Los parámetros del ejercicio de una correcta paternidad hace tiempo que han sido aprobados por las buenas conciencias. Incluyen quality time, lactancia exclusiva, colecho, masajes shantala, puericultoras de consulta, lectura de libros de crianza y agacharse a la altura de los ojos del niño para emitir un reto. Los manuales de instrucciones sobre criar buenos hijos se multiplican en formato libro o cuentas de Instagram de gurús de dudosa procedencia, sin hacer foco sobre qué significa realmente que un hijo sea bueno, que una persona sea buena, que un padre sea bueno, si es que alguna de todas esas metas realmente existe en el plano de lo real.
Los parámetros del ejercicio de una correcta paternidad hace tiempo que han sido aprobados por las buenas conciencias.
Los momentos históricos dictan modas y respuestas a malestares de generaciones anteriores. Esa tendencia no es ajena a la crianza. El apego con el que se propone criar a los niños actuales surge probablemente como respuesta a una generación educada en los 80, con libertad y sin demasiada presión sobre la lactancia materna ni la cantidad de tiempo que se sostenía a los bebés a upa: la crianza acontecía por fuera de la intelectualización y el cálculo pormenorizado de las acciones cotidianas.
El apego con el que se propone criar a los niños actuales surge probablemente como respuesta a una generación educada en los 80.
Lo que trasciende a todas las generaciones es que ser niño siempre fue difícil, y cada época tuvo sus tensiones específicas. Ser niño en la posguerra, ser niño en la dictadura, ser niño en la era digital. Con sus particularidades, cada etapa vomita sus miedos sobre el segmento más vulnerable y con potencialidad de supervisión. De hecho, los que nos beneficiamos de cierta libertad durante nuestra infancia (esa libertad impensable hoy en día que consiste, básicamente, en jugar en el barrio sin supervisión parental), medimos el hecho de ser buen padre según el grado en que logramos mantener a nuestros hijos encadenados a nosotros mismos. Hay algo sádicamente atractivo en el ejercicio del control sobre un otro más débil, algo muy fácil de detectar si uno se sienta 10 minutos en una plaza pública, si se acerca a un cumpleaños infantil, o si presencia la escena de la salida de la escuela. Las relaciones de poder también se ejercen entre madres, padres e hijos, aunque el marketing edulcorado quiera presentarlo como un vínculo de pureza.
La publicidad de Arnet, ¿no es una demostración de relaciones de poder que no se acercan a la buena voluntad con la que se la quiere adjetivar?
La publicidad de Arnet, en donde la madre separada del padre de su hija lo habilita a verla un día más en la semana, demostrando su buena predisposición en el tráfico de la mercancía hija, ¿acaso no es una demostración pública y validada de unas relaciones de poder que, por lo menos, no se acercan demasiado a la buena voluntad con la que se la quiere adjetivar? Es por tu bien, hago lo mejor que puedo, cuando seas grande me lo vas a agradecer, también son frases estereotípicas que funcionan como mercancía, en este caso, de validación. ¿Quién puede dudar de la buena voluntad de una madre?
Paternidad cínica
La semana pasada se conoció que el Registro Estadístico Unificado de Niñez y Adolescencia de la provincia de Buenos Aires suma 85 nombres al día de niños víctimas del maltrato infantil. Se trata de 85 niños al día que sufren tal nivel de maltrato como para que sea informado a un organismo que intercede por su bienestar mediante la vía institucional. Si son 85 al día en la provincia de Buenos Aires, ¿cuántos serán los casos que no se conocen? ¿Cuántos los que ocurren puertas adentro? ¿Cuántos los que no dejan marcas físicas? ¿cuántos los que se extienden más allá de la provincia?
El Registro Estadístico Unificado de Niñez y Adolescencia suma 85 nombres al día de niños víctimas del maltrato.
El ejercicio de la paternidad coquetea muchas veces con cierto grado de cinismo al invisibilizar problemáticas y situaciones que están lejos de ser ideales, y transformarlas en máximas del deber ser sin garantía alguna de éxito. Susan Cheever, la hija del escritor norteamericano John Cheever, se animó a escribir un libro sobre crianza poniendo en cuestión las tradicionales recetas. El libro de Cheever, Lo mejor posible, trata de dar vuelta los parámetros establecidos y demostrar que no hay un camino unívoco. Madre alcohólica, confiesa haber cometido “errores” de relativa gravedad en la educación de sus hijos, como haberles levantado la mano, y otros menores como sobornarlos con dinero para lograr que hagan algo. Sus hijos son grandes, y ella puede afirmar que son buenas personas, que han elegido un camino y se pueden cuidar solos. Que a pesar de sus equivocaciones como madre, sus hijos están bien. ¿Y si no es a pesar sino porque cometió errores y equivocaciones? ¿Y si la paternidad helicóptero, criar niños hiperprotegidos y monitoreados generara adultos inseguros incapaces de valerse por sí mismos?.
Más preguntas: ¿de quiénes son hijos los niños maltratados y violentados que figuran en el Registro Estadístico Unificado de Niñez y Adolescencia de la provincia de Buenos Aires si todos somos “buenos padres”? ¿quiénes son los padres de los 15.149 chicos cuyos maltratos fueron denunciados en el REUNA durante el primer semestre de 2017? ¿Puede una madre alcohólica como Susan Cheever ser buena madre?
Los nuevos padres se obsesionan por estar a la altura y se palmean la espalda a sí mismos cuando cuentan orgullosos que cumplen las máximas dictadas por la época: “mi hijo come todas las verduras”, “habla inglés desde los 2 años”, “tomó la teta hasta los 4”, “va a una escuela con educación waldorf”.
La paternidad en redes sociales
A los dogmas a los que suscriben muchos padres actuales se suma el reforzamiento público a través de las redes sociales, que potencian el espíritu de competencia: pretenden ser una muestra representativa de una gran vida feliz junto a nuestra descendencia. Parece que nada ocurre certeramente si, además de hacerlo en la vida privada, no lo comunicamos. Queremos que nuestros amigos virtuales sepan que amamantamos a nuestros, por eso publicamos fotos de nuestras tetas en la Semana Mundial de la Lactancia. También queremos que sepan los libros que leen nuestros inteligentísimos hijos, y la comida saludable que comen. No queremos que sepan que se arrastran por el piso del supermercado para hacernos sentir miserables, en un ataque de rabia. A esos episodios, que se encuadran en lo que los pedagogos denominan “etapa oposicionista”, no los mostramos ni los relatamos, ante la leve posibilidad de que se sugiera que la culpa es nuestra. Es extraño que se cuestione a los padres por acciones estereotipadas pero no, por ejemplo, a las madres blogueras que canjean ropa por fotos de sus hijos luciéndolas. Al contrario, se proponen como modelos a seguir. Si la función de la mercancía hijo se presenta velada en algunas situaciones de la vida cotidiana, en las redes sociales se presenta en todo su esplendor, sin ningún tipo de eufemismo.
El filósofo coreano Byung-Chul Han dice en La sociedad de la transparencia que hoy el globo entero se desarrolla en pos de formar un gran panóptico. No hay ningún afuera del panóptico. Este se hace total. Ningún muro separa el adentro y el afuera. Google y las redes sociales, que se presentan como espacios de la libertad, adoptan formas panópticas. Hoy, contra lo que se supone normalmente, la vigilancia no se realiza como ataque a la libertad. Más bien, cada uno se entrega voluntariamente a la mirada panóptica. A sabiendas, contribuimos al panóptico digital, en la medida en que nos desnudamos y exponemos. El morador del panóptico digital es víctima y actor a la vez. Ahí está la dialéctica de la libertad, que se hace patente como control.
Somos nuestros propios verdugos en esta sociedad de la transparencia hiperconectada, y sometemos a nuestros hijos a la misma dinámica (como si pudiéramos no hacerlo). La transparencia y el poder no se llevan bien. Al poder le gusta escabullirse, no ser evidente (lo hago por tu bien). El control total aniquila la libertad de acción y conduce, en definitiva, a una uniformidad. Confianza significa: a pesar del no saber en relación con el otro, construir una relación positiva con él. La confianza hace posibles acciones a pesar de la falta de saber. Si lo sé todo de antemano, sobra la confianza. La transparencia es un estado en el que se elimina todo no saber, por eso exigimos a nuestros hijos que nos atiendan todas las llamadas, les hablamos por Skype, le ponemos chips de rastreo y cámaras de seguridad en las escuelas.
¿Es la paternidad una trampa?
Joan Didion escribió Noches azules después de la muerte de su única hija. La había adoptado cuando era un bebé, y a lo largo del libro intenta detectar pistas que pudo haberle dado de su sufrimiento, y que ella no fue capaz de escuchar. La adopción es fundamental en la vida de la joven, porque aunque sus padres hicieron lo mejor que pudieron, la sombra del abandono está ahí. Didion cuenta que en los 60 se usaba “el cuento de la elección”. Ella les pedía a sus padres que le contaran cómo la habían elegido en un hospital repleto de bebés, justo a ella. Pero haberla elegido significaba que estaba disponible para ser elegida, es decir, que alguien la había abandonado. Si los hijos son en ocasiones tratados metafóricamente como mercancía, ¿qué sentirán los bebés de Marley, Ricky Martin, Ricardo Fort, Florencia de la V o Luciana Salazar cuando sean grandes, sobre el hecho de haber sido literalmente comprados?
¿Es la paternidad una trampa? Tal vez sí. Tal vez no hay posibilidad de ser buenos por más que se haga lo mejor posible. Tal vez la comida saludable, la lactancia y el colecho no significan nada. Tal vez una madre alcohólica puede ser buena. Tal vez una madre influencer de redes sociales puede no ser tan buena. Tal vez no importa que tanto vigilamos a nuestros hijos porque finalmente serán producto de una generación y una época, y no de lo que nuestros egos digan que es lo correcto/////PACO
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