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Hay un video en YouTube que hace reír a grandes y chicos en Rumania. El video en cuestión no tendría ninguna relevancia de no ser porque en esa parodia se muestran ciertas verdades, como quien dice que, entre broma y broma, la verdad asoma. ¿Y qué verdad asoma? Habría que decir que varias, aunque la más saltante es que el video en cuestión es una obra maestra de la payasada balcánica. En resumen, se trata sobre un campo de estudiantes universitarios, o student accomodation, donde reina el caos. Bajo esas circunstancias, la directora, luego de recibir un botellazo por parte de un estudiante energúmeno, decide tomar grandes remedios. Entonces hace llamar a Vișinescu.

Aquí hay que hacer un alto y decir que en el video ese nombre aparece tal cual, a sabiendas de que se trata del infame Alexandru Vișinescu, un carcelero rumano condenado por cometer crímenes de lesa humanidad en el período comunista, entre los años 1956 y 1963. También hay que agregar que el apellido Vișinescu, para el inconsciente colectivo, quedó como sinónimo de severidad. “Si te portas mal, voy a llamar a Vișinescu”, se les dice a los jóvenes rumanos como quien invoca al cuco. Por otro lado, “visine” significa en rumano cereza, y los rumanos del campo le dan muchos usos a la cereza. Hacen mermeladas, dulces, encurtidos (para el duro invierno), comidas sopas e incluso licor. En conclusión, para los rumanos Vișinescu suena no solo divertido sino sarcástico, pues el “visine” es la solución final a todo inconveniente.

En el video de YouTube Vișinescu aparece a lo Terminator en el “camin”, la vivienda universitaria para los estudiantes que vienen de todas partes del país, y luciendo su uniforme nazi pone en regla a todos los malcriados. La idea es simple: la actual rebeldía de la juventud rumana se puede corregir con la vuelta de Vișinescu. En tal caso, hay tres escenas interesantes. La primera y la más sarcástica y desopilante es aquella en la que Vișinescu entra al cuarto de los metaleros que poguean a todo dar, detiene la música y les dice que no tiene energía para golpearlos a todos. De modo que luego de acusar a la muchachada de que son “manelistas” (el “manele” es un género musical de mal gusto por las obscenidades en sus letras, videos y bailes) los muchachos se indignan, intentan reducirlo y no pueden. En respuesta, Vișinescu introduce un disco compacto en la laptop de uno de los estudiantes y, como por arte de magia, empiezan a moverse al ritmo del “manele” cual poseídos. “Sabía que eran gitanillos manelistas y no metaleros”, dice Vișinescu.

La segunda escena muestra a los estudiantes como si lucieran trajes a rayas típicos de los campos de concentración nazis. La última escena, en cambio, es una en la que alguien afuera del edificio estudiantil, ya convertido en un campo de concentración, tiene muy alto la música “manele” dentro del auto. Vișinescu y su ayudante, en traje militar, compelen al gitano (es decir, a alguien que en Rumania luce como un gitano, aunque en Sudamérica diríamos que luce como cualquier europeo) a alejarse del lugar. En respuesta, el gitano les escupe al ritmo de “Despacito” en versión hardcore metal, y entonces lo sacan por la ventana y lo golpean, para luego pasar a una canción romántica pop popular llamada “Pana la sange” (“Hasta la sangre”) mientras lo ultiman.

¿Qué verdad asoma en el video? Por supuesto que el tema central son las nostalgias nazistas para disciplinar y eliminar a los gitanos. ¿En serio?, diría alguien. Pues sí, en serio. Los, entre comillas, más bondadosos rumanos aducen en las conversaciones sobre algún robo o agresión que muchas veces, cuando están molestos, estarían de acuerdo con desaparecer a los gitanos. Desde ya, hay mucha gente joven bastante dispuesta a ser open mind, aunque no son la mayoría, pues muchos son una especie de “rednecks”, para una mejor comprensión del asunto.

Nostalgia 

Nostalgia es el libro de cuentos del escritor contemporáneo Mircea Cartarescu donde relata historias de los últimos años del comunismo. Aunque de esa nostalgia no hablaremos ahora, sí hablaremos acerca de dónde vienen las nostalgias del nazismo. No es una broma ni un video sarcástico cuando, en la primera imagen que tenemos de Rumania, vemos salir de la cadena de supermercados alemana Lidl a un hombre de mediana edad, alto, con una calva saltante en su testa y haciendo la señal nazi al ver a los gitanitos que piden algunas monedas. Tampoco es una broma cuando una guía de turismo, junto a su pequeño séquito de visitantes, al ver a un gitanito, hace la misma señal nazi ante la indignación de (una parte) de sus turistas y las risillas de algunos de los viajeros. La tercera imagen es en el mismísimo Hard Rock Café Bucarest. El mozo estrella, con sus collarcitos dorados, hace la consabida señal de manera soterrada (disimulada en una indicación a su colega) frente a un comensal negro. Ahora bien, ¿por qué en un país pobre de Europa del Este se produce este fenómeno?

Respecto al supermercado, hay que decir que Lidl es uno de los supermercados más baratos de Europa, y en Europa del Este el más barato. Quizá un ejemplo valga: en las góndolas de Lidl, un cereal de un kilogramo marca Avena cuesta 0,80 euros y un pedazo de pan de 500 gramos con semillas cuesta 1 euro, mientras que en supermercados como Mega Image la avena cuesta 3,43 euros y el pan con semillas cuesta 2,02 euros. Y así, sucesivamente, se reflejan las diferencias en demás productos de primera necesidad. En Inglaterra, sin ir más lejos, los supermercados Lidl se consideran exclusivamente “para pobres”. En tal caso, el calvo que salía con sus gestos furibundos al ver a los niños que pedían monedas tal vez ignora que sus consumos cotidianos en ese comercio están respaldados por el Banco Mundial, pues Lidl Stiftung & CO. KG., del grupo Schwarz, que conglomera también a Kaufland, pidió 900 millones de dólares para expandir su mercado a países menos favorecidos de Europa del Este, entre ellos Rumanía. En otras palabras, en realidad es este nazi quien, sin saberlo, vive de la mendicidad del Banco Mundial y jamás podría satisfacer sus consumos en un país soñado como Alemania.

En el caso de la guía de turismo se aplica lo mismo, pero con el agravante de que su profesión casi la compele a ser open mind, aunque decide ser ariana(1). En el caso del mozo del Hard Rock, es visible que solo es un títere que sigue como corderillo lo que otros piensan y actúan. Alguna vez, en alguna mesa, una rumana me contó que su propio padre era así también, y que muchas veces había tenido peleas por esa intolerancia regada de nostalgias al estilo de que “estuvimos por poquito, así de poquito, de ser un país germano parlante”, en alusión a la historia de Rumania y su relación con el Führer. El equívoco es muy extenso, pero basta señalar que históricamente los gitanos fueron traídos como esclavos por el Imperio Otomano y que cuando se fueron quedando por estas zonas, los mismos rumanos les permitieron hacerlo. Las historias privadas de las naciones son las novelas, y en una novela de Cartarescu se dice: “Vinieron los gitanos con su música y el movimiento de caderas de sus gitanas”, y los rumanos, sin dudar, participaron de esa fiesta.

Antonescu 

Es muy cierto que en el inconsciente colectivo el general Ion Antonescu es considerado héroe nacional. Dictador desde 1940 a 1944, el joven rey de aquel momento, Miguel, no tuvo más remedio que darle los poderes plenipotenciarios. Se sabe que Antonescu tuvo una carrera ascendente por su férrea disciplina y que siempre fue respetado desde que inició sus estudios en la escuela para hijos de militares en Craiova para luego graduarse en la academia de caballería de Targoviste. En la versión en castellano de Wikipedia figura como criminal de guerra, mas en la Wikipedia en versión rumana figura como el Gran Mariscal y conducator, es decir, conductor del Estado Rumano entre los años 1940 y 1944, pero no como dictador. A los rumanos les gustan bastante los eufemismos. Por ejemplo, no usan la palabra directa amante sino «partenerul din exterior”, es decir, “pareja externa”. Y así podríamos enumerar muchos eufemismos. Por supuesto que el mayor eufemismo es llamar a Ion Victor Antonescu “héroe nacional”. No lo es por una sencilla razón: fue partícipe activo del exterminio de judíos y gitanos durante su dictadura. En las charlas íntimas, sin embargo, los rumanos, sin exagerar, aman y adoran al general, acerca del cual se puede leer en distintos textos y en internet. Quizás algún historiador rumano agregará que cometió “errores”, pero no más. 

La defensa de los rumanos más cultos es que Antonescu no tenía otra opción que aliarse al Eje, pues Rusia les había arrebatado buena parte del territorio. Dicen que para la historia quedará como héroe porque hizo y actuó como un patriota decidido a defender a su país de los rusos. Sin embargo, el historiador Adrian Cioroianu desarrolla la pregunta: ¿fue un héroe Ion Antonescu? Pues cuando se reunió en persona y se adhirió a la verba de Adolph Hitler, no le hizo firmar un documento legal que acreditara al Estado rumano todo el trigo y sobre todo las ingentes cantidades de petróleo y combustible que le dio el Estado rumano bajo su mando para la causa del Führer. Y el Estado rumano no pudo reclamar esos montos terminada la guerra, pues Antonescu, “hombre de tal talla militar y diplomática”, dice Cioroianu, no podía haber cometido un error tan pueril. Cioraianu destruye el argumento de los defensores de Antonescu que afirman que solo era un amante del país. Por ello se pregunta: ¿no eran Corneliu Zelea y Nicolae Ceaucescu (políticos rumanos, el segundo dictador de Rumania) amantes del país a sus maneras? Puesto que “heroísmo es tomar buenas decisiones en favor del país e implica matices de buen criterio”, Antonescu no lo hizo.

¿Última punta de la esvástica?

En la última parte de Respiración artificial,  Ricardo Piglia relata un encuentro en Praga entre Franz Kafka y un jovenzuelo looser aspirante a pintor llamado Adolph. Este, despojado de una buena perspectiva en su arte, le cuenta los planes que tiene para su futura carrera política mientras Kafka escucha en su modo, si vale la redundancia, kafkiano. En otro libro, La literatura nazi en América, Roberto Bolaño escribe una suerte de enciclopedia sobre escritores filonazis americanos que con cierta y seria ingenuidad escriben sobre esa tendencia política sin tener conciencia del horror que conoce Europa.

Para el caso rumano, que ya vio el horror de cerca en el pasado, esos hechos en apariencia inofensivos pueden encontrar varias excusas. Pero en la interna la cosa es distinta. Por ejemplo, dos viejos rumanos cotillean sobre el escape a un balneario exótico de una conocida tenista rumana y el cotilleo suena: “¡No tiene vergüenza en la cara! ¡Cómo es posible que se haya ido a una playa con un “țigan” (gitano)! La escena se repite cuando alguien muy cercano, de carrera historiadora, nos habla al borde de las lágrimas del gran general Antonescu y su heroísmo, para luego, con una sonrisa media rota, admitir que es cierto que mandó matar a más de 260.000 judíos rumanos y gitanos. Según la revista Sefarad del año 2016, en Rumania solo quedan 14.000 judíos, muchos escondidos en apellidos como Avramescu, Iacobescu, Aroneanu, Fieraru, Ciobotaru, Pescaru, Behar, entre otros. 

Pero esto no es nada nuevo ni de solera recientísima. En 1998, en un estadio de fútbol, apareció una pancarta: “Un milion de ciorii, o singura solutie: Antonescu” (“Un millón de cuervos, la única solución: Antonescu”). Los rumanos usan cioara (cuervo) para evitar pronunciar la palabra gitano. Y cuando Jordi Evole, en su época primeriza de reportero para el programa de televisión española “Salvados”, hace once o doce años, entrevistó a unos rumanos, una de ellas reivindicaba a Antonescu. Evole, por supuesto, ignoraba qué decía con exactitud aquella mujer. En esa misma entrevista, otro ciudadano rumano le dice a Evole “mejor llevaos algunos a vuestra tierra (gitanos)”, luego le da un beso y sigue su camino. Ni siquiera ese texto del tal Adrián Cioroianu está exento de eufemismos, pues no afirma de manera categórica que Antonescu es un criminal; solamente duda de la heroicidad basándose en un error de formalidad legal que pruebe el acuerdo con Hitler. 

Ahí resuena el video de Vișinescu como parodia, eso sí, divertida, irónica y sarcástica. Un humor corrosivo que dice mucho, pero que le toma el pulso a la salud de la sociedad rumana.Aunque, otra vez, entre broma y broma, la verdad asoma. ¿Qué verdad se ha asomado en esta Rumania contemporánea? Pues una acerca de una sociedad que vive y se beneficia de la Unión Europea aunque da señales nazis al ver a niños gitanitos. Donde una guía de turismo muestra iglesias ortodoxas rumanas de estilo bizantino y se adhiere a la misma señal, así como lo hace el mozo del Hard Rock Café. Esa es la nostalgia que vive la Rumanía actual. Es paradójico, pues Vișinescu y Antonescu nacieron en senos de fe católica ortodoxa, y en todos los templos ortodoxos rumanos San Nicolás de Bari está presente porque fue defensor de la ortodoxia en el gran Concilio de Nicea. Se dice que le propinó un cachetazo al demente Arius, que argüía que Cristo está subordinado a Dios Padre, pues Nicolás sostenía la férrea tesis de la Trinidad. ¿Será que la Rumania actual está en busca del cachetazo mientras vive una parodia cotidiana de coqueteos peligrosos con el nazismo?////PACO

  1. Ario (Libia 250 o 256 – Constantinopla 336) fue presbítero y sacerdote de Alejandría. Enfatizaba que el Hijo está subordinado al Padre y se oponía a la Trinidad. En el concilio de Nicea del 325, San Nicolás lo abofeteó, pues él sostenía la tesis de la Trinidad. Se cree que los supremacistas tomaron el nombre de Ario para la tesis de una raza superior.

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