En los últimos meses pudimos ver la pauperización de Cambiemos. La fuerza que supo ser imparable en 2015, hoy se evidencia luchando por mantenerse con vida hasta las próximas presidenciales. Tanto a nivel discursivo como en cuanto a las medidas de gobierno, la resistencia que supo tener ante los embates de la realidad macroeconómica y social, todo se pauperizó a la velocidad del rayo. Cambiemos es un gobierno envejecido, desinflado, agotado, sin ideas, ahogado por la crisis que crece exponencialmente. Y el mismo crecimiento tiene la oposición a Cambiemos. Lejos quedó aquel Davos al que todos se peleaban por acompañar a un Mauricio Macri que exudaba éxito. En su última gira presidencial por la India y Cercano Oriente, envió invitaciones a los opositores y prácticamente todos mandaron el mail a la Papelera de Reciclaje, confirmando que la cercanía con el presidente es perjudicial para la continuidad de sus proyectos. Sólo consiguió el apoyo de los propios y no tan propios, como Martín Lousteau, que mientras se fotografiaba a su lado anunciaba por teléfono a los periodistas que quiere enfrentar al presidente en las PASO.
Desde hace meses los operadores de la Rosada quieren pegar la figura de Macri con la de María Eugenia Vidal. La gobernadora de Buenos Aires rechaza cualquier propuesta que la lleve a arriesgar su sólida imagen para sostener un proyecto que más de una vez le complicó el juego de la vida de la Provincia de Buenos Aires. Todos estos operadores que empujan a Vidal al lado de Macri no cuentan con el enorme peso del ego del presidente, para quien aprovechar la popularidad de Vidal significa un fracaso rotundo de la imagen que tiene de sí mismo. El resultado de este callejón sin salida se vio claramente la semana pasada, cuando Macri anunció sus intenciones de ser reelegido y las encuestas mostraron una nueva y pronunciada baja en las mediciones de imagen. ¿Qué pasó, Mauricio? ¿Qué te han hecho? ¿Dónde quedó aquel Cambiemos que sabe jugar y ganar elecciones, que atraviesa crisis como experimentados pilotos de tormentas, que tiene la llave de la victoria en cada elección gracias a nuevos y fantásticos métodos del siglo XXI?
La pauperización de la estrategia política es evidente. Ni siquiera logran conseguir terreno en su medio ambiente natural, las redes sociales. Las operaciones del gobierno para mantener la imagen de Macri y sus aliados se destripan en las redes y saltan los hilos desflecados de la vergüenza. Desde el spot de la pizzería puesta por empleados públicos, donde utilizó el recurso más bajo –su hija Antonia–, hasta la actuación de Vidal con el mismo pobre una y otra vez, filmado en diferentes campañas. Todo es deglutido y escupido a los medios por Twitter y Facebook, y lo que se monta como una obra de teatro se convierte en una farsa. La secuencia es siempre la misma: el gobierno lanza el spot, las redes lo suben con burlas desactivando la operación y los medios afines maniobran con titulares cosméticos.
Considerando la batalla de Facebook y Twitter perdida, Marcos Peña desde hace tiempo apunta su call center hacia la impredecible y caótica maquinaria de WhatsApp. El testeo de esta nueva plataforma de operación fue el G20, durante el cual se difundieron audios de supuestos médicos que decían que esperaban “1500 heridos” –todos los audios citaban el mismo dato de diferentes fuentes– intentando generar pánico y dejar la ciudad liberada para los movimientos militares de las custodias presidenciales. Esta operación respaldó la exigencia de Patricia Bullrich a los porteños para que se vayan de la ciudad durante la kermesse en la que Macri fue el presentador más entusiasta. Desde la Rosada admiten en voz baja que estos audios fueron el globo de ensayo para lo que se viene: una especie de revival del último Mundial, en los que voces anónimas se viralizan con discursos centrados en supuestos datos internos confiables, en los que se urdirán tramas que laven culpas de los propios y ensucien a los contrincantes. El grito de guerra de Alejandro Fantino durante todo el año pasado a un impávido Jorge Asís –“¡¡¡Turco, tienen la Big Data!!!– se vuelve infantil ante este empobrecimiento de la estrategia. WhatsApp, la red de los grupos de amigos que en realidad son de porno y chistes, como plataforma de guerra sucia en la que el único contendiente es el desgaste y la falta de credibilidad.
Los medios oficialistas también fueron víctimas de esta pauperización. Pasamos de la alegría y el jolgorio en los titulares centrales a la justificación y las promesas sin asidero. Los medios se ven obligados a enfrentar una disyuntiva: informar manteniendo cierta credibilidad mientras maquillan las terribles noticias económicas y sociales. A cada golpe que recibe el gobierno se le contesta con artículos, columnas e informes que intentan instalar exactamente lo contrario a lo que ocurrió, o justificar las consecuencias negativas mientras se prometen cosas positivas. Mientras que el año pasado la corrida del dólar que lo llevó a 40 pesos los tomó por sorpresa, en febrero de 2019 volvió a cruzar cómodamente esa cifra y, sin embargo, ya preparados, lograron imponer titulares positivos y elogiar la dirección del Banco Central, entidad que desde que es conducida por el FMI no pudo controlar ni la inflación, ni el dólar, ni las tasas de interés, las únicas tres tareas para las que existe.
Finalmente, lo más pauperizado de Cambiemos es su núcleo duro de entusiastas. Los “cambiemitas” hard core pasaron de la alegría sin límites a la sed de venganza, y luego a una relativa calma de normalidad para finalmente encontrarse con una crisis que dinamitó sus expectativas. Los desencantados son todos, pero mientras una parte escapa de Cambiemos hacia el nihilismo o el peronismo moderado, otros se apoltronan en un sillón de globos amarillos y brindan un espectáculo decadente en las redes sociales. Los fans de Cambiemos –que antes se calculaban en un 30%– hoy no llegan al 18% de los votantes, que se autoconvencen con que la crisis: a) hubiera sido peor con la continuidad del kirchnerismo, b) no importa, porque va a terminar pronto y c) no necesitábamos nada de lo que teníamos antes. Lo que más llamó la atención fue el día en que las marcas Lee y Wrangler anunciaron el fin de sus operaciones en Argentina. Rápidamente salieron los “cambiemitas” a justificar que a) se van por miedo a que vuelva a ganar el kirchnerismo y b) no necesitábamos pantalones Lee para vivir. Los mismos que, en 2015, reclamaban a Cristina Fernández el ingreso de capitales extranjeros que mejoraran la calidad de vida de los argentinos, los que rogaban por comprar en Forever 21 y Apple, hoy se conforman con los pantalones paquistaníes de las revendedoras con descuento y ni siquiera están lejos de cambiar la Coca-Cola por una buena Manaos.
De aquellos primeros tiempos en que imaginaban una reelección de Macri y dos períodos de Vidal, pasaron a contar los días para que se termine este período y soñar secretamente con, al menos, conservar la ciudad de Buenos Aires. Los sueños y esperanzas de bajar la inflación, conservar un dólar bajo pero que a la vez convenga a los exportadores, de que la venta de frutas y hortalizas al mundo mantenga equilibrada una balanza comercial con importaciones de tecnología de lujo, que los préstamos externos financien un crecimiento del 2 al 4%, como sucede en países de referencia como México, que las inversiones extranjeras se multipliquen, que Vaca Muerta se convierta en la meca del petróleo latinoamericano y reemplace a la codiciada Venezuela, que Brasil se convierta en un socio fuerte en buena sintonía ideológica, que esta alianza nos abra las puertas de la Unión Europea, que China, Rusia y Estados Unidos superen sus diferencias con la muñeca negociadora de un Macri que brilla en el mundo como el mejor alumno del neoliberalismo, que el dólar se vuelva un aliado y abandonemos el incómodo bimonetarismo… de todas estas ilusiones y proyectos sólo quedan unas cuantas operaciones, unas promesas inconsecuente de que el próximo trimestre todo mejorará, el ruego desesperado porque los supuestos signos positivos “se noten” antes de las elecciones, de que los países aliados no miren con indiferencia y pena a una Argentina que multiplica su deuda y su recesión, que el FMI no ahogue los planes políticos con exigencias incumplibles, que los empresarios vean con buenos ojos a “uno de ellos” en el poder, acallen sus críticas y no utilicen los mecanismos de crisis para generar despidos masivos sin indemnización.
Es tan pronunciado el efecto de este proceso para Cambiemos que comenzó (una vez más) el “Operativo Venezuela”. Días atrás, los principales referentes de la coalición comenzaron a utilizar la muletilla del fantasma venezolano para graficar qué pasaría si Argentina no reelige a Macri. La última vez que una fuerza política en Latinoamérica recurrió a la comparación con Venezuela fue en México, cuando el gobierno del PRI utilizó toda su capacidad de fuego con la bala de plata de Venezuela, asegurando a la población que Andrés Manuel López Obrador convertiría a México en el país tropical asediado por la CIA. ¿El resultado? Una estrepitosa derrota del oficialismo, que consiguió apenas un tercer puesto. No quedan dudas que en la torpe columna de Jaime Durán Barba se puede leer la desesperación. Casi como si fuera una canción de El Mató a Un Policía Motorizado, el ecuatoriano describe un mundo post apocalíptico en el que motochorros armados componen una especie de Triple A que asesina funcionarios del gobierno saliente de Cambiemos.
Si bien la fantasía reproduce los sueños húmedos de muchos kirchneristas, la tesis sobre la que se basa es falsa: ni Cambiemos es tan blanco ni el kirchnerismo es tan negro. En principio, sabemos que los que van a buscar a los que hoy gobiernan –en el hipotético caso de que Macri pierda las elecciones– no son los lúmpenes, sino la misma clase media que los votó en 2015 y que se vio perjudicada por cada medida tomada desde entonces. Si Macri es derrotado, no veremos a Vatayón Militante quemando los chalets de los funcionarios de Cambiemos, sino a la clase media empobrecida escrachándolos en restaurantes, shoppings, primeras clases de vuelos internacionales e incómodos asientos de Buquebús. Luego, la predicción de Durán Barba también falla como panfleto de campaña: en 2015 precisamente no fueron los rubios del panfleto del Ministerio de Producción que sostienen al mundo los que llevaron a Macri al gobierno, sino los peronistas desencantados del conurbano, la gente de los cinturones industriales de las capitales provinciales, los obreros de las fábricas.
El discurso oficial apunta a una clase media aspiracional que, sin embargo, no ve ya un reflejo de éxito, sino un futuro incierto y oscuro. Durán Barba intenta transformar a los desencantados en motochorros, a los desilusionados en delincuentes, imponiendo la ley del palo sin zanahoria. El mismo discurso que en 2012 dinamitó los cimientos del kirchnerismo –convirtiendo a cada lector de la revista Viva en un golpista–, hoy es utilizado como último recurso por un asesor sin ninguna idea nueva con qué asesorar. Cambiemos se transformó así en un gobierno sin ideas para resolver los temas de agenda, sin propuestas para imponer un cambio, sin fuerza para sostener las decisiones que tomó y sin aire para esperar apenas la supervivencia hasta las elecciones. Sus opositores, atacados por los medios afines hasta el cansancio, siendo blanco de megacausas judiciales sin prácticamente ningún asidero como los famosos “cuadernos”, eluden las balas y preparan sus enseres para la guerra, fortaleciéndose gracias a su estrategia o –más bien– con los tropiezos cada vez más pronunciados de Cambiemos. Como dijo mi amigo Carlos, un laborioso funcionario del Senado: “La próxima elección es una final Nadal-Federer, gana el que más se concentra”. ¿Podrá Cambiemos superar su TDA y salvar el pellejo este año? Es una pregunta que nuestro presidente debe consultar con su almohada. O con su reposera/////PACO