Ansiedad


Pandemia y contrabando de deseo

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El malestar en las parejas

Esta pandemia y su desencadenante, la cuarentena, trajo y se llevó diferentes cosas. Como un mar que con la marea trae crustáceos y algas y se lleva ojotas, blísteres y latas de cerveza, la contingencia sanitaria global provocó nuevos comportamientos, actitudes, miedos y palabras, y se llevó otras. Entre las cosas que nos trajo, una fue la acalorada discusión entre filósofos e intelectuales para determinar si esta pandemia viral inauguraría un nuevo orden político-económico, aunque entre las discusiones más interesantes también estuvo la que intentó pensar una nueva normalidad entre los cuerpos. Sin embargo, como suele suceder en nuestra sociedad de lo políticamente correcto, las consideraciones sobre la sexualidad quedaron en un plano distante de prioridades. Al inicio de nuestra cuarentena, cuando de forma repentina tuvimos que recluirnos dentro de nuestro hogar sin poder planificar con quién, se produjo la estocada inicial a la libre circulación de los cuerpos y, por ende, la imposibilidad de encontrarse de forma “legal” o “aceptada socialmente”por fuera de las relaciones formales. Lo que quedó impedido, entonces, fue el contrabando del deseo.

Hubo parejas formales a las que el confinamiento las encontró en ciudades o provincias separadas. Es el caso de Camila, una amiga santiagueña a punto de casarse con Sergio, un santafesino de Esperanza. Planificaban contraer matrimonio en abril, en Santiago, para luego instalarse en Santa Fe. Pero la cuarentena los encontró separados, pues él continuaba su trabajo en la provincia mediterránea. Camila entró en una especie de depresión no solo por la imposibilidad momentánea de concretizar su proyecto nupcial, sino porque se suscitó una interdicción de sus cuerpos. Otro tipo de situación fue la de mi vecino Carlos, a quien la cuarentena lo dejó junto a su mujer Claudia y sus hijos Walter (7) y Luciana (5). Cuando, hace dos meses, se flexibilizaron las condiciones de confinamiento, Carlos se fue a vivir con la que era su amante antes de la cuarentena. Muchas parejas no resistieron el confinamiento sanitario y cambiaron de hogar, y otras más decididas hasta pidieron el divorcio. En ciudades como Wuhan (donde se originó la pandemia) y Shanghái, las autoridades reportaron el doble de divorcios que otros años. Lo mismo ocurrió en Gran Bretaña. En nuestro país, en cambio, se registró un aumento del 30% en consultas sobre divorcios.

Un estudio del Observatorio de Psicología Social Aplicada (OPSA) de la UBA demostró que, a 80 días del inicio de la cuarentena, el 28,9% de los encuestados sintió que la pandemia afectabade manera negativa a su relación de pareja, mientras que solo un valiente 13,7% adujo que mejoró. Sin embargo, las más afectadas fueron las parejas que convivían en hogares separados: el 46,2% afirmó que la pandemia de coronavirus empeoró su relación, aumentando las discusiones o peleas. Como a tantos otros, la cuarentena había privado a Carlos la posibilidad de desarrollar una sexualidad por fuera del ámbito hogareño, lo cual le permitía mantener la ilusión de integrar una familia normal. Su relación formal era sostenida por este contrabando del deseo. Por tanto, cuando se vio atrapado en su casa, surgió la verdad imposible de ocultar:ya no toleraba a su mujer. De este grupo, es muy difícil tener registros estadísticos, ya que son relaciones que contrabandean deseo, siempre entre los bordes de lo socialmente aceptable, pero no es un grupo menor.

¿Pero qué quiere decir que la cuarentena dañó al contrabando del deseo? No solo que se impidieron las condiciones para las relaciones casuales o poco formales, sino que también se suspendieron los escamoteos sexuales en los ámbitos laborales y que el home office había interferido de forma abrupta. No debemos desestimar que la maquinaria laboral, en muchos ámbitos, se sostiene en esa fantasía. De esta manera, la cuarentena también puso el freno de mano al deseo y al disfrute sexual, lo que generaría un incremento del malestar no solo entrelas parejas, sino también entre los solos y las solas. Se habían terminado los after office en las cervecerías artesanales, un plan recurrente de la juventud en estado de normal explotación laboral, que esperaba un after bar de cachondeo.  

Hiperhedonización

Lo que no frenó sino que, por el contrario, aumentó, fue la hiperhedonización generada a través de las redes sociales y las diferentes plataformas virtuales: infinidad de cuerpos mostrándose y mirándose, al mismo tiempo que se saturaba la posibilidad de concretar ese placer que se ofrecía a la vista. Esta hiperhedonización generaba un “plus de goce” sin la posibilidad de una descarga en la misma dirección de intensidad adquirida en la mirada, por lo que ocurría otra interdicción que, de antemano, coartaba toda expectativa de una posibilidad de intercambio. Este impedimento incrementaba el malestar, por lo que la cuestión sexual llegó a ser una problemática de Estado, a tal punto que el Ministerio de Salud de la Nación tuvo que afrontar esas demandas y hacer una serie de recomendaciones sobre las relaciones sexuales para que no interfiriesen con la cuarentena y la distancia social. El mismo Presidente de la Nación llegó a recomendar el llamado (y hasta ese momento desconocido por algunos, pero ya practicado por varios) “sexo virtual”.

Este movimiento fue llamativo. Pues en vez de reforzar desde lo discursivo lo que se venía pidiendo, una especie de abstinencia sexual, se apostó a recomendar una práctica que ya se desarrollaba antes, con cierta pretensión de substitución exitosa. Sin embargo, esta pretensión, demostró su ineficacia a corto plazo. ¿Por qué fue tan rápido su fracaso? Porque las redes funcionan como una maquinaria de imágenes y la propuesta de sexo virtual, solo llega a reemplazar la mirada y la voz. Que como sabemos todos, en un encuentro “real”, no solo cuenta estos sentidos, sino otros, que tienen mayor relevancia, como el tacto. El disfrute entre esas pieles. La posibilidad de tocar y sentir al otro, esa proximidad, acerca. Otorgándonos esa ansiada ilusión de fundirnos en y con el otro. Fue por eso que, ante este fracaso del sexo virtual, entre los primeros en reclamar una flexibilización de la cuarentena (luego vendrían los runners), estuvieron los dueños de los hoteles alojamientos. Un periódico virtual de Tucumán informaba que “la situación se pone cada vez más caliente y los telos siguen cerrados”, explicando que la salud de la población corría más riesgos con los hoteles cerrados, ya que eso dejaba abierta la posibilidad del uso de otros lugares inciertos. Otra vez, el contrabando del deseo era difícil de confinar.

El sexo interdicto 

El sexo virtual no era una opción atendible de sexualidad concretable. Por lo menos dejaba insatisfecho como una única opción de vínculo sexual entre parejas. En primer lugar, porque presentaba una lógica que no tenía otro efecto que la frustración. Si bien se producía la ilusión de un posible encuentro, por otro lado se sabía de antemano que no se lo podría concretizar: lo más parecido en lo frustrante a un espejismo o un sueño, donde al despertar quedamos desilusionados por esa visión fascinante, pero efímera y evanescente a la vez. Las descripciones de diferentes usuarios en las redes daban cuenta de esta frustración y dejaban expuesta su falacia. El sexo virtual no era otra cosa que una masturbación compartida, lo cual dejaba el encuentro de los cuerpos interruptus por esa interdicción impuesta. Si bien la masturbación es buena y recomendable, pero ¿qué pasa cuando es la única opción a la que podemos recurrir? ¿No llega un momento en que esa tabla de salvación se nos convierte en insatisfactoria y hasta en una tortura?

No quiero aburrir con definiciones, pero abordemos lo que nos dice la palabra “interdicto”. La palabra proviene en su etimología del latín interdictum y su significado es el de inter: entre, y dictum: dicho. Para la Real Academia Española sería “la prohibición de hacer o decir algo”. Por tanto, no es solo una prohibición en el decir sino también en el hacer, que es lo que se produjo en este tiempo, que prohibió más el hacer que el decir. Había para muchos y muchas la imposibilidad del encuentro y la descarga sexual. 

Sabemos también que el deseo se motoriza o activa a través de algún tipo de prohibición. Pero ¿qué pasa cuando todo contacto, por más minino que fuera, estaba impedido: la mínima caricia, un abrazo o un beso en la mejilla? De esta manera la sexualidad fue interdicta en sentido amplio. No se permitía ni el roce entre los cuerpos.  Ni que decir entonces  de la posibilidad de contrabandear el deseo por fuera de una sexualidad normativizada, donde sabemos que en una cama hay muchos más que dos. 

El deseo en terapia intensiva

Volvamos al problema del sexo virtual. ¿Puede haber sexo sin el encuentro entre los cuerpos? ¿Es posible llegar a gozar del y con el otro a través de una pantalla? ¿Este tipo de encuentro virtual generaba algún alivio o, por el contrario, un mayor incremento de la frustración? Sin duda, el deseo quedaba de esta manera interdicto e interruptus, en la medida que los cuerpos no podían confundirse. Pero es también alrededor de esta circunstancia que la cuarentena no trajo una nueva problemática sexual sino la agudización de una dificultad que venimos arrastrando como especie desde que ocurre la “liquidez de las relaciones”, como lo señalara el sociólogo Zygmunt Bauman.

¿Las redes pusieron entonces en escena esta “liquidez”, en la que los espejos en que cada uno se mira omiten, al mismo tiempo, la necesidad de mirar a otro? Desde hace tiempo proliferan las monadas tribales de narcisos y narcisistas que no buscan intercambios corporales, ya que estos traen demasiadas complicaciones: frustraciones, fracasos, inseguridades e insatisfacciones. Fue así como la cuarentena exacerbó las circunstancias por las cuales las personas no eligen estar en parejas, pero al mismo tiempo (y he aquí la paradoja), trajo la certeza de que la relación sexual no puede suplantarse y obtener el mismo “plus de goce” que un encuentro virtual. 

El filósofo coreano Byung-Chul Han ya alertaba de esta circunstancia. La virtualidad no genera proximidad con el otro sino una forma de gerenciar la imagen propia para venderse mejor. De esta manera, socava la posibilidad de un encuentro con el otro, que es la posibilidad de poder encarnar el deseo con el otro. Así pues, en esta cuarentena, hemos experimentado esta abolición del otro como posible partenaire sexual, pero su alternativa virtual no fue para nada convincente. Si el deseo estaba en cierta crisis, durante la cuarentena pasó a terapia intensiva. Así fue como esta interdicción sexual condenó al Eros a una agonía cierta, segura e inevitable.

Después de la vacuna, si la misma tiene el éxito esperado, el mundo intentará retornar a su giro habitual. Sin embargo, para el deseo los pronósticos no son tan alentadores. En principio, porque la sospecha hacia el otro distante, ajeno y diferente perdurará en la psiquis. Pero, además, porque la maquinaria virtual continuará promoviendo desnudarse voluntariamente entregados a la mirada hiperhedonizada sin una descarga sexual acorde al encuentro entre los cuerpos. Ante este panorama desolador, algunos optimistas aguardarán que la ciencia realice algún descubrimiento que saque al deseo de este letargo, como un chip o algún otro dispositivo, que conservando la panacea del encuentro sexual y garantizando un placer exitoso, no exija el encuentro con un cuerpo extraño para encontrar placer. Pero si algo podemos resaltar como positivo de este laboratorio que fue la cuarentena, es que el fracaso del “sexo virtual” muestra que, aún con un Eros agónico, somos una sociedad que todavía necesita del tacto y del contrabando de deseo////PACO

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