Con la inyección letal aplicada a Kimberly McCarthy el 26 de junio pasado el Estado de Texas celebró sus 500 ejecuciones en 31 años de vigencia plena de la pena capital. McCarthy hubiera cumplido 52 en noviembre de este año, pero en 1997 había entrado a la casa de una anciana de 70 años y la había apuñalado hasta matarla. Ese día también se llevó el auto de su víctima y las tarjetas de crédito, con las cuales, con toda lógica, compró algunas cosas antes de ser detenida. En su última declaración, justo antes de recibir la inyección, dijo: “Simplemente quería decirle gracias a todos los que me ayudaron en estos años: Reverendo Campbell, por mi guía espiritual; Aaron, el padre de Darrian, mi hijo; y Maurrie, mi abogado. Gracias a todos. Esto no es una pérdida, es un triunfo. Ustedes saben a donde voy. Voy a estar con Jesús. Conserven la fe. Los amo a todos. Gracias, capellán”.

Esta y todas las últimas declaraciones de los ejecutados en Texas se publican en el sitio del Departamento de Justicia Criminal de Texas (www.tdcj.state.tx.us), algo que ha sido muy cuestionado por parte de organizaciones que se oponen a la pena de muerte por considerar que hacer públicas estas declaraciones viola la intimidad de los presos. Todo lo cual puede llegar a ser cierto pero, dados los tres millones de visitas anuales que recibe la página, también podría ser uno de los recursos más potentes y efectivos para generar corriente de opinión en contra de la pena capital. Porque sucede que el recorrido por esa lista de últimas palabras puede empezar siendo una simple distracción macabra, un paseo algo morboso, como tantos de los que realiza un usuario promedio de internet, pero después de revisar varios historiales y recorrer un poco el listado se vuelve difícil no empezar a sentir una especie de bajón emocional y algo de piedad por los muertos. Se trata de un recorrido tan destructivo como adictivo. Esas palabras, las últimas de toda su vida por parte de hombres que cometieron crímenes reales y tremendos, son la antesala magnética de una anábasis espiritual, en el sentido más dantesco de la expresión posible, para la cual el boludeo cotidiano frente a la pantalla de la computadora en general no nos prepara. Se trata de las últimas palabras de condenados a muerte, tan sencillo y tan brutal como eso. No hay descripciones de la escena ni preámbulos, simplemente un título, “Last statement”, y dos puntos a continuación de los cuales se transcribe la declaración de gente que muchas veces proclama su inocencia hasta el último segundo, que otras veces se despide de sus familiares presentes detrás de un vidrio, de sus hijos, de sus esposas o de sus padres, o de los familiares de las víctimas, y que la mayoría de las veces se encomienda al dios de los protestantes, al de los católicos o al de los musulmanes. El pathos contenido en esas pocas líneas pronunciadas con la jeringa ya en las venas genera un inmediato acercamiento con el reo ejecutado. La información que da el Departamento de Justicia Criminal de Texas en su web es bastante pormenorizada: se brinda un relato del crimen juzgado, se muestran las fotos de legajo de los presos, se dan los datos físicos y onomásticos del ejecutado y se precisan tanto el color de piel de las víctimas como del victimario. (“Color de piel” es un eufemismo. En la web del DJCT dice “race”, raza.) Hay tipos en esa lista que mataron a sus hijos o violaron y mataron a los hijos de otros. Con saber eso tendría que alcanzar para desligarse del asunto, para tomar distancia y continuar la vida o el boludeo por internet sin contratiempos. Sin embargo, ahí están las últimas declaraciones. La lectura de una y otra y otra más acaba generando un sentimiento de empatía con esos hombres enfrentados a su última suerte en este mundo, y es muy difícil no terminar sintiendo algo parecido a la compasión al imaginar a sus parientes del otro lado del vidrio viéndolos morirse atados a una camilla.

Ramón Hernández, por ejemplo, condenado por el secuestro, violación y asesinato de una mujer, fue ejecutado el 14 de noviembre del 2012. Su última declaración fue: “¿Podés oírme? ¿Alguna vez te dije que tenés los ojos de papá? Me di cuenta de eso en este último par de días. Lo siento por hacerte pasar por todo esto. Deciles a todos que los amo. Fue bueno ver a los chicos. Los amo a todos; decile a mamá, a todos. Lo siento mucho por todo el sufrimiento. Decile a Brenda que la amo. A todos allá en el corredor, sé que están pasando mucho allá. Sigan luchando, no se rindan”.

La pena de muerte estuvo suspendida en todos los estados norteamericanos entre 1972 y 1982, década durante la cual a lo largo del territorio de los Estados Unidos se dirimieron posiciones a favor y en contra de su vigencia. La discusión llegó a su fin cuando la Corte Suprema de Justicia interpretó que la octava enmienda de la constitución dejaba el asunto librado al criterio de cada estado. Desde entonces, 18 de los 50 estados abolieron la pena de muerte, o lo que es lo mismo, aunque mucho más gráfico: 32 de los 50 la reimplantaron.

El primer ejecutado en Texas desde entonces, ya con el método de la inyección letal, fue Charlie Brooks Jr., el 12 de julio del ´82. Brooks había ido a uno de esos clásicos lotes donde se venden autos usados y había fingido ser un comprador. Se subió a uno de los autos acompañado de un empleado para hacer un paseo de prueba, pero a las pocas cuadras un cómplice suyo se subió al auto y juntos pusieron al empleado en el baúl. Después manejaron hasta un motel –imaginémoslo clásico también-, bajaron al empleado, lo ataron con cinta adhesiva a una silla y lo mataron de un tiro en la cabeza. Se ve que en la cárcel se convirtió al islam, porque sus últimas palabras fueron: “Asdadu an la ilah illa Allah, Asdadu anna Muhammadan Rasul Allah», «Doy testimonio de que no hay otro Dios que Alá. Doy testimonio de que Mahoma es el mensajero de Alá”.

Por supuesto, la tentación de mencionar que Brooks era negro e internarse en consideraciones acerca del racismo estadounidense está siempre a mano. Pero en rigor de verdad las estadísticas niegan el arraigado prejuicio progresista consistente en caracterizar al sistema punitivo capital como un engendro destinado al amedrentamiento y la ocasional eliminación física de las minorías étnicas en los Estados Unidos. Los datos absolutos de los 31 años de vigencia plena de esta forma de castigo en Texas arrojan un total de 226 blancos, 188 negros, 87 hispanos y 2 individuos de raza no identificada (presumiblemente de origen oriental) ejecutados en el corredor de la muerte.

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De todas formas, desagregando estos datos por décadas puede observarse una clara tendencia al aumento en las ejecuciones de negros y al descenso en el caso de los caucásicos. En la década de 1980 los blancos muertos fueron 17 contra 9 negros. En la de 1990 fueron 84 blancos contra 55 negros. En los 2000 Texas ejecutó a 106 blancos, cabeza a cabeza con los 101 negros que corrieron igual suerte. Recién en la década actual, que recién empieza, el número de negros superó al de blancos en 23 a 19. Los hispanos, aún habiendo pasado a ser la primera minoría étnica del país, ocuparon históricamente el tercer puesto con 7, 25, 41 y 14 en cada una de las décadas analizadas.

Como se deslizó anteriormente, desde 1982 la pena capital en Texas se administra a través de la inyección letal (o mortal, si se desea evitar el anglicismo) de un cóctel de barbitúricos llamado pentobarbital. El pentobarbital también se utiliza en los Países Bajos para la eutanasia. Su efecto, además de la muerte, es anestésico, anticonvulsivo y somnífero. La justificación inicial para el uso de esta inyección en las modernas ejecuciones reside en que se supone que como método es mucho menos cruento que otros utilizados anteriormente, tales como la silla eléctrica y la horca. Con su menor violencia física y su modo de actuar paulatino y adormecedor, todo pareciera indicar que el sufrimiento es menor. De esto se desprende que cuando el sistema penal texano actual se refiere a sufrimiento lo hace pura y exclusivamente pensando en el sufrimiento físico, lo que más vulgarmente llamaríamos dolor. En cuanto al sufrimiento moral de los ejecutados, queda claro en la recopilación de los últimos testimonios de los ejecutados que la inyección sigue garantizándolo. El sufrimiento espiritual real contenido en esas últimas declaraciones es lo que puede transformar al paseo por la web del Death Row de Texas de un divertimento en una excursión por los recodos del sufrimiento humano contemporáneo y universal.

El argumento de evitarles sufrimientos innecesarios a los ejecutados para justificar el cambio de la electrocución o la asfixia por ahorcamiento por la dormición mediante un veneno no sólo es falso por el simple hecho de que el dolor físico es y fue siempre lo menos importante cuando se trata del patíbulo de la muerte (el sufrimiento moral no sólo es inextirpable del suceso de la ejecución en cuestión sino que es el quid de la cuestión), sino que además tiende a ocultar algo que los machos alfa del Estado de Texas probablemente no estarían tan dispuestos a admitir: que la experiencia de la muerte ajena -la humana, pero también la animal- les resulta mucho menos tolerable que a sus antepasados cowboys. Porque en realidad, lo que la inyección de pentobarbital elimina concretamente no es el dolor físico sino las manifestaciones externas del dolor físico, percibidas desde afuera tanto por los verdugos como por los testigos presentes en una ejecución: el olor a quemado de un cuerpo electrocutado, las convulsiones y pataleos de un ahorcado o el sonido de su garganta al romperse, y, sobre todo, los gritos desesperados y desgarradores. Lo que se busca es proteger la sensibilidad de los vivos. El reblandecimiento de las sociedades occidentales con respecto a la experiencia de la muerte en comparación con las antiguas sociedades se manifiesta, por supuesto, en el abandono negacionista de las religiones tradicionales que promovían cierta reconciliación con el hecho incontrastable de que algún día todos hemos de morir, pero también se evidencia con mucha notoriedad en el abandono paulatino de experiencias de derramamiento de sangre usuales antaño, que iban desde el cotidiano sacrificio de animales para consumo alimentario doméstico hasta el sacrificio ritual de otros animales, como por ejemplo las corridas de toros, pasando por ejecuciones públicas de toda clase. Dentro de esta tendencia sería interesante situar la evolución de la aplicación de la pena capital en zonas geográficas de Occidente cuyos habitantes se resisten al progresismo humanista implícito en la supresión de dicho castigo, pero que amoldan sus formas de vida a una nueva sensibilidad moldeada en parte por ese mismo humanismoizquierdizante. El Estado de Texas y su sociedad podrían ser sólo el comienzo en un estudio de este fenómeno.

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Volviendo un poco a las últimas declaraciones de los ejecutados en Texas, unas denotan locura y otras cierta paz, y aunque ninguna escapa a ese componente de sufrimiento espiritual absoluto, hay algunas bastante chistosas. En mayo de este año Carroll Parr se despidió de este mundo así: “A todos mis compañeros díganles que dije como Arnold Schwarzenegger, ‘Volveré’. Estos ojos se cerrarán pero se abrirán otra vez”.

Otros se muestran agradecidos, como James Collier, quien en diciembre del 2002 dijo: “Lo único que quiero decir es que aprecio la hospitalidad que ustedes me han brindado y el respeto. Y la última comida estuvo realmente buena”. Hay algo todavía más inquietante. Es cuando el ejecutado se niega a hablar. “Este criminal declinó hacer una última declaración”, explica la web del DJCT, y uno no puede más que imaginar a un tipo totalmente derrotado, probablemente llorando.

El Estado de Texas es el segundo en número de ejecutados detrás de Virginia. Aunque Kimberly McCarthy quedará para siempre en nuestra memoria como la número 500, al día de hoy ese número ya fue superado: la web del DJCT señala 503 reos ejecutados. En agosto se dio a conocer que los suministros existentes de pentobarbital en Texas caducan en septiembre, por lo cual no sería legalmente posible utilizarlos en ninguna de las seis ejecuciones planeadas para antes de que el 2013 termine. Los contribuyentes texanos se muestran preocupados por la situación y temen por la suspensión de las ejecuciones. Las autoridades están a la búsqueda de un proveedor del cóctel, algo al parecer no tan fácil de encontrar. Por las dudas, ya estudian la utilización de algunos productos de aplicación intravenosa alternativos.///PACO