El “Facebook bias”, algo así como el “sesgo Facebook”, es en este momento uno de los temas más relevantes de la campaña presidencial de los Estados Unidos. Una discusión que recuerda al ya famoso “rol de los medios” en la Argentina. ¿Pero de qué se trata? En 2014 Facebook lanzó el proyecto “trending news”, el cual convirtió a la plataforma en el mayor distribuidor de noticias del mundo. Con su columna de tendencias, Facebook prácticamente determina qué van a leer todos los días cada uno de sus 1.000 millones de usuarios en el mundo. En un primer momento los responsables de la plataforma se encargaron de dejar en claro que las tendencias noticiosas surgirían de su algoritmo EdgeRank, el cual está determinado por afinidad, peso y tiempo. Sin embargo, una filtración de documentos a los que tuvo acceso The Guardian asegura que un pequeño grupo editorial conformado por una veintena de personas es fundamental en la decisión de qué noticias se muestran, al mismo tiempo que tienen la posibilidad de “desactivar” tendencias. Esto generó la reacción de la dirigencia política en USA, especialmente de los conservadores, que aseguraron que son perjudicados por aquellos que aparentemente deciden quitar de la lista de tendencias de Facebook a las notas publicadas en medios considerados de centroderecha. Esta denuncia incluso abrió una investigación en el Senado.
El “Facebook bias”, el “sesgo Facebook”, es uno de los temas más relevantes de la campaña presidencial de los Estados Unidos.
Lo paradójico de ese grupo editorial (llamando “news curators” o “curadores de noticias”) es que no son reconocidos de manera formal por Facebook, están ocultos con contratos de confidencialidad. En diálogo off the record con Gizmodo un periodista que fue curador llegó a decir que sentía que los estaban utilizando para finalmente reemplazarlos con un algoritmo. Wikipedia define al periodista como “la persona que se dedica profesionalmente al periodismo, en cualquiera de sus formas, ya sea en la prensa escrita, fotografía, radio, televisión o medios digitales. Su trabajo consiste en descubrir e investigar temas de interés público, contrastarlos, sintetizarlos, jerarquizarlos y publicarlos”. En algún punto todas estas tareas descriptas van a poder ser realizadas por bots, con una cocción a gusto para cada uno de sus usuarios. ¿Y quién puede culpar a Mark Zuckerberg por esto? En definitiva la sección de noticias de Facebook (con personas reales o no) funciona como una redacción tradicional, refleja prejuicios y líneas editoriales empresariales. ¿Por qué de repente la dirigencia política se enoja con las decisiones ideológicas de una empresa privada? ¿O de repente es importante la posición dominante de un medio?
Todavía no tenemos un sitio periodístico realizado con algoritmos, pero sin dudas podemos decir que no falta demasiado.
Todavía no tenemos un sitio periodístico realizado con algoritmos, pero sin dudas podemos decir que no falta demasiado. La curaduría de noticias de los medios digitales que solemos visitar todos los días está hecha en su mayoría a partir de cables de agencias, declaraciones en Twitter, fotos subidas a Facebook, Instagram o Snapchat. ¿Cuánto tiempo falta para que un algoritmo recopile esa información y la transforme en tu propio diario? ¡Nada! Ya existe. Ante este escenario cada día más evidente nos preguntamos: ¿Dónde están los medios tradicionales? ¿Cuál es su posición al respecto? A esta altura competir con Facebook en la distribución es difícil, por no decir imposible (la alianza con Facebook de las empresas periodísticas ya es un hecho), pero sí todavía se está a tiempo de competir contra la curaduría algorítmica del periodismo. Y eso sólo se puede hacer con imaginación. Ante gobiernos o marcas que eligen las redes sociales para comunicar el “cara a cara” con “la gente”, los periodistas deben responder con un análisis crítico de esas intervenciones. Cuando vemos todos los días que el Presidente de la Nación aparece en tu muro de Facebook o en la portada de Twitter no es algo que ocurrió gratuitamente. Pasó porque los programadores de las redes sociales desarrollaron la plataforma de venta de publicidad más eficiente de la historia: si pagás aparecés con el mensaje que quieras, cuando te parezca y ante quien se te ocurra.
Cuando el Presidente de la Nación aparece en tu muro de Facebook o en la portada de Twitter no es algo que ocurrió gratuitamente.
Si el periodismo digital impulsado por los medios tradicionales será sólo levantar tuits de políticos o de famosos, o avisarnos del nuevo tatuaje de la hija de Tinelli, ocurre una de dos cosas: o es cómplice del #findelperiodismo o es torpe, bruto e ineficiente. Periodísticamente es momento de romper con la endogamia que proponen los algoritmos. Dentro de la horizontalidad comunicacional que proponen las redes sociales existe una verticalidad solapada (cínica) representada por la burbuja de filtros. El periodismo debería pinchar esa burbuja, el periodismo no puede ser la confirmación de la manera de pensar de sus lectores, no puede publicar noticias para comentaristas convencidos. Ese periodismo puede generar clics ilusorios para vender publicidad que nunca será vista, pero es un periodismo que fracasó, es un periodismo del espectáculo, que bajo el paraguas del “me debo a mi público” se muere en la endogamia, en el “todos pensamos lo mismo”. Ese periodismo carece de crítica como el periodismo militante, pero mucho peor: además es estúpido, escupe para arriba. El periodista tiene que decir lo que no le gusta al poder, pero ahora también lo que no le gusta al lector, al usuario. Tal vez ese sea el principal desafío del periodismo del siglo XXI, decir lo que no le gusta a la gente.
Para decir lo que la gente quiere escuchar estarán las redes sociales, los algoritmos, las burbujas de filtro.
Para decir lo que la gente quiere escuchar estarán las redes sociales, los algoritmos, las burbujas de filtro. Plataformas que pueden ser utilizadas por gobiernos, empresas, ONGs, familia o amigos. El 24 de abril pasado, el Jefe de Gabinete de la Nación escribió en su cuenta de Facebook: “Creemos que la comunicación del siglo XXI cambió en muchos sentidos. El más importante es que dejó de ser una comunicación vertical entre quien emite el mensaje y quien lo recibe, para transformarse en una relación horizontal (…) Creemos también que las redes sociales, las herramientas de comunicación directas como el teléfono, el email, el contacto mano a mano, son excelentes para poder abrir otras instancias de vínculo directo con los ciudadanos, para poder llegarle con un mensaje más específico y también para escucharlos y así generar una verdadera conversación”. En este extracto se puede leer básicamente que la comunicación de este siglo no necesita intermediarios. Es decir, no necesita periodistas. Si el gobierno saliente creía en la aguja hipodérmica de Adorno y Horkheimer (donde los medios narcotizan a las masas), la actual administración adoptó la teoría comunicacional de las mediaciones, del “diálogo”, del “feedback”, la “resignificación” del consumidor despierto, activo, la cultura de las redes sociales. En ambas ideas los periodistas son descartados. En la primera por ser agentes de los intereses del poder político-económico; en la segunda porque son demasiado idiotas para transmitir lo que el emisor quiere decir.
Las plataformas digitales avanzan no sólo en la distribución del contenido, sino en la influencia de la producción.
Sin dudas las lecturas de Jesús Martín Barbero, Néstor García Canclini o Herny Jenkins, que ponen el foco en la recepción, en cómo los consumidores se apropian de los contenidos de los medios, son mucho más acordes a la realidad, a lo que pasa aquí y ahora: tuits irónicos, memes o blogs críticos festejan al consumidor, convierte a las personas en prosumidores, en periodistas ciudadanos. ¿Pero qué significa esto? ¿Que las personas pueden ejercer un poder comunicacional a través de comentarios en posteos de Facebook o en tuits combativos? ¿Qué lugar ocupará el periodismo en esta relación aceitada entre el emisor y el receptor? ¿El periodismo será sólo un repetidor de contenidos de los dirigentes políticos, empresas y ONGs o apenas se colocará a la altura de cualquier usuario de redes sociales? Esperemos que ni una ni otra. El periodismo del siglo XXI tiene una encrucijada, las plataformas digitales avanzan no sólo en la distribución del contenido, sino también en la influencia de la producción. El desafío está en diferenciarse tanto del emisor como del receptor, en transformar su rol de mediador. El periodismo tiene que tener imaginación (y la inversión económica) y aprender a dirigirse a los que piensan diferente, ir en contra de las ideas preconcebidas de sus lectores. En el siglo XX la preocupación del periodismo estaba en ser independientes del poder político y económico; en el siglo XXI el periodismo además debe preocuparse de ser independiente de su audiencia, y siempre recordar una cosa: para hablarle a los propios siempre estará Facebook y su “bias”//////PACO