73 resulta más que interesante. Su mensaje ecológico no fue debatido ni puesto en práctica por ninguno de los gobiernos que lo sucedieron, peronistas o no, y el saldo de inundaciones, desertización, ausencia de soberanía alimentaria, contaminación, cáncer por agroquímicos y destrucción de la tradicional vida campesina, se presenta como un lastre inevitable del capitalismo. “Debemos cuidar nuestros recursos naturales con uñas y dientes de la voracidad de los monopolios internacionales que los buscan para alimentar un tipo absurdo de industrialización y desarrollo, en los centros de alta tecnología a donde rige la economía de mercado. Ya no puede producirse un aumento en gran escala de la producción alimenticia del Tercer Mundo sin un desarrollo paralelo de las industrias correspondientes. Por eso, cada gramo de materia prima que se dejan arrebatar hoy los países del Tercer Mundo equivale a kilos de alimentos que dejarán de producir mañana”, advertía en un ítem específicamente dirigido a sus compatriotas, cuando ni la sojización compulsiva, ni Monsanto, ni Lino Barañao, ni la disputa por los recursos naturales de la Patagonia, eran cosas de todos los días.
Lejos del pensamiento fragmentado que el capitalismo imprimió al siglo XX y que, en el XXI, multitasking mediante, se consolidó masivamente, Perón tenía la capacidad de ser universal en el sentido más cabal y honesto del término: “La humanidad está cambiando las condiciones de vida con tal rapidez que no llega a adaptarse a las nuevas condiciones. Su acción va más rápido que su captación de la realidad y el hombre no ha llegado a comprender, entre otras cosas, que los recursos vitales para él y sus descendientes derivan de la naturaleza, y no de su poder mental. De este modo, a diario, su vida se transforma en una interminable cadena de contradicciones”. Efectivamente, la contradicción es el signo de estos tiempos en los que ser vegano y consumir soja transgénica puede entenderse como una acción pro-ecología. Si no supiéramos del negocio multimillonario que la producción de alimentos dependientes de la biotecnología, parecería inverosímil y hasta suicida, parafraseando al propio Perón, que ni sus adeptos ni sus detractores tomen en cuenta uno de los mensajes más lúcidos, sintéticos y visionarios que dejó: “Las mal llamadas Sociedades de Consumo, son, en realidad, sistemas sociales de despilfarro masivo, basados en el gasto, por el gusto que produce el lucro. Se despilfarra mediante la producción de bienes necesarios o superfluos y, entre estos, a los deberían ser de consumo duradero, con toda intención se les asigna cierta vida porque la renovación produce utilidades. Se gastan millones en inversiones para cambiar el aspecto de los artículos, pero no para reemplazar los bienes dañinos para la salud humana, y hasta se apela a nuevos procedimientos tóxicos para satisfacer la vanidad”.
Este documento, que el 21 de febrero cumple 46 años y está más vigente que nunca, relaciona, además, la producción de alimentos con la producción de armas, entre otros temas complejos y calientes. Los peligros que vaticinaba, lamentablemente, se concretaron con creces, pero quizás no sea tan tarde. Abrir la cabeza, tener humildad y resignar un poco de comodidad por el bien común, son algunas claves: “… comprender que el hombre no puede reemplazar a la naturaleza en el mantenimiento de un adecuado ciclo biológico general; que la tecnología es un arma de doble filo, que el llamado progreso debe tener un límite y que incluso habrá que renunciar a alguna de las comodidades que nos ha brindado la civilización; que la naturaleza debe ser restaurada en todo lo posible que los recursos naturales resultan aceptables y por lo tanto deben ser cuidados y racionalmente utilizados por el hombre; que el crecimiento de la población es aumentar la reducción y mejorar la distribución de alimentos y la difusión de servicios sociales como la educación y la salud pública, y que la educación y el sano esparcimiento deberán reemplazar el papel que los bienes y servicios superfluos juegan actualmente en la vida del hombre.”////PACO