El 10 de diciembre comenzó a cambiar el clima político en la Argentina. Desde esa fecha, los flamantes funcionarios macristas activaron una estrategia para contraponer su supuesta honestidad a la corrupción de la última década. Instaurar la buena onda como antídoto a la soberbia de los dirigentes hiperpolitizados de la era K. La “humanización” del Gabinete de Cambiemos se exagera hasta el punto de que asumen con cierto agrado sus errores. Y de ese modo lanzan un mensaje subliminal: no somos eternos, no vamos a perpetuarnos en el poder, somos honestos y queremos sacar el país adelante. Pretenden que esa ola de “humildad” que envuelve a la alianza gobernante se extienda y marque los lineamientos de la nueva época, con ellos a la cabeza del único pacto social que podría atravesar el espectro ideológico: tolerancia cero a la corrupción. En este marco, la sorpresiva pelea con Marcelo Tinelli se convierte en una prueba de fuego para el amateurismo político del PRO. Funcionarios novatos se lanzan al ring para noquear al líder del prime time, en una lucha por el sentido común dominante. Quieren dar el batacazo y demostrar que sí, se puede.
La sorpresiva pelea con Marcelo Tinelli se convierte en una prueba de fuego para el amateurismo político del PRO.
SALITA AMARILLA. Empresarios, emprendedores, deportistas, líderes de ONGs, se alinean uno detrás de otro en la puerta de la escuelita PRO. Como carta de presentación llevan su éxito profesional. La experiencia en política no es para ellos un valor sino un sinónimo de condena. Pese a que muchos provienen de familias politizadas y cuentan con militancia previa, deciden definirse como outsiders. Algunos forman parte de aquella “generación intermedia” que no promueve la militancia sino la idea de que puede existir una política desideologizada, un activismo de sofá. Comparten el deseo de formar parte de una gestión que resuelve problemas en lugar de distraerse enfrentando a los argentinos. Son prolijos: pueden andar desacartonados, sin corbata, pero saben que deben fingir estar limpios de rosca. No todos son bienvenidos, sólo los que superan la revisión hacen check-in. Los elegidos se meten en la Salita Amarilla, en la que se lleva a cabo el experimento macrista y donde “el mejor equipo de los últimos 50 años” se capacita para gobernar. “Estamos aprendiendo sobre la marcha”, cuenta el ministro de Energía, José Aranguren. “Estoy aprendiendo, como todos”, se ataja el jefe de Gabinete, Marcos Peña, el predilecto de la clase. Con el Manual del Tropezón no es Caída bajo el brazo, los alumnos del nuevo modelo comienzan a interiorizarse acerca de la gestión una vez aterrizados en la Casa Rosada. Y corean, como un mantra: “Vamos a salir adelante”. ¿Cómo podrían fallar? Cuentan con la suerte de principiantes y creen que andando se acomodan los melones.
Si el PRO nació como el gemelo bobo y reaccionario del kirchnerismo, no es llamativo que enterrara la pelea de Néstor Kirchner con Clarín pero iniciara una con Tinelli.
MARCELO VS. MARQUITOS. Tras criticar con dureza el tarifazo, Tinelli recibió una catarata de insultos anónimos en las redes sociales. El conductor denunció la existencia de un troll center dedicado a replicar mensajes de adhesión al Gobierno y atacar a los críticos de la gestión. Funcionarios de segunda línea, con acceso directo al jefe de Gabinete, fueron señalados como parte de aquel engranaje que se solventaría desde el Estado. La estrategia digital del PRO –efectiva y activa- habría traspasado los márgenes de la “comunicación institucional” y podría generarle problemas judiciales a Macri. No sería la primera vez: años atrás fue acusado de montar un call center para realizar encuestas telefónicas truchas, en el marco de una campaña sucia contra su entonces rival por la jefatura de gobierno porteña, Daniel Filmus. La causa, en la que Jaime Durán Barba estuvo procesado, prescribió por el paso del tiempo. Tanto en ese momento como ahora, pese a sus críticas al “fanatismo K”, Macri dejó expuesta una tendencia a potenciar su propio núcleo duro (ficticio o real, eso es lo de menos). Nada nuevo bajo el sol. Si el PRO nació como el gemelo bobo y reaccionario del kirchnerismo, no es llamativo que enterrara la pelea de Néstor Kirchner con Clarín pero iniciara la propia con Tinelli. El macrismo también es rehén de la necesidad de generar tanto interlocutores afines como adversarios que le ponen palos en la rueda. De seguir por este camino, el devenir histórico y la pesada herencia podrían condenar al próximo presidente a una lucha simbólica con Jorge Rial.
Su programa es la pesadilla del país progresista, pero los dirigentes saben que es un terreno donde se disputa poder.
INVICTO. “Gane quien gane, gana Tinelli”, fue una máxima implícita en la campaña presidencial de 2015. Su programa es la pesadilla del país progresista, pero los dirigentes saben que es un terreno donde se disputa poder, además de una vidriera para lucirse en los meses pre-electorales. En 1995, Carlos Menem lo visitó al cierre de la campaña y los encuestadores coincidieron en que esa participación fue clave para que el riojano ganara en primera vuelta. En 2003, Fernando De la Rúa lo señaló como parte de un complot orquestado en su contra, que colaboró en el desenlace fatal con huida en helicóptero. En 2009, el conductor le regaló a De Narváez sus 15 minutos de fama con el célebre Alica-Alicate, que le dio una mano para vencer a Kirchner en la Provincia. El Frente para la Victoria (FpV) tuvo una relación tensa con Tinelli, que estalló luego del incidente con el Fútbol para Todos y pagó en carne propia “Coqui” Capitanich. Aunque a muchos les pese, Tinelli es un comunicador eficaz y su programa tiene llegada a la gente. Por eso fracasó el berrinche épico de Florencio Randazzo, quien decidió no ir a Showmatch para ganarse los aplausos de la minoría intensa mientras desaprovechaba también la oportunidad de hablarles a miles de televidentes. A lo largo de todos estos años -a través de los “Raporteros”, “Gran Cuñado”, chistes en apariencia naif y carcajadas contagiosas- Tinelli fue marcando su postura. Y tras bambalinas, lejos de las cámaras, el rating le sirvió como arma de negociación para inclinar el amperímetro hacia sus propios beneficios.
Showmatch ofrece chistes servidos para que la gente los entienda. El gobierno abre la Casa Rosada para mostrar videos de cómo un “ejército de 18 empleados” limpia en 5 minutos.
LO MEJOR DE NOSOTROS. «Si están en sus casas en remera y en patas, es porque están consumiendo energía de más», lanzó Macri y ardió Twitter. Pese a la indignación generalizada, el Presidente no cree haber cometido un error de comunicación con esa frase. “La gente tiene que entender que tenemos un problema muy grave: nos vamos a quedar sin energía”, razona el mandatario. Decide hablar en llano, para que la gente lo entienda. Del mismo modo que durante la campaña iba a la casa de Pedro y María a compartir unos mates con tortas fritas, para que la gente lo vote. El objetivo era camuflarse, mostrarse como ellos, lograr proximidad. Tinelli piensa a su público de modo similar al que Macri concibe al electorado. En Showmatch ofrece el chiste servido, para que la gente lo entienda. Busca imitadores perfectos –copias casi exactas de los parodiados- para que la gente se dé cuenta a quién va dirigida la burla. A veces, incluso, procura invitar al original y pararlo al lado de su doble, anulando toda posibilidad de desvíos en la interpretación. El conductor y el Presidente comparten también su fascinación por mostrar las vidas privadas. Tinelli marcó una época con las cámaras ocultas de Videomatch, mientras que ahora revela el detrás de escena y explora los excesos. Todo su programa es una foto instagrameada con un filtro chillón, sobresaturada y con el brillo al máximo. Macri abre las puertas de su despacho y sus funcionarios comparten videos para mostrar cómo un “ejército de 18 empleados” lo limpia en 5 minutos. También publica fotos de Antonia, Juliana (en remera y en patas) o suyas descansando en una reposera con ropa casual y en crocs. Sin embargo, existe entre ellos un abismo. Mientras que Tinelli nos entretiene sacando lo peor de nosotros, Macri nos invita al progreso. En sus diferentes formatos y a través del tiempo, el conductor nos dio vía libre para reírnos del otro. A veces con el otro, pero en general simplemente del otro, trasladando el bullying hacia los márgenes de lo permitido. Macri, por el contrario, pretende sacarnos buenos y nos convoca a esforzarnos para explotar “todo lo que podemos ser”. Diferentes caminos, un objetivo en común: que la gente los entienda, ganarse el amor de Doña Rosa. En medio de esta insólita batalla que se inició entre ambos, si triunfa la estrategia de comunicación del macrismo –mostrar a un Mauricio aún más cool, más cercano, más gracioso y más buen tipo que Marcelo- indicará que los principiantes vencieron, que con su esfuerzo salimos adelante y que gracias a ellos vivimos en una meritocracia. Un mundo donde cada persona tiene lo que se merece. Pero no será una victoria de la política por sobre el espectáculo, sino simplemente la confirmación de que el espectáculo siempre formó parte de la política///////PACO