1.
Perversión, enrosque, excentricidad. Tenemos distintas alternativas si quisiéramos traducir la palabra kink al español y todas las acepciones nos servirían para presentar a Kink.com, compañía que dentro de la industria del porno se especializa en fetiches, dominación y sus derivados. Una empresa que inventó una fórmula gracias a la cual algo históricamente marginal y marginado como las prácticas BDSM (B/D -Bondage/Discipline-, D/s -Dominance/submission- y S/M -Sadism/Masochism-) consiguieron posicionarse en el centro de escena. ¿Cómo lo hizo? Fundada en 1997, la empresa de Peter Acworth se volvió un gigante en su rubro al atraer espectadores quizás nunca interesados en el BDSM que aceptaron la propuesta al descubrir que dentro de la muy variada cartelera de nombres, parte del elenco ya les resultaba conocido por su carrera en otras productoras más mainstream. Esa fue la novedad y el anzuelo de Kink: Valentina Nappi, Abella Danger, Dani Daniels, Aidra Fox, y también actores como Lexiston Steel o el cuestionado James Deen, en situaciones o intensidades hasta entonces inéditas para el consumidor de porno promedio, que sin darse cuenta empezó a recorrer las sendas de corte más hardcore junto a practicantes BDSM o fetichistas clásicos. Con matices y segmentos bien definidos que van desde fantasías como “sadistic rope” a “foot worship”, lo que Kink vende es un infinito de posibilidades sexuales bajo la premisa de que el camino hacia el placer no es en línea recta sino, por el contrario, bastante retorcido, como bien sabe el performer o cualquiera que no se satisfaga con la idea o el simple acto de un órgano genital entrando y saliendo de otro.
Con matices y segmentos que van desde fantasías como “sadistic rope” a “foot worship”, lo que Kink vende es un infinito de posibilidades sexuales bajo la premisa de que el camino hacia el placer no es en línea recta.
2.
Hardcore machine fucking guarantees that hot girls get off, with custom built sex machines designed for one purpose: to make women cum hard. Así se presenta FuckingMachines.com, uno de los sitios web de la productora Kink que, junto a Butt Machine Boys -versión gay del mismo concepto-, despliega la parte más fría y precisa del universo de fetiches que componen la marca. O sea, máquinas cogiendo cuerpos. Ritmos, velocidades y dimensiones sólo posibles por ser artificiales, sobre organismos que nunca van a evolucionar tan rápido como para estar del todo listos para enfrentarse a algo así. La naturaleza artificial triunfando sobre la humana, con una asimetría similar a la dinámica sado-masoquistas pero con un Amo maquinal que al no tener alma ni pensamientos entonces no flaquea en su tarea de hacer. Porque en eso son mejores que cualquier humano: la máquina no tiene intenciones, sólo es la puesta en acto de su potencia la que lleva adelante la mecánica gracias a la cual un cuerpo padece primero para, posiblemente, gozar después; es el designio de Kink y su rodeo al placer llevado adelante por sus mismas herramientas.
Si tuviésemos que definir dónde se posiciona el planteo de la conexión hombre-máquina de Kink, tendríamos que ubicarlo como parte de una doctrina sensualista.
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Si tuviésemos que definir dónde se posiciona el planteo de la conexión hombre-máquina de Kink, tendríamos que ubicarlo como parte de una doctrina sensualista o, dicho de otra forma, una perspectiva donde lo basal del sentir no parte de la mente sino del cuerpo. Al no haber intensidad en la mente que no pasa antes por lo corporal, esta perspectiva se acerca al planteo propuesto en 1748 por Julien Offray de La Mettrie, con su noción de homme-machine: Lo que siente la mente, en este caso dolor o placer, no existiría como tal si no naciera en la materia. Por eso, en estas escenas porno no entra en juego ni importa la posibilidad de abordaje erótico -un proceso donde lo mental va por delante de lo corporal-, y por ello la simpleza del planteo funciona. Una bestialización de lo humano sin sentido negativo, sin oposición ni esencia diferencial con lo animal, sólo distancia de grados. Es posible que el filósofo y médico mecanicista se hubiese sentido atraído por estas herramientas libertinas de intensidad.
Son herramientas de intensidad pero también son recursos, son técnica (tékhne) en tanto moldean una realidad física antes inexistente a través del desplazamiento violento de energía entre polos de dolor y disfrute.
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Son herramientas de intensidad pero también son recursos, son técnica (tékhne) en tanto moldean una realidad física antes inexistente a través del desplazamiento violento de energía entre polos de dolor y disfrute. Son máquinas viriles, dispositivos creados por el hombre, que a su vez crean otros seres a través del sometimiento. Es cuestión de mirar algún video para entenderlo. Nada da a suponer mecanofilia en los hombres y mujeres penetrados por máquinas; no se trata de la misma lógica que la del vecino limpiando su Fiat Duna no menos de una vez por semana con esa devoción absurda a los ojos de cualquiera donde sin dudas existe una conexión con el auto a niveles profundos. No hay registro erótico puesto en juego. Son Máquinas Amo creando seres de puro cuerpo, es decir un resto de lo que fueron; la conciencia desapareciendo ante la aceleración excitatoria que parece llevar a un clímax o a un desmayo con igual probabilidad, dejando sólo la cáscara del cuerpo. La sumisión es el modo en este obligar a padecer el placer. Un placer mecánico, un orgasmo que llegará aún contra la voluntad, ya que el buen hacer de la herramienta traerá una voluptuosidad predecible como parte de un sistema de bobinas, algo no-humano en tanto la subjetividad no está en juego. Son máquinas tratando al cuerpo como un conjunto de circuitos que se activan por roce y vibración, y cuyo apagado se encuentra en el acabar. Una maquinogénesis gestada a partir del cuerpo cáscara. Este proceso de conversión de humano en máquina, aunque suene semejante, no guarda relación con la sinergia de las máquinas deseantes deleuzianas, ya que las de Kink -que de verdad son máquinas- no potencian un deseo compuesto con carga subjetiva y, por lo tanto, que podría suponerse como parte de una unidad psico-física: las del porno son fucking machines a las que no les importa el deseo y su complejidad, sólo la descarga en tanto proceso físico. Un orgasmo que llega con la violencia del taladro neumático, una acción que se inicia en un gatillo gracias a aparatos a los que, graduándole la velocidad o la longitud de alcance del metal en su despliegue, no sería difícil imaginar como armas.
La descripción de una Shockspot Double Penetration – Dual Thruster de cuatro mil cuatrocientos dólares es intimidante.
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Maximum Thrust: 17.535 pounds of thrust. 105 inch-pounds torque equivalent for a 12 inch rotary machine. Maximum Speed: 23.62 inches/sec. La descripción de una Shockspot Double Penetration – Dual Thruster de cuatro mil cuatrocientos dólares es intimidante. Lo que vuelve armas a éste y otros dispositivos sexuales no es sólo que la misma precisión para hacer acabar también podría servir para matar. Esa intensidad abrumadora con dos caras tiene su correlato a nivel estético, donde algunas de las herramientas usadas parecen mini tanques, munición de lanzacohete RPG-7 o un mortero M224. Son aparatos al desnudo, por eso su apariencia hostil. Al contrario que el cuerpo-humano-carcaza del que se ocupan al ser conectados a enchufe, estos mecanismos de satisfacción no tienen cubierta porque no tienen nada que ocultar ni pretenden simular otra cosa; son lo que tienen que ser, herramientas implacables para conseguir descarga. Esa estética de acero, coherente pero especial para una matriz BDSM donde prima el cuero y el látex, quizás se entienda aún más ante el dato de que el imperio de Kink.com tiene su sede desde el 2006 en la San Francisco National Guard Armory and Arsenal, edificio también conocido simplemente como The Armory, una construcción histórica del Mission District, una verdadera fortaleza en la ciudad levantada entre 1912 y 1914. Quizás La Mettrie, que como médico ejerció en el servicio militar francés antes de ser exonerado y perseguido por sus ideas escandalosas, si hoy viviera pediría asilo en este castillo, lugar donde se filman las escenas de Fucking Machines y los demás sellos de Kink; lo bélico atraviesa a la idea sexual de la compañía ya que no se trata sólo de atacar cuerpos sino también de defenderse, cuestión sobre la que entiende bien ese núcleo duro de fieles a Kink que son las minorías sexuales (y la ciudad de San Francisco siempre fue escenario de esas guerras).
Lo bélico atraviesa a la idea sexual de la compañía ya que no se trata sólo de atacar cuerpos sino también de defenderse.
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La estética de acero y el imaginario de armas que todos conocemos no es nuevo. De hecho ya es antiguo si pensamos que la industria de armas en la actualidad se vuelca por los polímeros livianos en lugar del metal. Las impresoras 3D también aportan lo suyo, es decir resina y polvo, para la construcción del futuro. En comparación, la idea de aparatos sexuales grandes y pesados salidos de catálogo industrial resulta extemporánea; cosa que también ocurre con la idea de cuerpos, en una época donde prima lo soft, las apps, la liviandad de lo virtual y una erótica fluyendo por canales intangibles donde, intentando evitar el tedio, la subjetividad exige ir expandiéndose más y más, como ocurre con las distintas redes sociales, hasta encontrar sensaciones que la interpelen. La lucha que libran los dispositivos de Kink contra humanos es entonces antigua. Un proceso, una guerra, que recorre el siglo XVIII al XX; la revolución industrial, la incorporación de máquinas a la producción, la aparición de los luditas y los grandes relatos anti-industriales que desde entonces denuncian el perjuicio humano ante la máquina y que tienen su paroxismo en la idea de la creación rebelándose contra su creador. Los aparatos sexuales son entonces soldados de la Modernidad, veteranos del siglo XX que quedaron perdidos combatiendo en una fortaleza en San Francisco, soldados a los que sus superiores no les informaron que esa batalla terminó y que ahora la guerra se libra por otros medios más sutiles, porque la materia resulta al hombre una atadura de la que desearía librarse y entonces ya no se trata de ir contra el hombre sino con él en una amalgama que la investigadora Paula Sibilia ubicará como una búsqueda de existencia humana postorgánica.
Los aparatos sexuales son entonces soldados de la Modernidad, veteranos del siglo XX que quedaron perdidos combatiendo en una fortaleza en San Francisco, soldados a los que sus superiores no les informaron que esa batalla terminó.
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Dentro de los relatos del siglo XX donde se inscriben los aparatos de la productora porno, también encontramos otras modalidades de guerra. En Terminator las máquinas que se rebelaron buscan aniquilar al hombre, borrar su existencia por completo. En Matrix, por su lado, el método es la dominación mental con fantasías oníricas que mantengan al cuerpo tranquilo mientras se aprovecha su energía vital como una batería. Las de Kink, en cambio, buscan que la relación más singular de una persona con su cuerpo, el orgasmo, llegue aún sin que ella lo desee. Buscan adueñarse de nosotros, sin precisar de desear ni hacerse desear, porque en su efectividad no requieren que alguien les abra ese camino ascendente que se acelera por la necesidad y que desemboca en clímax. Son dispositivos perfectos que en su perfección anulan cualquier brillo deseante. Para las fucking machines el tránsito hasta el orgasmo no es más que un proceso con fin homeostático para que ese conjunto de circuitos mal programado que es el ser humano tenga un hard reset donde desaparezca toda su disfuncionalidad. Las fucking machines de Kink nos desprecian por nuestra imperfección, es lógico. Pero nunca nos asesinarían, su pragmatismo las llevará a aprovechar mejor los recursos. Su batalla es intentar dominarnos obligándonos a la descarga ante cualquier indicio de deseo y así volvernos dóciles autómatas que produzcan más y mejor gracias a una excitación domada. Es una apuesta destinada al fracaso, claro, pero no serán pocos los que crean que nos harían un gran favor/////////PACO