Las chicas lindas de esta época ¿son más frígidas? Más frígidas que las feas, seguro. ¿Menos sensuales que las bellas mujeres de otra época? Obvia introducción: toda joven que haya nacido en y con internet, es decir con su imagen desdoblada entre un espejo y una red social, tiene puesto el erotismo en ese desdibujamiento de la imagen y corre permanentemente –el adverbio debe ser subrayado– detrás de esa confirmación de la belleza que no permite que la libido se rebalse hacia otros puntos de contacto. Entonces, esa relación sexual que requiere, dispone y exige a un otro ¿queda desplazada por el autoerotismo? ¿Les alcanza excitarse consigo mismas? Si así fuere, lo que lleva a la frustración porque no se puede dejar de desear a un hombre, pero ninguno las satisface tanto como subir una foto.
El autoerotismo y la fobia. Hay en esto una extensión, o posible relación, con el hecho de que tantas chicas lindas decidan salir y relacionarse con chicas lindas. ¿Existe, por fuera del lesbianismo, una fuerza de identificación, de vinculación histérica, que agrupa y sexualiza? (Totalmente cancelable el decir que las lesbianas son lesbianas no por elección sexual sino por histeria, pero sigamos.) La pregunta debería ser estética antes que moral. ¿Qué es más lindo que ver dos mujeres coger? Toda chica linda es un poco lesbiana porque busca en Otra un camino que le indique, o le de respuesta, a qué es ser una mujer.
Dicho esto, ¿por qué la gente no quiere coger? ¿Se puede enunciar así, sin más, esta pregunta? Una amiga se separa. Sus excusas suenan new age. “Quiero más tiempo para mí. Quiero dedicarme a mi carrera y hacer dinero.” Pasa un año y confiesa que desde que se separó no tiene relaciones. Enseguida lo reafirma: “lo elijo, así estoy mejor.” Otra escena. Una compañera de trabajo sufre un robo. Ladrones entran a su casa y se llevan televisión, computadoras portátiles y celulares. Ella minimiza el hecho. “Lo importante no es lo material” dice. Luego confiesa que a partir del robo –que la deja sin pantallas– recuperó la vida sexual con su marido.
Frente a la abstención, tradicionalmente practicada en la pareja monógama, y hoy extendida a varias modalidades del celibato en todos los sexos, aparecen nuevos experimentos del deseo. A la fobia se le responde con el fetiche.
Si yo me propongo a una chica y ella me dice “acepto, cojamos pero pagame” esa transacción libera una energía que re-jerarquiza la relación. Siempre el cuerpo sale cambiado del encuentro con un otro, pero si encima en el medio hay plata –uno de los fetiches por excelencia de la modernidad– la situación se complejiza más. ¿Dónde queda el deseo? ¿El dinero es una ortopedia sexual válida? ¿Quién tiene el poder? ¿El que recibe el dinero, el que impone esa transacción? ¿O el que paga y reclama su satisfacción? Plataformas como Onlyfans y también la, en apariencia, más ingenua o atp Instagram bordean siempre la estética del book de la prostituta –o el prostituto– que ofrece sus servicios. Lo que separa el cuerpo de la imagen, podríamos decir, es un tema de precios o poder adquisitivo. Nada de esto desacredita la libido sino que la pone en primer plano. Una amiga me dice “me pasé toda la vida cogiendo con hombres que no me gustaban y que me trataban mal y lo hice gratis.” La frase se podría completar: “ahora les cobro y aparte gozo.”
La tecnología nos impone todo el tiempo, desde siempre, una mutación. De esa mutación emerge un reacomodamiento de la técnica por su supervivencia, lo que implica una nueva forma de relacionarnos entre nosotros mismos. Hoy las aplicaciones apuntalan y puntúan esa velocidad. ¿Podemos parar ese “vértigo”? El sujeto es todavía el sujeto moderno. Esa mutación de la tecnología y el yo, de hecho, forma parte de la modernidad. Es uno de sus rasgos constitutivos. La pregunta sería ¿hay algo nuevo? ¿La aceleración puede generar un estado que nos expulse de la modernidad, que nos empuje a trascenderla? La aproximación, el cortejo, la seducción, la charla posterior, todos rituales tradicionales, cada vez se presentan como más condenables y son sistemáticamente cuestionados. “Cogerse a un pelotudo es un acto de caridad” se dice, con humor democrático. Negarse siembra la semilla de un incel y luego esa fuerza arrasadora encubra un loco como presidente.
Pero ¿cómo centrarse en el cuerpo si la pantalla –en sus múltiples versiones– le disputa la atención de forma continua? La pregunta podría reformularse: ¿Existe hoy un erotismo no digital? Es necesario también apostar a la tecnología, ese lugar de mutación, pero no caer vencidos a la idea de que solo nosotros somos víctimas de sus avances. ¿Existe un problema ligado al goce y a la voluntad? ¿Vamos hacia un ascetismo que niega o a una proliferación que satura? Jóvenes, virtualización, erotismo y auto mercancía, cualquier opinión sobre estos cruces resulta, al mismo tiempo, necesaria, capitalizable, transitoria, refutable.////PACO