Tal vez la única diferencia entre otra gente y yo es que yo siempre pedí más del atardecer. Colores más espectaculares cuando el sol golpea el horizonte. Quizás sea ese mi único pecado.

Lars Von Trier

El que se calienta, pierde. La que se calienta, también. Pero admítanlo: la mayoría de ustedes hicieron click presos inequívocos de la curiosidad que cede ante la instintiva  provocación del cuerpo humano. Ahora bien, ya están adentro y les doy la bienvenida. Tal vez algunos de ustedes sigan con la lectura, otros mirarán las fotos y cerrarán la pestaña. Pero si hay algo de lo que estoy segura es que sé absolutamente todo lo que van a decir. Puedo verlos venir, escuchar los pasos pesados como si estuviera en un cuento clásico de zombies a punto de ser desgarrada y masticada por la horda. Las reacciones ante el cuerpo femenino semidesnudo se han vuelto totalmente predictivas y poco originales. Todos felamos las libertades individuales con entusiasmo progresista hasta que nos viene la nausea moral y, casi con certeza, me temo que el reflujo vendrá de mis amigas congéneres: otra lamentable muestra condenatoria de un género por siglos oprimido pero que también se oprime a sí mismo con destellos de un goce victimizado.

l. LA MUJER ESCRITA

Mis tres autores favoritos han sido acusados, a su tiempo, de ser misóginos. No solamente es llamativo que una palabra con semejante sesgo peyorativo se haya puesto ridículamente de moda, sino que estos tres autores lidian con ese mote desde hace años una manera bastante particular. ¿Qué tienen en común? Que son tres hombres que a lo largo de su obra describen a sus personajes femeninos con una conciencia de realidad pesada, despojada de cualquier idea o halo de princesa de Disney, en un HD que asustaría a quienes buscan fragilidad o la clásica postura naif, segundona o de guarnición. Las mujeres de Amis, Coetzee y Houellebecq están caracterizadas en un nivel de innegable fuerza y autenticidad: damas solitarias, madres solteras, femmes fatales, mujeres de negocios, prostitutas, estafadoras. La mayoría se encuentra circunscripta en historias donde las figuras masculinas son personajes incapaces de abordarlas de la manera adecuada o, como se dice ahora, son mostrados como discapacitados emocionales, con vidas sexuales intrincadas y, como consecuencia, severos complejos de inferioridad.

Los hombres son la figura débil presos del poder femenino. ¿Dónde está la misoginia?

Los hombres son la figura débil presos del poder femenino. ¿Dónde está la misoginia? No lo sé; y si en tal caso, en estos textos encontráramos situaciones de violencia o abuso contra alguna fémina, no deberíamos olvidarnos que son piezas de literatura del posmodernismo: muestras de la realidad sin adornos, pesimismo y narraciones de vívidas experiencias. Mis hombres favoritos han soportado los embates de la crítica y las acusaciones de misoginia de la prensa y los malos lectores con una entereza envidiable, siempre presentando textos nuevos y testimonios esclarecedores que no dejan de superarse.

En London Fields, Martin Amis encara una novela que combina tiene tres ingredientes claves en la misma historia: la verdad, el amor y la muerte. Sin ningún tipo de duda los protagonistas no son ni Guy Clinch, ni Keith Talent, ni Samson Young. La figura central de este entuerto es Nicola Six, una femme fatale alcohólica, solitaria y con plena conciencia de su erogeneidad, que a través de sus dotes físicos y su inapelable inteligencia, manipula a estos hombres para orquestar su propio asesinato. Prefiriendo la muerte antes que la decadencia, a los 34 años Nicola juega a la estafadora para desarticular esa dinámica dual que tanto placer y confort brinda al discurso-agenda de hoy: la de víctima y victimario. Martin Amis nos pregunta: “¿Qué es este destino o condición (y, quizás, como la terminación de la palabra tienda al femenino: un final femenino), qué es, qué significa ser una víctima?”

No vale la pena que entre en más detalles, sí vale la pena sumergirse en la novela y entender cómo Amis empodera a Nicola Six -y por transferencia a las mujeres en general- no solo desde su innegable astucia felina, sino desde su mayor y más poderosa arma: el propio cuerpo. Si retomamos un planteo cartesiano, ¿es posible vivir sin el cuerpo? Queda demostrado que no, y son tristes y ridículos los intentos por querer marginar lo corpóreo, lo biológico y lo sexual de cualquier ámbito. Creería que London Fields es el puntapié inicial, una tímida invitación para desnudarse de la hipocresía y analizar lo que a las claras es un momento femenino contemporáneo y cultural, pero que se elige plantear como machista o misógino.

ll. LA MUJER MIRADA

Uno cobra conciencia de sí mismo en su relación con el prójimo; y por eso la relación con el prójimo es insoportable.
Michel Houellebecq

Hay que sincerarse: cuando hablamos de cuerpos estamos coqueteando sobre la idea de belleza. Podríamos remontarnos a la discusión estética milenaria sobre ¿qué es lo bello?, pero no tendría lugar en este siglo ni en esta nota. Si apretamos F5, sí podríamos empezar a discutir acerca de la belleza como negocio, emplazada en una sociedad bruta y netamente patriarcal -y cabe aclarar- cuyo ecosistema está constituido por todos nosotros. Hombres y, por mal que les pese, mujeres. La belleza es un negocio y otra vez son las damas las que están bajo la lupa. La mujer es la mayor consumidora y a la vez el género más consumido en esta cadena industrial.

La belleza como actividad de lucro está craneada en la punta de una pirámide a la que por supuesto, las simples mortales nunca podremos acceder. La maquinaria nos da actrices, cantantes, modelos y actrices porno, que se presentan como role models y como  insignias de la insatisfacción de la mujer promedio, entendiendo a la mujer promedio como aquella que elije vampirizarse reverencialmente ante el sistema de las cremitas y el botox. ¿Cómo? Mirándose a un espejo que jamás la podrá reflejar. Scarletts, Angelinas, Giselles, Winonas, Stoyas, Mileys. ¿Cuántas hay? ¿Con cuántas de ellas te cruzas en el subte? ¿Cuántas invitaste a tu último cumpleaños? La respuesta es cero. Esa sed constante de ir tras una meta que no cesa de adelantarse es causa de frustración y rechazo a la propia imagen en detrimento de lo sabido como amor por el self.

¿Qué pasa si con un poco de madurez y conciencia intentamos desmantelar la bomba atómica del vampiro-víctima-pasivo y empezamos a pensar en un narciso-victimario-activo? Podemos dejar de patalear un poco si usáramos el espejo de agua en el que Narciso se enamoró de sí mismo.

¿Qué pasa si con un poco de madurez y conciencia intentamos desmantelar la bomba atómica del vampiro-víctima-pasivo y empezamos a pensar en un narciso-victimario-activo? Podemos dejar de patalear un poco si usáramos el espejo de agua en el que Narciso se enamoró de sí mismo. Un espacio de introspección y aceptación, donde la energía libidinal ya no se corresponde ni le hace el juego a su mayor enemigo, sino que se posa sobre sí misma. Narcisizarse, romper con el hechizo arcaico y opresor de lo inalcanzable, para volvernos seres más despojados, menos enojados y resentidos con una industria que nos pasa por arriba, alimentado por nuestra propia ignorancia y clientelismo de miope devoción.

Autoerotizarse y no mentirse, admitirse y actuar en consecuencia. Recuerdo con cariño el monólogo de la Agrado, personaje de Todo sobre mi madre del grandioso Pedro Almodóvar: “Cuesta mucho ser auténtica, señora. Y en estas cosas no hay que ser rácana; porque una es más auténtica cuando más se parece a lo que ha soñado de sí misma”. Tal vez haya que pensar en la autenticidad para entender un poco más en qué lugar el género femenino se inserta y ha sido insertado.

nymphomaniac-appetizer-chapter-5_-the-little-organ-school.jpg

III. LA MUJER SEXUADA

La sexualidad es la fuerza más potente en los seres humanos. Nacer con la sexualidad prohibida debe ser agonizante.
Lars Von Trier

2014 y pareciera que todavía hay que dar explicaciones y justificar el goce de la sexualidad. Y no lo encaremos como una cuestión de lucha de géneros: la condena, como dije el comienzo de la nota, se da también ente congéneres. La lujuria y lo libidinal son conceptos todavía arraigados a la cultura de la culpa, el ocultamiento y lo pecaminoso. Podemos aceptar que el hombre goce, ¿pero qué pasa si la mujer goza? No hace falta cavar muy hondo. La respuesta la encontramos mirando Tinelli u hojeando alguna revista de actualidad.

Nymphomaniac, del danés Von Trier, retrata la historia de Joe, una ninfómana autodiagnosticada, cuyos episodios en la vida van acercándola a la tragedia a través de su vida sexual. Lo que en su adolescencia comienza como un juego entre amigas, va escalando hasta convertirse en una adicción -entendida como consumo compulsivo de elementos a los que les adjudicamos poder-. El tratamiento de ambas partes de la película es exquisito, y a partir de los relatos de Joe podemos empezar a pensar la genitalidad femenina desde adentro y desde afuera, la manera en la que es percibida la mujer sexualmente activa y depredadora en una sociedad moralmente policíaca.  Mea vulva mea máxima vulva, repite como un mantra el clan de jóvenes dispuestas a fornicar a discreción y sin amor. El sexo por el sexo mismo. ¿Por qué buscamos una justificación al goce de una mujer?

Además de la misoginia, otro de los términos de moda es la cosificación, y todas las veces, sin excepción, es aplicado al cuerpo femenino desnudo, semidesnudo o, como diría alguna de mis tías, con ropa provocativa. ¿No es acaso una estupidez y otra manera new age de victimización? Sí, porque no hay nada más humano que un cuerpo al descubierto, en cuero y carne, sea de la manera que sea, se presente de la manera en que se presente. Habrá que explicarlo, porque se ve que no queda claro: no se cosifica quien se desviste o posa; en tal caso, el sujeto es cosificado y deshumanizado por el acercamiento del ojo patriarcal del observador u observadora. La mentalidad social anatomista quita todo rastro de vitalidad para convertir a los cuerpos en objetos, en cosas, en materia inerte para masturbarse, admirar o criticar. Se desvía el foco de la discusión central para poder, como de costumbre, culpar al otro de los presuntos miedos y más arraigadas inseguridades personales.

Desde las altas esferas del feminismo falopa se habla mucho de la mujer como envase, con asco, obscenidad y un tinte de negación biológica. La mujer no es un envase. La mujer es dueña de una tecnología biológica capaz de engendrar y gestar vida dentro de su vientre para luego parir. Y, más allá del palo en la rueda de una legislación nacional llena de grietas, la mujer también es dueña de decidir no hacerlo. ¿Por qué si reclamamos total y absoluto control y derechos sobre nuestro cuerpo luego incineramos como brujas a quien lo muestra y lo goza? Hace algunos días leí en Twitter algunos comentarios de la crew de chicas anti piropos –llamado con elegancia acoso callejero-. Decía algo así como que las mujeres a las que no les molesta que las piropeen “son tan inseguras que necesitan que se las reafirmen de manera lasciva”. ¿Por qué una mujer debería dejar que la mirada del otro la apruebe o la condene? El piropo es parte histórica de una cultura, una expresión a veces burda y sexual, otras veces dulce y romántica de admiración. ¿De qué? Del fastuoso poder que exuda el cuerpo de una mujer/////PACO